viernes, 27 de agosto de 2010

Del Libro “La Ruta de los Monumentos Históricos de Tijuana” de Julio Rodríguez B.




Benito Juárez




El primer monumento a Juárez se instaló en el antiguo parque Teniente Miguel Guerrero. Fue inaugurado el 21 de Marzo de 1960. Era Gobernador del Estado el Ing. Eligio Esquivel Méndez y Presidente de la Ciudad de Tijuana el Sr. Xicotencatl Leyva Alemán. El monumento lo construyó el distinguido maestro de Educación Técnica Ing. Ricardo Luviano G.

Juárez al nacer pertenecía a la clase humilde, le abrigó el frágil techo de una cabaña y poco a poco, por su esfuerzo, por sus energías sin fin, por la firmeza de sus convicciones y por lo nítido y bien definido de sus ideales, llegó a elevarse, escalón por escalón, hasta la Presidencia de la República. Perteneció siempre al partido liberal y en su larga y meritoria carrera política demostró constantemente aquellas cualidades excelsas que constituyen a los hombres de estado, a lo pastores de los pueblos. Su alma estoica, impasible y serena, resistía con firmeza las más intensas emociones sin que contrajese un músculo de su bronceada fisonomía; su carácter era inquebrantable y sus designios vigorosamente orientados, marcaban a la nación el rumbo que debían seguir.

Lleno de fe en sus ideales jamás desfalleció; cuando todo se derrumbaba en torno suyo, él permanecía en pié sostenido por la maravillosa entereza de su carácter. Les narraré una anécdota que le sucedió al Presidente Juárez en su largo peregrinar por México, lo pinta en su extrema sencillez….

- Al llegar Benito Juárez a Veracruz con sus colaboradores se instaló en casa del Gobernador Manuel Gutiérrez Zamora. Este tenía dispuesta la mejor habitación para el Presidente de la República, pero Juárez rogó a Melchor Ocampo el cambio de habitación, pretextando que la destinada a Ocampo estaba más próxima al cuarto de baño. Ante los reiterados ruegos del Presidente, Ocampo accedió. Este cambio tuvo efecto por la noche, a poco de haber llegado y cuando el servicio ya se había retirado.

A la mañana siguiente, Benito Juárez salió de la habitación y fue al cuarto de baño. No había agua. Dio unas palmaditas y acudió una sirvienta llamada Petrona, que no había visto a nadie de la comitiva presidencial. Era una mujer del pueblo, entrada en años y algo regañona.
- ¿Qué quiere usted? – le preguntó la sirvienta.
- Un poco de agua, por favor – le pidió Juárez.
- Espérese si gusta. ¡Vaya indio aseado éste!, ¡primero es el Seños Presidente, me parece!
- Benito Juárez se retiró a su habitación sin la menor réplica. Pasado un cuarto de la hora o cosa así, el Presidente insistió en su petición.
- ¡Aguarde si quiere, que primero he de servir al Señor Juárez!.... ¡Pues no faltaba más!... ¿Habrá impertinente? ¡Estos indios con puestos de mando son insufribles! ¡Y si tanta prisa tiene, sírvase usted mismo! Allí está el grifo - Y le señaló un lavadero en un rincón del patio. Juárez sin contestar a la malhumorada Petrona, fue en busca del agua para su aseo.

Para la hora del almuerzo la criada se había puesto sus mejores ropas y un tanto nerviosa esperaba ver al Señor Presidente de la República, al que quería tener el alto honor de servir. Cada vez que veía a un señor alto y buen mozo, se deshacía en cumplidos y agasajos, por si fuera el señor Presidente. En un momento dado vio al indio impertinente vestido con una levita negra, que cruzaba la sala yendo por un corredor en compañía del Sr. Gutiérrez Zamora, el amo.
- Ahí va ese – pensó la buena mujer.
- Se instalaron en derredor de la mesa y el puesto de honor correspondió al indio de la levita negra, feo de rostro y corto de piernas. La criada veía que nadie se acomodaba en su asiento hasta que el indio no se sentara en la silla de alto respaldo. Palideció, tembló y se le escapó un grito de terror. Todos volvieron la vista hacia la pobre sirvienta, quien lloraba desconsoladamente. Juárez se levantó, la agarró cariñosamente por un brazo y con visible extrañeza, sus acompañantes oyeron que le dijo:
- No llore señorita. No tenga cuidado. Nada irreparable ha ocurrido. Tranquilícese usted y sirva la mesa si éste es su trabajo, que aquí cada cual ha de cumplir con el suyo.

jueves, 19 de agosto de 2010

Del Libro “El matadragones que tenía el corazón pesaroso”


- ¿Una medicina llamada serenidad? – Preguntó Duke-. Nunca había oído hablar de ella. ¿Es un tónico que se bebe? Ya sé, es algo que me tengo que frotar en el pecho, sobre el corazón. Apuesto que es eso.

- No es nada de eso. Es, simplemente, la vieja y cotidiana serenidad. Esa especie de paz mental.

- ¿Me está tomando el pelo?- saltó Duke, meneando la receta en el aire-. ¿Cómo se supone que voy a hacer eso? ¿A menos que usted sepa de un farmacéutico que venda serenidad por prescripción médica!

- La verdad es que sé de un sitio mejor que la farmacia donde puede usted encontrar la serenidad que necesita – dijo Doc.

Duke meneó la cabeza.
- No estoy muy seguro de todo esto. ¿Cómo sabe usted siquiera que va a funcionar, suponiendo que la consiga? Quiero decir que ni siquiera es una medicina de verdad.

-Oh, la serenidad es una medicina bajo cualquier punto de vista – dijo el búho pacientemente-. Según investigaciones realizadas a lo largo de muchos años por parte de las mejores mentes científicas del país, se ha demostrado de forma consistente que la serenidad es el mejor tratamiento para la mayoría de casos del mal-estar de corazón. De hecho, es el único tratamiento eficaz y duradero disponible. Hasta la fecha, un tratamiento completo de serenidad puede proporcionar una ligereza de corazón imposible de alcanzar por medio de otros tratamientos. Tengo algunos extractos médicos de las últimas investigaciones en mi bolsa. Le invito a que les eche un vistazo.

A Duke se le iluminó la mirada.
- ¿Ligereza de corazón? ¿De verdad? ¡Oh, qué no daría yo por tener el corazón ligero! – dijo, pensando en lo que supondría liberarse de aquella molesta pesadez……..

… Ahora Duke, le sugiero que se ponga en marcha. Un instante desperdiciado es un instante perdido para siempre.

- ¿Qué me ponga en marcha? ¿Quiere decir que me ponga en camino a ese sitio que dice que es mejor que una farmacia? Y, por favor, no me diga que es algo así como un monasterio con gente sentada a tu alrededor contemplándose el ombligo. Ya sabe, meditando y diciendo Ommmmmmm. ¡Odio todas esas tonterías!




- Ya vuelve otra vez con sus ideas preconcebidas. En primer lugar, con los maestros; luego, con la naturaleza de la medicina; ahora, con cómo y dónde obtendrá la serenidad que necesita, además del de meditar en un monasterio, aunque esto le haya podido ser de lo más útil a algunas personas. Mentes cerradas, puertas cerradas. Recuerde eso, Duke.

- Bueno, sea cual sea ese sitio, espero que esté cerca. O sea, ¿no podría ir usted (o mejor, volar) hasta allí en mi lugar y traerme lo que yo vaya a necesitar?

- No se puede recibir la serenidad de nadie, ni se puede comprar, ni se puede conseguir exigiéndola, ni suplicándola. La serenidad es un estado del ser. Es algo que uno tiene que aprender cómo tener – dijo Doc con resolución.

jueves, 12 de agosto de 2010

Del Libro “Para vivir en paz” de Francisco J. Angel Real….



Dale otra oportunidad a la vida



Hay mucha gente que culpa a la vida por su insatisfacción: “Fui hijo único o éramos muchos, nadie se preocupaba por mi, o mis padres me sobreprotegían, eran muy estrictos o me daban mucha libertad, nunca tuve oportunidades, o todo se me dio con mucha facilidad, no tengo suerte, lo que me pasó me marcó para siempre, es mi Karma, es mi destino” en fin, cualquier explicación es buena.
¿Cuál es la tuya?

Algunos de los sucesos de nuestra vida nos duelen pero, NO nos marcan ni nos manchan, ni tienen porqué echar a perder el resto de nuestra vida.
La vida está llena de eventos que no nos agradan pero también tiene cosas buenas. ¡Dale otra oportunidad! Reconcíliate con ella.
La vida es así, tiene nacimientos y muertes, desgracias y bellos amaneceres, bondad y guerra, buena fortuna y pérdidas, ricos alimentos y hambre, amor y traición, calma y tormenta.
Todo esto existe y nos toca a todos de vez en cuando. Nadie puede garantizar que su vida será perfecta.

Las cosas no siempre son como queremos, nuestros planes no siempre funcionan, la persona que queremos no siempre nos regresa el amor que le damos y nuestro amigo alguna vez nos queda mal.
Hay un dicho cursi que dice: “No hay rosa sin espina”
Pues así es la vida, tiene varias espinas, es imperfecta y así puedes aceptarla.

Cuando te topes con una de esas espinas, ten mucho amor por ti mismo, recuerda que eres parte de la vida y, como tal, compartes con todas tus alegrías y pesares.
El que los seres humanos seamos vulnerables y sensibles es parte de nuestra naturaleza.
Hay varias personas que se paralizan esperando que todo vaya bien para empezar a vivir su vida. Sin embargo, la vida sigue siendo igual: impredecible e imperfecta.

Cuando logres reconciliarte con la vida, tendrás una actitud positiva hacia ella.
Aceptarás lo bueno con alegría y lo malo con valentía.
La vida, en realidad, quiere darte todo lo que deseas. Aprende a recibir lo que te ofrece.
Recibe todas las bendiciones que te rodean con agradecimiento. Date cuenta que diariamente la vida te hace una infinidad de regalos.

Tu vida misma es un regalo todos los días! ¡Agradécela y aprovéchala!

jueves, 5 de agosto de 2010

Del Libro “La vocecita” de Blair Singer”


Técnica 4: El interrogatorio o cómo analizar
cada situación y apalancarla para crecer.


Imagina que tuviste un triunfo o que sufriste un fracaso. Imagina que estás confundido o en un dilema. Después de esas experiencias que dejan una especie de estela emocional, sean positivas o negativas, es necesario que sigas adelante, pues de otro modo tu vocecita se estancará en todo tipo de cuestionamientos; “¿Pude haber actuado mejor? ¿Qué hubiera sido preferible?” Nadie desconoce esta clase de preguntas, pero debemos deshacernos de ellas porque agotan nuestra energía. Cuestionar todos tus actos puede dejarte exhausto. He aquí cómo manejar la situación.


Lo que debes hacer es plantearte una serie de preguntas muy sencillas después de cualquier situación emocional fuerte:
1.- ¿Qué fue lo que sucedió? Puedes dividir esta pregunta en dos partes:
¿Qué funcionó?
¿Qué no funcionó?
Por ejemplo, si haces una visita de ventas que resulta un fracaso, puedes entablar contigo mismo un diálogo como el siguiente:
¿Qué fue lo que sucedió?
“El posible cliente mostró poco o ningún interés.”
¿Qué funcionó?
“Bueno, evaluamos muy bien sus necesidades y ellos lo aceptaron.
¿Qué no funcionó?
“Parece que cuando empezamos a hablar del precio se distrajeron, y cuando hablamos de la implementación del sistema encontraron mejores opciones y perdimos al cliente.”
Ahora que sabes qué ocurrió, puedes formularte las siguientes preguntas:

2.- ¿Por qué? La respuesta podría ser la siguiente:
“Bueno, no hicimos una investigación previa. No habíamos hecho nuestras cuentas.”





3.- ¿Qué aprendí? Lo que buscamos aquí es un patrón de comportamiento. Puedes decirte algo como esto:
“Aprendí que es necesario estar más preparado para manejar las cuestiones relacionadas con el precio. Necesito una mejor presentación del tema del dinero. En vez de pensar en costos tal vez debamos hablar de inversión y concentrarnos en el valor. En vez de hablar sobre cuánto van a gastar debemos destacar los rendimientos que obtendrán.”

4.- ¿Qué fue lo que aprendí? Tu respuesta puede ser:
“Aprendí que cuando empiezo a hablar de dinero me pongo muy nervioso, y que esto ocurre con mucha frecuencia. Tal vez es hora de superar ese obstáculo y practicar cómo responder a las objeciones sobre el precio.”


Sea cual sea el problema, debes enfrentarlo. Y cuando te preguntes qué aprendiste, ya no importa si fue un acierto o un error; ya no interesa si metiste la pata o no. Cerraste el trato o no lo cerraste, pero en cualquier caso aprendiste algo. A veces, en días difíciles me pregunto una y otra vez: “¿Cuál es la lección? ¿Qué fue lo que aprendí?” Esta es una herramienta que me ha sacado de problemas cientos de veces, pues tarde o temprano tu cerebro dirá algo como: “Aprendiste que eres un tonto”.
Es entonces cuando debes responder con un: “No. Esto no lo voy a aceptar”.
O puede que diga: “Aprendí que no debí salir de la cama hoy.”
Aquí debes decir: “No; inténtalo otra vez” hasta descubrir la verdadera lección, que es: “Aprendí que debo practicar más mis presentaciones para comunicarme con mayor profesionalismo.”


Para realizar cambios significativos es necesario que, constantemente, te preguntes qué aprendiste. No permitas que tu primera reacción o la primera respuesta de tu vocecita sea la última. A eso se le llama el interrogatorio.