Confiesa antes de que
se den cuenta
Imagina
que pediste prestado el auto nuevo de papá.
Las últimas palabras que él te dijo fueron: “Hagas lo que hagas, no lo vayas a
rayar”. No pasan ni 20 minutos que
saliste del garaje cuando le das a un semáforo y rayas la pintura de la puerta
del conductor.
Cuando
regresas a casa esa noche esperas que tu papá esté dormido. Así no tendrás que decirle. Desgraciadamente está viendo televisión, de
modo que te dices: “Papá está
descansando, no quiero molestarlo. Le
diré más tarde”.
Al
poco rato él apaga la televisión. Te
dices otra vez: “No quiero arruinarle la
noche. Le diré en la mañana”.
Cuando
te levantas a la mañana siguiente papá está desayunando, y piensas: “Si le digo ahora le dará una
indigestión. Mejor le digo después”.
Suena
el teléfono. Es uno de los empleados de
papá con la noticia de un problema en el trabajo. ¡Parece que papá está molesto por la llamada!
“Ahorita
está enojado”, te dices, “¡será mejor no decirle sobre el auto en este
momento!” Enseguida papá se dirige al garaje, ve su auto y regresa
precipitadamente a la casa. Ahora está
realmente furioso. Ahora quiere matarte.
Fíjate
en lo que pasó aquí. Pospusiste lo
inevitable. En vez de decir a papá desde
el principio, te sometiste a 12 horas más de estrés. Cuando él lo descubrió, ¡obtuviste más
estrés!
Si
cometes un error, el mejor momento para reconocerlo es lo más pronto
posible. Eso disminuye tu sufrimiento
y la gente, aun los papás, respetarán
tu honestidad y tu valor.
En pocas palabras
La vida funciona mejor cuando asumimos el control de la
situación. Si cometiste un error grave,
cuéntalo antes de que lo descubran.
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