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“Hace aproximadamente un año fui a Dallas a
Phoenix en un vuelo sin reservas de asiento.
Había llegado lo bastante pronto como para conseguir una de las primeras
tarjetas de embarque. Mientras nos disponíamos
a embarcar, oí decir al auxiliar que el avión no estaba completo, pero que sólo
quedarían unos pocos asientos vacíos. Me
sentí afortunado y aliviado de encontrar un asiento de ventanilla, con otro
libre al lado, aproximadamente en el tercio trasero del avión. Los pasajeros que buscaban asientos seguían
avanzando por el pasillo, evaluando con la mirada la mejor de las opciones cada
vez más escasas. Dejé el maletín en el
asiento vacío, saqué el periódico y me puse a leer. Recuerdo que miré por encima del borde
superior del periódico hacia los pasajeros que se acercaban por el
pasillo. Ante la menor señal del
lenguaje corporal indicativa de que se consideraba como una posibilidad el
asiento donde estaba mi maletín, extendía más el periódico, procurando que
aquel puesto pareciese lo más indeseable posible. ¿Capta la imagen?
- Perfectamente.
- Bien.
Ahora, déjeme hacerle una pregunta:
a primera vista, ¿qué comportamiento estaba teniendo en el avión? ¿Cuáles eran algunas de las cosas que hacía?
-
Bueno, para empezar se comportó como una especie de estúpido - me atreví
a contestar.
- Ciertamente – admitió con una amplia sonrisa
-. Pero no me refería exactamente a eso, al menos por ahora. Quiero decir, ¿qué acciones concretas realicé
en el avión? ¿Qué estaba haciendo? ¿Cuál era mi comportamiento exterior?
- Bueno, veamos – dije, pensando en la imagen
que se había formado en mi mente-.
Estaba ocupando dos asientos. ¿Es
a eso a lo que se refiere?
- Desde luego. ¿Y qué más?
- Pues…. Leía el periódico. Observaba a la gente que pudiera sentarse a
su lado. Y, a un nivel más básico,
estaba sentado.
- Está bien – asintió Bud -. Veamos ahora otra pregunta. Mientras realizaba todos esos
comportamientos, ¿cómo veía a las personas que buscaban puesto? ¿Qué eran ellas
para mí?
- Yo diría que las veía como amenazas, quizá
como molestias o problemas o algo así.
- Muy bien. ¿Diría que consideraba el derecho
de esas personas a buscar asiento tan legítimo como el mío?
- En absoluto.
Lo que contaban eran sus propias necesidades, mientras que las de los
demás eran, en todo caso, secundarias – contesté, sorprendido por mi franqueza
-. Por lo que usted dice, da la
impresión de que se consideraba a sí mismo como el amo del lugar.
Bud se echó a reír, evidentemente complacido
por el comentario.
- Bien dicho, bien dicho. – Cuando dejó de reír,
continuó, ya más serio-. Tiene
razón. En ese avión, si los demás
contaban para algo, sus necesidades y deseos eran mucho menos importantes que
los míos.
“Compare ahora esa experiencia con la
siguiente, ocurrida hace aproximadamente seis meses. Nancy y yo viajamos a Florida. De algún modo, se produjo un error en la
asignación de asientos y nos encontramos con que no podíamos sentarnos
juntos. El avión estaba lleno y la
auxiliar de vuelo tenía dificultades para encontrar una forma de sentarnos
juntos. Mientras esperábamos en el
pasillo, tratando de hallar una solución, una mujer con un periódico doblado
apresuradamente se nos acercó desde la parte trasera del avión y nos dijo: “Disculpen, si necesitan dos asientos juntos,
creo que de al lado mío está vacío y a mí no me importaría sentarme en uno de
sus asientos”.
- Ahora, piense en aquella mujer. ¿Cómo diría que nos vio, acaso como amenazas,
molestias o problemas?
- En modo alguno. Parece que los consideró simplemente como
personas necesitadas de encontrar asientos contiguos – contesté -. Probablemente, eso es algo más básico de lo
que usted pretendía que contestara, pero…
- No, está muy bien – me interrumpió Bud, que
por lo visto deseaba aclarar algo -.
Ahora, compare a esa mujer conmigo.
¿Dio ella prioridad a sus propias necesidades y deseos como yo había
dado a los míos?
- No parece que fuera así – contesté -. Todo parece indicar que, desde el punto de
vista de la mujer y teniendo en cuenta las circunstancias, sus necesidades y
las de ustedes tuvieron la misma importancia para ella.
- Correcto – asintió Bud mientras se dirigía
hacia el extremo más alejado de la mesa de conferencias -. Aquí tenemos, pues, dos situaciones en las
que una persona está sentada en un avión junto a un asiento vacío, leyendo el
periódico de forma ostensible y observando a los demás, que todavía buscan
asientos en el avión. Eso es lo que
sucedía en la superficie en cuanto al comportamiento.
Bud abrió dos grandes puertas de caoba
situadas en el extremo más alejado de la mesa, hacia mi izquierda, y dejó al
descubierto una gran pizarra blanca de material plástico.
- Pero observe ahora lo diferente que fue esa
experiencia aparentemente similar para mí y para aquella mujer. Yo menosprecié a los demás; ella, en
cambio, no. Yo me sentía ansioso,
tenso, irritado, amenazado y enojado, mientas que ella no parecía experimentar
ninguna de esas emociones negativas. Yo estaba allí sentado, culpabilizando a los
demás que pudieran interesarse por el asiento donde había dejado mi maletín;
quizás alguno pareciera muy feliz, otro me mirase ceñudo, otro tuviera excesivo
equipaje de mano, otro pareciese un parlanchín, y así sucesivamente. La mujer, por su parte, no parece que
culpabilizara a nadie sino que, al margen de que se sintiera feliz, ceñuda,
cargada con equipaje de mano, parlanchina o no, comprendió que nosotros
necesitábamos sentarnos en alguna parte.
Y, siendo así ¿por qué el asiento que tenía vacío a su lado, y en este
caso incluso su propio asiento, no era nuestro con tanto derecho como suyo?
Allí donde yo sólo había visto amenazas, molestias y problemas, esa mujer simplemente vio a dos personas a
las que les gustaría sentarse juntas.
La contestación me pareció evidente.
- Sí, estoy de acuerdo con eso – asentí.
- Pues si eso es cierto, yo tenía un gran
problema, puesto que no veía a la gente del avión de ese modo. En aquel momento consideraba que, de algún
modo, tenía más derecho o era superior a todos aquellos que buscaban un
lugar donde sentarse. Me había autoproclamado como “el rey del
gallinero”, como usted bien dijo, y veía a los demás como inferiores a mí y
menos merecedores que yo. Observe ahora
que mi
visión, tanto de mí mismo como de los demás, se hallaba distorsionada
respecto de lo que, según hemos quedado de acuerdo, era la realidad, es decir,
que todos nosotros éramos personas con más o menos la misma necesidad de
sentarnos. Así pues, mi visión del mundo
era una forma sistemáticamente incorrecta de ver a los demás y a mí mismo. De algún modo, consideraba a los demás
como menos de lo que eran, como objetos cuyas necesidades y deseos eran
secundarios y menos legítimos que los míos.
Era incapaz de ver problema alguno en lo que estaba haciendo. Me estaba auto engañando o, si prefiere, estaba
dentro de la caja.
- “Por su parte, la mujer que nos ofreció el
asiento vio la situación y nos vio a nosotros sin prejuicios. Vio a los demás como lo que eran, personas
como ella misma, con necesidades y deseos similares a los suyos. Vio las cosas directamente, sin tapujos. Estaba fuera de la caja.
.