domingo, 26 de marzo de 2017

Del Libro “¿Nos tomamos un café?” de Odin Dupeyron



  
Tal vez haya un Patito Feo por ahí que, sin importar la edad que tenga, no entienda todavía lo que le pasa.  Es por eso que en este cuento le quiero decir algo muy importante.  Escúchame muy bien mi queridísimo Patito Feo:
No te angusties, no tengas miedo, no estás solo.
No traiciones nunca tu naturaleza, no trates de ser como los demás sólo para ser aceptado.
No te quiebres ante las burlas o las pocas muestras de afecto de aquellos que no piensan más que con su pequeño cerebro de pato.  No permitas que nadie te intimide, que nadie te pase encima y aprende a defenderte.  Los amigos de tu infancia y adolescencia, la mayoría de las personas que te rodean y aquellos a los que tanto intentas pertenecer, no estarán en tu vida en diez años, en veinte años.  Y como adulto es lo mismo, la verdad es que la gente se va, la vida cambia, los amigos toman caminos distintos, pero los que te quieren tal cual eres, siempre estarán en tu vida.  Y los demás, los que te hacen sentir tan mal…. ¡ni vale la pena que estén!   Así que no renuncies jamás a ti por tratar de quedarte en la vida de alguien que no te aprecia…. Si alguien te critica por no ser un pato ¡te lo suplico!  No les hagas el menor caso.  
Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca dejes de ser tú.
Yo te prometo que si resistes, si no sucumbes ante los demás y si tienes suficiente paciencia, ese ser maravilloso que vive dentro de ti desde que llegaste aquí, saldrá a flote con toda su magnificencia.
Solo tienes que aprender a escucharlo y a conocerlo, conocerlo para poder ayudarlo a florecer, a abrir sus alas y enseñarlo a ser lo que es:  ¡Un cisne!
Créeme que el día llegará, y ese día, podrás sentirte orgulloso de no haberte traicionado.

Créemelo.  Por favor créemelo, que te lo dice, desde el fondo de su corazón, un ex-pobre  Patito Feo. 

lunes, 20 de marzo de 2017

Del Libro “Señas, Palabras y Silencio” de Graciela Rascón Miranda





Malú y yo teníamos la costumbre de caminar al salir el Sol, en el parquecito de nuestra colonia.  Una mañana ella iba vestida con una camiseta blanca y unos shorts holgados color rosa, con lunares blancos, que mostraban sus piernas flacas como toda ella.  Sucedió que estaba enojadísima quejándose de una situación.  Yo permanecía muy atenta, preocupada y dispuesta a ayudarla en lo que se presentara.  Y de pronto soltó: 
- ¡Y me paré de pestañas del coraje!!
Yo solté una buena carcajada.  Mi pecado natural fue transformar esta exclamación en una imagen:  zancas arriba, shorts caídos y unas pestañas larguísimas deteniéndola en el suelo de la calle.  A lo que ella, ya con doble enojo me preguntó.
- ¡¿De qué te estás burlando?!
Ofrecí una disculpa y le recordé mi proceso mental al describirle la representación de su figura con los tenis pasando mi estatura.  Al final ella me ganó en la competencia de carcajadas.
Un día Malú de plano se animó a darme un leve golpe en la espalda para decirme:
- ¡Suelta la risa, suéltala!  Te ríes sin sonido desde que te conozco.
- No, no, porque me río muy feo.
- ¿Cómo sabes y quién te dijo eso?
- Una amiga de mi hermanita, cuando yo tenía dieciséis años.
- Y a ti qué te importa,  ¿para qué le hiciste caso?
- Pues yo qué sabía de risas bonitas o feas, creí que todas eran iguales.
- Y eso qué, ¡suéltate!
Saqué cuentas – ojo, a mis cuarenta y dos años – del tiempo que me reprimí.  Lo pensé y me dije, “al diablo las burlas”, y me solté al maravilloso sentir de la risa en público hasta llegar a las carcajadas.



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Del Libro “Mujeres de conquista” de Carlos Cuauhtémoc Sánchez





Las mujeres que no tratan de ser como los hombres son inspiración para la humanidad:  su altruismo da testimonio de fortaleza ante las desgracias;  su ternura brinda una cara de comprensión y buen trato entre la gente, su sensibilidad nos enseña a no dejarnos llevar sólo por valores materiales…
Ellas son depositarias y transmisoras de todos los elementos que constituyen una cultura:  tradiciones, hábitos, y formas de pensar, valores y principios….

Los hombres sin mujeres, podemos estar vivos, pero no tenemos vida.

domingo, 5 de marzo de 2017

Del Libro “Perdonar” de Robin Casarjian



 

Ejercicio:  Trabajo con el malestar físico



Ten presente no dejar de respirar.  Respira con suavidad, lenta y plenamente.  Con cada espiración, repite esta recomendación:  “Relájate”.  Cuando notes las sensaciones físicas molestas, continúa respirando, sin contener el aliento.  Conscientemente incítate a relajarte.  En lugar de llamar dolor al malestar, trata de advertir las diferentes sensaciones:  ¿Qué sientes? ¿Calor? ¿Frío? ¿Hormigueo? ¿Rigidez? ¿Ardor? ¿Quemazón?.... Esa sensación, ¿es aguda o apagada? ¿Se expande o se contrae? ¿Avanza o se queda en un solo lugar? ¿Te pide una reacción física? ¿Abrazarla? ¿Alejarte de ella? ¿Te hace sentir deseos de moverte o todo lo contrario? ¿Te trae algún recuerdo a la mente? ¿Te evoca emociones familiares o desconocidas?
Ahora que tienes experiencia en el papel de observador objetivo, te invito a avanzar un paso más.  Continúa respirando con suavidad y plenamente… y ríndete al malestar aflojando la resistencia a las sensaciones… Suavemente abandona toda resistencia… continúa aflojando la resistencia...  rindiéndote al malestar al suavizar la resistencia a las emociones… Envía amor y atención a esa parte de tu cuerpo.  Hazlo durante unos cinco o diez minutos, si es posible… Si no, inténtalo durante un minuto.  Relacionarte con el malestar de esa manera incluso durante unos breves instantes te será útil y sanador.
El maestro y escritor Steven Levine lo expresa así:  “Eres responsable de tu cuerpo, de tu cáncer, de tu corazón”.  Levine ha trabajado muchísimo con personas afectadas de enfermedades crónicas y de enfermedades que amenazan la vida, y dice:  “Recomendamos a los enfermos que traten a su enfermedad como si ésta fuera un hijo único, con la misma comprensión y la misma atención cariñosa.  Si la enfermedad estuviera en el cuerpo de ese hijo, lo acariciaríamos, lo abrazaríamos, haríamos todo lo posible para que sanara y se sintiera bien.  Pero cuando la enfermedad está en nuestro cuerpo, en cierto modo  la amurallamos, le enviamos odio y rabia.  Nos tratamos con muy poca amabilidad, con muy poca suavidad. “
El perdón nos permite dejar de hacer esas repetidas comparaciones con las cosas como eran antes, y con la salud de los demás:   “Antes yo era capaz de hacer mucho más.  Los otros tienen mucha más energía que yo”.  Comparar nuestro cuerpo con lo que era antes y con el de los demás nos mantiene encerrados en la insatisfacción crónica, separados de la vitalidad de que disponemos en este mismo momento.  Es normal sentir frustración y envidia de los demás, sobre todo cuando los síntomas o la enfermedad nos limitan en el trabajo, en la comida, en las actividades, en la sexualidad o en las relaciones.  Pero tratemos de estar alerta, para que esos sentimientos no nos aten al pasado, al temor ni al descontento crónico.  Tengamos presente ser amables con nuestro cuerpo y con nosotros mismos, y tratemos de centrar nuestra atención en lo que podemos hacer.
Medita sobre el ejercicio “¿Quién o qué es consciente?”.  Aun cuando los síntomas sean muy pronunciados y molestos, a veces podemos distanciarnos un poco de ellos.  Una persona lo expresaba así:  “Yo no era ninguna de esas experiencias, sino el aspecto de la conciencia que lo observaba todo”.  Esto es la increíble curación y la libertad que nos ofrece el hecho de perdonar a nuestro cuerpo.  Es la libertad que nos proporciona saber que aunque estemos enfermos, la enfermedad no es lo único que somos.  No es necesario que nos identifiquemos totalmente con ella.  Podemos tener cáncer, hipertensión, colitis, asma, esclerosis muscular, etcétera, pero hay una dimensión en nosotros que puede estar al mismo tiempo muy viva y sana.  Podemos sanar aunque nuestro cuerpo físico no se cure.  El cuerpo puede estar enfermo y nosotros estar en paz.  También es posible que los síntomas físicos desparezcan y continuemos sintiéndonos fragmentados, temerosos y enfadados.  Tal vez el cuerpo físico se cure y la persona no sane, porque la mayor parte de su energía emocional y física la ha gastado en rabia, resistencia y temor, y es muy poca la que le queda para sanar.

El proceso de curación es muchísimo más que un cambio en los síntomas físicos.  Sanamos en aquellos momentos en que abandonamos el temor y nos permitimos una paz más profunda, cuando, como dice Levine, “dejamos que nuestra mente se hunda en nuestro corazón”, en otras palabras, cuando rodeamos nuestro dolor con amor.  Cuando conscientemente nos permitimos la comunicación con nuestro centro esencial, somos más capaces de volver a conectar con nuestra capacidad sanadora interior.