jueves, 26 de marzo de 2020

Del Libro: “Las Tres Preguntas” de Jorge Bucay



Del Libro:  “Las Tres Preguntas”  de  Jorge Bucay



Había una vez un discípulo que se acercó a un viejo filósofo griego para pedirle que lo ayudara, pues se veía incapaz de cambiar su actitud peleadora y prepotente.
El maestro lo escuchó sin hacer ningún comentario y después le ordenó una tarea.  Durante tres años debería entregar dinero a cada persona con la que se encontrara a cambio de que aquella lo insultara.
El discípulo estaba muy sorprendido, pero decidió que debía aceptar la labor que le encomendaba el anciano.  Menospreciarla era un acto más de soberbia y había venido a librarse de ella.
Pasaron los tres años y el alumno cumplió con la prueba: cada vez que se cruzaba con alguien le daba dinero a cambio de que lo insultara.  Luego, en lugar de responderle o insultarlo a su vez, bajaba la cabeza y se iba.  Se había dado cuenta de que si el otro le contestaba tendría que meter de nuevo la mano en su bolsillo y darle otra moneda a su ofensor.  Una discusión más o menos prolongada podía llevarlo a la ruina…
-          Debes ir a Atenas ahora – le señaló el maestro –  allí aprenderás todo lo que te falta para continuar tu camino a la sabiduría.
-          El alumno se despidió  y, unos días más tarde, llegaba al portal de la gran ciudad.  Allí, en el camino mayor que daba acceso a Atenas, el discípulo se encontró con un viejo mendigo que, sentado en una pila de piedras, se dedicaba a burlarse e insultar a gritos a todo el que entraba o salía de la ciudad.
También insultó al discípulo….
-          ¿Para que vienes a Atenas, idiota? – le gritó.
El joven se echó a reír, mientras agradecía bajando la cabeza ante cada improperio.
-          Vengo buscando sabiduría – dijo, sin dejar de reír.
-          ¿Y por qué te ríes cuando te insulto, estúpido? – le preguntó el desconocido anciano.
-          Me río – contestó el discípulo –, porque durante tres años he tenido que pagar para conseguir esto mismo que ahora tú me das gratuitamente…  Te lo agradezco.
-          Entra en la ciudad, viajero, es toda tuya – dijo el mendigo –, aunque no creo que te quede mucho por aprender….
De alguna manera, la más útil de las experiencias que aporta el camino recorrido es la de servirnos para poder cambiar la perspectiva.  En el cuento, más que el valor del sufrimiento y la resistencia, más que la disciplina y el control de sus impulsos, lo que permite al discípulo afrontar su problema es el desarrollo de la capacidad para cambiar el punto de vista.


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jueves, 19 de marzo de 2020

Del Libro La Felicidad ¡Ahora!” de Andrew Matthews…


Del Libro La Felicidad ¡Ahora!” de Andrew Matthews…




¡Deshazte de las preocupaciones!

La mayoría de nosotros nos preocupamos.  Por nuestro empleo, nuestros hijos…  ¡y hasta por lo que piensa el vecino!
Seguramente habrá quien te diga:  “Si,  DEBES  preocuparte.”
Sin embargo, preocuparse es   MÁS QUE INÚTIL.
Primero, porque atrae la desdicha.
Segundo, porque es mala para la salud.
Entonces, ¿qué deberías hacer con las preocupaciones? ¡Posponlas! Eso es lo que hace la gente eficaz.

Cada vez que tengas ganas de preocuparte, pregúntate  ¡¿Qué problema tengo en este preciso instante?”
Y adivina que descubrirás… que a menos que te encuentres en una situación donde tu vida se ve amenazada, no existe tal problema.
Por supuesto que ocurren desastres, enfermedades, crisis financieras, pero esas no son razones para vivir la vida como un conejito asustado.

Cuando se presenten las crisis, enfréntalas  PASO  A  PASO.  Te sentirás agobiado sólo si dejas que tu mente flote hacia el futuro.  ¡Y ten por seguro que tu mente querrá arrastrarte hacia él
Piensa en el presente.  Haz todo lo que puedas hacer en el ahora y deja a un lado tus inquietudes.
Echa una mirada atrás a tu historia.  ¿Alguna vez has pasado por alguna situación a la que no hayas sobrevivido? ¡No!
Puedes manejar bien el presente.  Sólo es el futuro lo que te da problemas.


EN DOS PALABRAS
Cuando tengas preocupaciones, postérgalas.  Cuando alguien te pregunte: “ ¿No te preocupa tal situación?”, responde:  “He intentado preocuparme, pero todavía no he tenido tiempo.”



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viernes, 13 de marzo de 2020

Del Libro: “Las Tres Preguntas” de Jorge Bucay


Del Libro:  “Las Tres Preguntas”  de  Jorge Bucay





Un señor sale de puerto en su pequeño bote velero a navegar por un par de horas.  De repente, una fuerte tormenta lo sorprende y lo lleva descontrolado mar adentro.  En medio del temporal, el hombre no ve hacia donde es llevado su barco, sólo atina a arriar las velas, echar el ancla y refugiarse en su camarote hasta que la tormenta amaine un poco.
Cuando el viento se calma, el hombre sale de su refugio y recorre el velero de proa a popa.  La nave está entera.  No hace agua, el motor se enciende, las velas se hallan intactas, el agua potable no se ha derramado y el timón funciona como nuevo.
El navegante sonríe y levanta la vista con intención de iniciar el retorno a puerto, pero lo único que ve por todos lados es agua.
Se da cuenta de que la tormenta lo ha llevado lejos de la costa y de que está perdido.
Sin instrumental de rastreo ni radio para comunicarse, se asusta y, como les pasa a algunas personas en situaciones desesperadas, se acuerda en ese momento de que él es un hombre educado en la fe.  Y entonces, mientras llora, se queda en voz alta diciendo:
-Estoy perdido, estoy perdido… ayúdame Dios mío, estoy perdido….
En ese momento, aunque parezca mentira, un milagro se produce en esta historia.  El cielo se abre, un círculo diáfano aparece entre las nubes, un rayo de sol ilumina el barco, como en las películas, y se escucha una voz profunda (¿Dios?) que dice:
-¿Qué te pasa?
El hombre se arrodilla frente al milagro e implora:
-Estoy perdido, estoy perdido, ilumíname, Señor.  ¿Dónde estoy, _Señor?  ¿Dónde estoy…?
En ese momento, la voz, respondiendo al pedido desesperado, dice:
-Estás a 38 grados latitud sur, 29 grados longitud oeste.
-Gracias, Señor, gracias… - dice el hombre agradeciendo la ayuda divina.
El cielo comienza a cerrarse.
El hombre, después de un silencio, se pone de pie y retoma su queja, otra vez llorando:
-Estoy perdido, estoy perdido…
Acaba de darse cuenta de que saber dónde está uno no alcanza para dejar de estar perdido.
El cielo se abre por segunda vez:
-¿Qué te pasa ahora? – pregunta la voz.
-Es que, en realidad, no me alcanza con saber dónde estoy, lo que yo quiero saber es adónde voy, cuál es mi meta.
-Bien – dice la voz-, eso es fácil, vas de vuelta a Buenos Aires.
Y cuando el cielo comienza a cerrarse otra vez, el hombre reclama:
-No, no…  ¡Estoy perdido, Dios mío, estoy perdido, estoy desesperado!
El cielo se abre por tercera vez:
-¡¿Y ahora qué pasa?!
-No…  Es que yo, sabiendo dónde estoy y sabiendo el lugar adónde voy, sigo estando tan perdido como antes, porque en realidad no sé dónde está ubicado el lugar donde voy.
La voz le responde:
-Buenos Aires está 38 grados…
-¡No, no, no! – interrumpe el hombre.  Estoy perdido, estoy perdido… Ayúdame, Dios mío…  Me doy cuenta de que no alcanza con saber dónde estoy y adónde quiero llegar; lo que yo necesito es saber cuál es el camino para llegar desde aquí hasta allí… El camino, por favor, señor, muéstrame el camino…
El hombre sigue llorando.  En ese preciso instante, cae desde el cielo un pergamino atado con un lazo.  El hombre lo abre y ve que se trata de un mapa marino.  Arriba y a la izquierda un puntito rojo que se enciende y se paga dice: “Usted está aquí”.  Abajo a la derecha, en un punto azul se lee:  “Buenos Aires”.  Y en un tono fucsia fosforescente, el mapa muestra una ruta.  Es, obviamente, el camino a seguir para llegar a destino.
El hombre por fin se pone contento.  Se arrodilla, una vez más, y agradece:
- Gracias, Dios mío…
Nuestro improvisado y desgraciado héroe mira el mapa…
Enciende el motor…
Estira las velas…
Observa el horizonte en todas direcciones…
Y después de un rato dice:
-¡Estoy perdido, estoy perdido…!
Por supuesto.
Tiene razón.
Pobre hombre, sigue estando perdido.
Mire donde mire, sigue viendo sólo agua y toda la información reunida no le sirve demasiado.
El hombre tiene conciencia de dónde está, sabe cuál es la meta, conoce el camino que une el lugar donde está y la meta donde va, pero no sabe hacia dónde empezar el viaje.
Para dejar de estar perdido, le falta saber la dirección.  Le falta saber hacia dónde.

¿Cómo hacen los navegantes para determinar el rumbo? Utilizan una brújula.  Porque sin ella, aunque se conozca de memoria el viaje y el camino hacia el puerto de llegada, no se sabe hacia dónde emprender la marcha.  Sobre todo después de una tormenta.
Sobre todo cuando desaparecen todas las referencias.
En efecto, el rumbo es una cosa, el camino es otra y la meta otra aun diferente.
La meta es el punto de llegada, el camino es la ruta que habría que seguir, el rumbo es la dirección.
Entendiendo la diferencia entre el rumbo y la meta, uno puede darse cuenta de la importancia de esta pregunta que debemos contestarnos:  ¿hacia dónde voy?
Sólo si tenemos esa respuesta podremos dejar de estar perdidos.
Sólo si no estamos perdidos conquistaremos la paz interior de aquellos que saben que están en el camino correcto.
 Sólo con la certeza de esta en él, podremos sentirnos realizados, dejar de temblar, ser felices.

LA FELICIDAD ES LA TRANQUILIDAD DE QUIEN SABE
CON CERTEZA QUE ESTÁ EN EL CAMINO CORRECTO



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domingo, 8 de marzo de 2020

Del Libro “Comunícate Cautiva y Convence” de Gaby Vargas


Del Libro “Comunícate  Cautiva y Convence” de Gaby Vargas




Un código de barras en la frente



“¿Por qué las mujeres son tan difíciles de entender?” Con las cejas arqueadas y los brazos abiertos, me pregunta un señor al término de mi conferencia sobre comunicación.  Y continúa:  “Me gustaría que las mujeres, especialmente mi esposa y mi hija, tuvieran un código de barras en la frente para poder leer , saber y descifrar ¡qué es lo que quieren!”
Lo que en realidad me quiere decir es:  “Estoy desorientado y necesito que alguien me guíe” , y ¡tiene razón!  Honestamente, las mujeres podemos ser un poco, o un mucho, más complicadas, enigmáticas, sofisticadas y contradictorias que los hombres, quienes están acostumbrados a un estilo de comunicación más directo, más al grano y más simple.  Y estoy segura que la mayoría de los hombres quiere hacer lo correcto pero, la verdad, es que a veces no saben ni cómo.
El señor continúa:  “Fíjate, un día, mi esposa llega a la casa y me hace esa pregunta que siempre me pone a temblar:  ¨Mi amor, ¿Qué me notas diferente?¨ Yo la veo de arriba abajo y, ¡no noto nada! ¿Qué era?  ¿Un vestido nuevo? ¿Se pintó el pelo? ¿Traía aretes nuevos? Vi sus zapatos pero me acordé que ya se los había visto la semana pasada.  Pensé:  ¿Ahora qué le digo?  Para salir del atolladero, le contesté:  “te ves muy bonita, mi amor”.  Pero mi esposa continuó presionando.  “No, dime bien, ¿qué me notas diferente?  Como no le pude decir qué era, ella se sintió ofendida ¡y me hizo un tango que no te imaginas!  Resulta que la habían maquillado en una tienda y, dime tú… ¡cómo voy a adivinar!”  Me dio risa porque, estoy segura, esa pregunta la hemos hecho todas las mujeres.  Por eso no es de extrañar que cuando las mujeres se juntan su queja sea:  “¡Es que los hombre nomás no captan!”  
Afortunadamente, ¡somos diferentes!  Sabemos que los hombres tienen muchas fortalezas;  sin embargo, en el terreno interpersonal, nosotras les sacamos ventaja.  Muchas veces sabemos que “sabemos cosas”, aunque no estemos seguras de por qué las sabemos.
El estudio más importante que existe sobre las diferencias entre los sexos para decodificar los comportamientos no verbales, lo condujo el psicólogo Robert Rosenthal, de la Universidad de Harvard.  La prueba que desarrolló se llama PONS  (Profile of Nonverbal Sensitivity).  El PONS consiste en una serie de emociones como amor maternal, gratitud, búsqueda del perdón, seducción, ataques de celos y odio.  En cada videoclip, se encubren las palabras y se oculta, por lo menos, uno de los canales no verbales; en algunos, sólo es evidente; la expresión facial, en otros, nada más el lenguaje corporal y los gestos.  Esta prueba incluyó desde niños y niñas de tercer año de primaria hasta universitarios.
Los resultados de Rosenthal y su equipo revelan que, en 77 por ciento de los casos, las mujeres decodificaron con mayor exactitud los mensajes no verbales.  Otros estudios confirman que esta habilidad, tanto de percepción como de expresión femenina, es un atributo universal que sobrepasa la cultura a la que pertenezca el grupo analizado.
Lo paradójico es que las mujeres, al expresarse, no monitorean su conducta, a diferencia de los hombres;  y es aquí donde pueden meterse en aprietos.  Imagina a Laura en una junta de trabajo, un lunes por la mañana.  Ella, muy entusiasmada, presenta un plan que le encanta, le apasiona y cree que es el mejor para el grupo.  Al exponerlo, Laura sonríe, gesticula, mueve brazos y manos y su voz refleja gran emoción.
Es probable que los hombres presentes en la junta, con las cejas encontradas, cuestionen su fervor y credibilidad y piensen  “¿qué le pasa a ésta?”, incluso puede que uno se le acerque, la toque en el hombro y le diga, “Calma, Laura.  ¿Por qué estás tan emocionada?”  En el mundo de los hombres, si entras al terreno de lo emocional, significa que has perdido el control, que eres vulnerable y la señal que perciben es de inestabilidad.  Por lo tanto, ellos tienden a enmascarar sus emociones.
Para los hombres, el control está relacionado con el poder:  entre más control de sí mismo tienen, demuestran más don de mando.  Además, sus mensajes no verbales exigen atención y manifiestan mayor dominio.  Ellos saben cómo dirigir y controlar estas señales.  Aquí está su dilema.  Su gran reto surge cuando se enfrentan cara a cara en el terreno de las relaciones interpersonales, donde se topan con un mundo lleno de mensajes que se dicen sin palabras.  Por ejemplo, a la pregunta “¿qué te pasa?”, una mujer contesta de forma verbal “nada”, mientras que todo su lenguaje corporal manifiesta lo contrario.  El hombre, satisfecho y tranquilo con la respuesta, se da la media vuelta para después sorpresivamente ser víctima de un gran reclamo.  Es por eso que no me extraña la urgencia del señor mencionado, en cuanto a que las mujeres nos pongamos un código de barras en la frente.  ¿Tú que opinas?      


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