jueves, 27 de octubre de 2016

Del Libro “Primero tu” de Gaby Vargas






                             El verdadero bienestar

El viajero llega a un pueblo y al pasar por el cementerio le llaman su atención las fechas en las tumbas.  Se asombra de la brevedad de las vidas porque todas oscilan entre los 9, 11, 12 y 15 años. 

Azorado, pregunta:  “Oiga, ¿por qué aquí todos han muerto tan jóvenes?, y el viejo cuidador del lugar le responde:  “No señor, no han muerto jóvenes, es que los que vivimos en este pueblo sólo contamos los momentos y los días de la vida en los que hemos sido realmente felices…. Lo demás, es paja.”

Este cuento de Jorge Bucay revela lo que en verdad te proporciona bienestar:  convivir con la gente – familia, amigos – que queremos, que nos hacen sentir bien y a quienes hacemos sentir bien.  Hacer algo por los demás y vivir apasionadamente.  ¿Se te ocurre alguna otra opción?  Nuestros afectos tienen un poder curativo impresionante e impactan en nuestro bienestar más de lo que imaginas.  Sólo que hay que cultivarlos.    


jueves, 20 de octubre de 2016

Del Libro “Educar el carácter” de Alfonso Aguiló



Susceptibilidad.  Piensa bien y acertarás



Las personas susceptibles acarrean una pesada desgracia:  la de ser retorcidos.
Complican lo sencillo y agotan al más paciente.
Viven siempre con la guardia en alto, a pesar de lo cansado que resulta. 
Son capaces de encontrar secretas intenciones, conjuras o malévolos planteamientos en las cosas más sencillas.
Imaginan en los ojos de los demás miradas llenas de censura.
Una pregunta cualquiera es interpretada como una indirecta o una condena, como una alusión a un posible defecto personal. 
Con ellos hay que medir bien las palabras y andarse con pies de plomo para no herirles.
La susceptibilidad tiene su raíz en el egocentrismo y la complicación interior:  “que si no me tratan como merezco…, que si ése qué se ha creído…., que no me tienen consideración…, que no se preocupan de mí…., que no se dan cuenta…”, y así ahogan la confianza y hacen difícil convivir.

Veamos algunos ejemplos de ideas para alejar ese peligro:
·           *  Guardarse de la continua sospecha, que es un fuerte veneno contra la amistad y las buenas relaciones familiares.
·            *  No querer ver segundas intenciones en todo lo que hacen o dicen los demás;
·            *  No ser tan ácidos, tan críticos, tan cáusticos, tan demoledores:  no se puede ir por la vida dando manotazos a diestro y siniestro;
·         Salvar siempre la buena intención de los demásno tolerar en la casa críticas sobre familiares, vecinos, compañeros o profesores de los hijos;
·            *  Confiar en que todas las personas son buenas mientras no se demuestres lo contrario:  cualquier ser humano, visto suficientemente de cerca y con buenos ojos (Plotino decía que todo es bello para el que tiene el alma bella), terminará por parecernos, en el fondo, una persona encantadora:  es cuestión de verle con buenos ojos, de no etiquetarle por detalles de poca importancia o juzgarle por la primera impresión externa:
·          *   No hurgar en heridas antiguas, resucitando viejos agravios o alimentando ansias de desquite;
·         Ser leal y hacer llegar nuestra crítica antes al interesado:  darle la oportunidad de rectificar antes de condenarle;  y no hasta con decir:  “si ya se lo dije y no hace ni caso…”, porque además muchas veces no es verdad:

·            *  Soportarse a uno mismo, porque muchos que parecen resentidos contra las personas que le rodean, lo que en verdad les sucede es que no consiguen luchar con deportividad contra sus propios defectos. 


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jueves, 13 de octubre de 2016

Del Libro “Los siete poderes” de Alex Rovira Celma





Si piensas que no puedes, no podrás.  Si piensas que no te atreves, no lo harás.  Si crees que estás vencido, lo estás.  De ello se alimenta el Señor de las Tinieblas:  del miedo, de la inseguridad que nace de la falta de amor y de confianza en nosotros mismos.  

¡Piensa que puedes y podrás!  La mayor derrota no consiste en no superar un reto, sino ni siquiera intentarlo.  La batalla de la vida no siempre la gana el hombre más fuerte, el más ágil o el más rápido, sino aquel que cree que podrá hacerlo



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domingo, 9 de octubre de 2016

Del Libro “¿Nos tomamos un café?” de Odin Dupeyron





Creo en la originalidad de cada una de las personas y constantemente celebro las diferencias que existen entre cada uno de nosotros.  El mundo ideal para mí, sería aquél donde todos celebráramos precisamente esas diferencias que nos hacen únicos y originales;  un mundo lleno de judíos, cristianos, mormones, altos, bajos, gordos, flacos, heterosexuales, homosexuales, rubios, negros, bancos, pelirrojos, de todos los gustos y de todas las formas, siempre distintos, siempre diferentes, pero en el fondo, en espíritu…. siempre iguales.

Con el paso del tiempo he descubierto que, de alguna manera que no logro entender, todos somos uno y en el fondo de nuestra alma somos indiscutiblemente iguales, venimos del mismo lugar y vamos a parar al mismo sitio; tenemos los mismo deseos de ser felices, de ser amados y de amar;  tenemos las mismas necesidades de compartir con los demás logros, alegrías, penas y miserias;  tenemos la necesidad natural de hacer amigos, así como de estar solos en momentos específicos.
Tenemos la misma risa, que aunque se exprese de diferentes formas, en el fondo, se dispara con las mismas alegrías; tenemos el mismo llanto que la mayoría de las veces se siente con la misma intensidad y con el mismo dolor.

Todos nos sentimos pequeños ante la muerte, y todos, absolutamente todos, nos emocionamos ante el amor.  Y es increíble cómo al alma no le importan las nacionalidades ni las fronteras, al amor, al dolor y a la felicidad poco les importa si eres pobre, rico, si eres un político, un doctor o un enfermo.  Ante la belleza de un cuerpo o de un alma, ante el roce de las manos de la persona que amas sobre tu piel, el estómago se sume y el corazón se acelera, seas mexicano, árabe, tailandés o hawaiano.  El placer de hacer el amor amando, no conoce de religión, de sexos, de edades o de clases sociales.  Somos milagrosamente tan distintos y a la vez tan iguales;  y sólo estamos aquí, de paso, compartiendo nuestra estancia…. Nuestra brevísima estancia en esta tierra. 
¿No es increíble que a pesar de tantos años de existir en el planeta no hayamos aprendido todavía a respetar nuestras diferencias?  ¿No es increíble cómo a pesar del pequeñísimo tiempo de vida que tenemos cada uno de nosotros, en vez de celebrar esas diferencias, las condenamos?  Vivimos toda una vida tratando de ser como otros o tratando de que otros crean en lo que creemos nosotros o que los demás se comporten como nos comportaríamos nosotros;  cuando la verdadera igualdad va más allá de eso.  La verdadera igualdad del hombre es de espíritu y de sentimiento.


Vamos muy rápido, vamos demasiado rápido, la vida es tan corta y aun así, nos dejamos atrapar por el torbellino de la rutina, nos paralizamos ante una sociedad que nos juzga, nos condiciona y nos condena.  ¿Cuántas veces nos damos tiempo para pláticas, para conocernos, para compartir algo más que las pláticas triviales y cotidianas?  ¿Cuántas veces nos damos el tiempo de sentarnos y aprender de nuestra igualdad y de nuestras diferencias?  ¿Cuántas veces nos mostramos como realmente somos;  sin máscaras y sin miedos?  En cambio, nos alejamos, nos escondemos, nos  disfrazamos y nos lastimamos constantemente.  Son pocas las ocasiones en las que verdaderamente nos damos tiempo de compartir “apuntes”, de comentar lo que se ha aprendido de lo que hemos vivido.



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sábado, 1 de octubre de 2016

Del Libro “La Rueda de la Vida” de Elisabeth Kubler-Ross




Según los relatos de las personas entrevistadas que compilé, la muerte ocurre en varias fases distintas.

Cuarta fase:

Según los relatos, en esta fase se encontraban en presencia de la Fuente Suprema.  Algunos la llamaban Dios, otros decían que simplemente sabían que estaban rodeados por todo el conocimiento que existe, pasado, presente y futuro, un conocimiento sin juicios, solamente amoroso.  Aquellos que se materializaban en esta fase ya no necesitaban su forma etérea, se convertían en energía espiritual, la forma que adoptan los seres humanos entre una vida y otra y cuando han completado su destino.  Experimentaban la unicidad, la totalidad o integración de la existencia.
En ese estado la persona hacía una revisión de su vida, un proceso en el que veía todos los actos, palabras y pensamientos de su existencia.  Se le hacía comprender los motivos de todos sus pensamientos, decisiones y actos y veía de qué modo éstos habían afectado a otras personas, incluso a desconocidos;  veía cómo podría haber sido su vida, toda la capacidad en potencia que poseía.  Se le hacía ver que las vidas de todas las personas están interrelacionadas, entrelazadas, que todo pensamiento o acto tiene repercusiones en todos los demás seres vivos del planeta, a modo de reacción en cadena. 
Mi interpretación fue que esto sería el cielo o el infierno, o tal vez ambos.

El mayor regalo que hizo Dios al hombre es el libre albedrío.  Pero esta libertad exige responsabilidad, la responsabilidad de elegir lo correcto, lo mejor, lo más considerado y respetuoso, de tomar decisiones que beneficien al mundo, que mejoren la humanidad.  En esta fase se les preguntaba a las personas:  “¿Qué servicio has prestado?”  Esa era la pregunta más difícil de contestar;  les exigía repasar las elecciones y decisiones que habían tomado en la vida para ver si habían sido las mejores.  Ahí descubrían si habían aprendido o no las lecciones que debían aprender, de las cuales la principal y definitiva es el amor incondicional.

La conclusión básica que saqué de todo esto, y que no ha cambiado, es que todos los seres humanos, al margen de nuestra nacionalidad, riqueza o pobreza, tenemos necesidades, deseos y preocupaciones similares.  En realidad, nunca he conocido a nadie cuya mayor necesidad no sea el amor.
El verdadero amor incondicional.
Este se puede encontrar en el matrimonio o en un simple acto de amabilidad hacia alguien que necesita ayuda.  No hay forma de confundir el amor, se siente en el corazón;  es la fibra común de la vida, la llama que nos calienta el alma, que da energía a nuestro espíritu y da pasión a nuestra vida.  Es nuestra conexión con Dios y con los demás.

Toda persona pasa por dificultades en su vida. Alguna son grandes y otras no parecen tan importantes.  Pero son las lecciones que hemos de aprender.  Eso lo hacemos eligiendo.  Yo digo que para llevar una buena vida y así tener una buena muerte, hemos de tomar nuestras decisiones teniendo por objetivo el amor incondicional y preguntándonos:  “¿Qué servicio voy a prestar con esto?”
Dios nos ha dado la libertad de elegir; la libertad de desarrollarnos, crecer y amar.
La vida es una responsabilidad.  Yo tuve que decidir si orientaba o no a una mujer moribunda que no podía pagar ese servicio. Tomé la decisión basándome en que lo que sentía en mi corazón era lo correcto, aunque me costara el puesto.  Esa opción era la buena para mí.  Habría otras opciones, la vida está llena de ellas.

En definitiva, cada persona elige si sale de la dificultad aplastada o perfeccionada.