viernes, 15 de marzo de 2024

 

Del libro “Cómo hacer que te pasen cosas buenas” de Marian Rojas Estapé

 

La verdadera felicidad

 



El ser humano busca tener y relaciona felicidad con posesión.  Nos pasamos la vida buscando tener estabilidad económica, social, profesional, afectiva…. Tener seguridad, tener prestigio, tener cosas materiales, tener amigos… La felicidad verdadera no está en el tener, sino en el ser.  Nuestra forma de ser es la base de la verdadera felicidad.

Si acaparar bienes materiales no es la solución para ser feliz, ¿Cuál es? En mi opinión, en este mundo tan cambiante y en plena evolución, la felicidad pasa necesariamente por volver a los valores.  ¿Y qué son los valores? Aquello que nos ayuda a ser mejor persona y nos perfecciona.  Es básico y se convierte en la guía en los momentos de caos y de incertidumbre.

Cuando uno se pierde y no sabe hacia dónde dirigirse, el tener unos valores, unas directrices claras, ayuda a que el barco no se hunda. Ya lo decía Aristóteles en su Ética a Nicómaco: “seamos con nuestras vidas como arqueros que tienen un blanco”. Hoy en día no existen blancos donde apuntar, se han extinguido los arqueros y las flechas vuelan caóticas en todas las direcciones.

Para entender a qué mundo nos enfrentamos, me gusta este acrónimo introducido por la US Army War College:  VUCA, que nos sitúa de forma sociológica en contexto.

Volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad (VUCA por sus siglas en inglés: volatility, uncertainty, complexity y ambiguity).  Esta noción fue descrita para describir como se encontraba el mundo tras el final de la Guerra Fría. Actualmente se usa en liderazgo estratégico, en análisis sociológicos y en educación para describir las condiciones socioculturales, psicológicas y políticas.

La volatilidad se refiere a la rapidez de los cambios. Nada parece ser  estable: los portales de noticias cambian cada pocos segundos para enganchar a los lectores, las tendencias como ropas o lugares de moda pueden modificarse en días, la economía y la bosa fluctúan en cuestión de horas…

La incertidumbre; pocas cosas son predecibles. Los acontecimientos se suceden y uno puede sentirse impactado ante el giro de la situación. A pesar de que existen algoritmos para intentar adelantar o prever el futuro, la realidad acaba superando a la ficción.  La complejidad se explica porque nuestro mundo está interconectado y el nivel de precisión en todos los campos del saber humano es casi infinitesimal.  Hasta los más mínimos detalles influyen en el resultado de la vida – el famoso efecto mariposa de la teoría del caos –. La ambigüedad – que yo conectaría con el relativismo – no deja paso a una claridad de ideas. Todo puede ser o no ser. No existen ideas claras sobre casi ningún aspecto.

Siempre he pensado que la psiquiatría es una profesión maravillosa. Es la ciencia del alma.  Ayudamos a las personas que se acercan a pedir ayuda a entender cómo funciona su mente, su procesamiento de la información, sus emociones y su comportamiento.  Intentamos restaurar heridas del pasado o aprender a manejar situaciones difíciles o imposibles de controlar. Actualmente existen múltiples libros para aprender a enfocarse mejor en la vida y aprender a gestionar diferentes temas. Como todo, hay que saber filtrar y, principalmente, encontrar el tipo o estilo que más nos conviene. Los psiquiatras y psicólogos debemos adaptarnos a nuestros pacientes, entender sus silencios, sus momentos, sus miedos, sus preocupaciones, sin juzgar, con orden y sosiego, sabiendo transmitir serenidad y optimismo.

Me fascina entender y saber cómo pensamos, las causas de nuestras reacciones y que son las emociones y como se reflejan estas en la mente. Al final, la felicidad tiene mucho que ver con la manera en que yo me observo, analizo y juzgo, y con lo que yo esperaba de mí y de mi vida; es decir, en una frase, la felicidad se encuentra en el equilibrio entre mis aspiraciones personales, afectivas, profesionales y lo que he ido poco a poco logrando. Esto tiene un resultado: una autoestima adecuada, una valoración adecuada de uno mismo.

 

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viernes, 8 de marzo de 2024

 

Del libro: “Del otro lado del miedo” de Mario Guerra.

 

 

El miedo a tomar decisiones

 


1.-  En la vida continuamente estamos tomando decisiones y hacer esto normalmente no nos produce miedo o ansiedad, salvo que se trate de situaciones relevantes que pueden alterar el rumbo de nuestra vida.  Decidir es hacer una evaluación entre dos o más opciones y elegir la más probable para lograr uno o más objetivos.

2.-  A veces, sin embargo, no podemos elegir y debemos afrontar situaciones graves como la pérdida o una enfermedad. Lo cual puede desatar al miedo y paralizarnos.

3.-  El miedo a decidir frecuentemente tiene que ver con el miedo a equivocarnos y tener que afrontar las consecuencias del error.  Esto se vincula con el miedo existencial a la libertad del que ya hablamos.

4.-  Lo que es bueno para una persona puede no serlo para otra, de igual manera lo que parecería bueno a los ojos de muchos podría no serlo para ti en lo individual. Las buenas decisiones se sustentan más en tu filosofía y valores que en la opinión de los demás.

5.-  El miedo a perdernos de la mejor opción hace que dejemos pasar buenas oportunidades. La clave aquí es buscar la satisfacción en vez de la perfección en la elección.

6.-  Cuando se te agoten las opciones piensa en alternativas. Recuerda que las alternativas son posibilidades que no estaban consideradas originalmente. Digamos que no son un plan B o C, sino un plan cuatro, ¿me explico?

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miércoles, 6 de marzo de 2024

 

Del libro “Comienza siempre de Nuevo” de Jorge Bucay

 

Diferentes y compatibles

 


 

Siempre me ha gustado jugar con las palabras, buscar sus orígenes, hacer combinaciones, crear nuevas y utilizarlas como herramientas de trabajo en el arduo y fascinante camino del “darse cuenta”.  Muchas veces, me he permitido algunos atrevidos acrósticos para, apoyado en las letras de una palabra, hacer unos malabares pseudoliterarios que nos permitieran recordar con facilidad una lista de puntos.

 

Riéndome de la nueva costumbre de los publicistas y vendedores de clasificar a los posibles clientes, según su capacidad de consumo y apetencia por las buenas cosas, reflexionaba sobre el dudoso orgullo de pertenecer al grupo de los potenciales compradores “AB1”, supuestamente la parte de la población a la que va dirigida toda la atención de los que nos ofrecen “aquello que vale la pena poseer”.

 

Y se me ocurrió que si yo pudiera elegir (y claro que puedo), me dedicaría a vincularme exclusivamente con gente “clase C”.  Se me ocurrió que debía hacer una lista de las características imprescindibles para pertenecer a esta clase selecta.  Siguiendo la manía de la que hablaba, utilicé cada letra para describir una determinada condición:

 

v  *  Con la “C” de “clase” quisiera vincularme sólo con personas que estén ocupadas en Conocerse, que no tengan miedo de lo que puedan encontrar dentro de sí mismas, que se acepten tal como son.

v  *  Con la “L” quisiera rodearme de hombres y mujeres que se declaren Libres, que sean capaces de darse el permiso de ser quienes son, de pensar y de sentir lo que sienten, que corran sus propios riesgos y busquen lo que saben que necesitan.

v *   Con la “A” quisiera vincularme con aquellos que saben lo que es Amar y, por lo tanto, son capaces de vincularse afectivamente con otros, especialmente capaces de dejarse querer.

v  *  Con la “S” me vincularía con aquellos que hayan logrado conquistar un espacio de Serenidad como resultado de su propio crecimiento, con aquellas personas que no tienen ninguna prisa y que están en paz con sus propias vidas, con su pasado y con su futuro.

v  *  Y con la “E” me gustaría estar acompañado por aquellos que son capaces de Entregarse comprometidamente a lo que viven, poniendo su corazón y su cerebro para avanzar en el camino.  Ésta sería, para mí, gente de clase.  Pero dije “clase C”.  ¿Qué significa esta “C” que calificaría a la gente para pertenecer, o no, a este burdo esquema casi discriminador?

v  *  Esta última “C” es fundamental.  Quisiera rodearme exclusivamente de hombres y mujeres que puedan Compartir lo aprendido. Personas capaces de escuchar y de hacerse oír; seres humanos con conciencia gregaria, que hacen de su capacidad de compartir lo que saben, lo que tienen y lo que son, un motivo para seguir adelante.

 

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Del libro: “Saber perdonar” de  Rosa Argentina Rivas Lacayo

 



En ocasiones, cuando lastimamos a alguien, queremos mostrar nuestro arrepentimiento a través de detalles y gestos agradables, pero estas conductas, a pesar de ser sinceras, no pueden sustituir que pidamos perdón de manera directa.

Como prevención, si realmente deseamos pedir perdón, debemos ser conscientes, como lo apunta la doctora Abrahms, de que hay ciertas maneras de hacerlo que casi nunca resultan adecuadas.

1.-  La rapidita.  Consiste en decir cualquier tontería tan rápida y simple como: “Lo lamento”, sin procurar un diálogo que muestre un sentimiento auténtico.

2.-  La del inconsciente.  Se expresa diciendo cosas como: “Perdóname por lo que haya hecho que esté mal”, lo que supone en realidad:  “No quiero darme cuenta de lo que efectivamente sucedió”.

3.-  La endurecida. Cuando decimos frases como: “Perdóname si es que herí tus sentimientos”, mostramos no tener sensibilidad ante el dolor que pudimos haber causado.

4.-  La de mala gana. Al decir algo como: “Ya te dije que lo siento, qué más quieres”, mostramos que, en el fondo, no quisiéramos tener que pedir perdón.

5.-   La convenenciera.  Mostramos que nuestro pedir perdón está condicionado por nuestros propios intereses, cuando decimos frases como: “Sé que me va a ir peor si no te pido perdón, así que perdóname”.

6.-  La justificada.  Decir:  Lamento haberlo hecho pero tú tampoco eres un santo”, muestra que sentimos que, de alguna manera, puede estar justificado lo que hicimos.

7.-  La despreciativa.  Cuando queremos minimizar el impacto de lo que hicimos y consideramos que el ofendido no tiene mayor razón de sentirse como se siente, decimos frases como: “Lamento haberte lastimado pero tampoco fue para tanto”.

8.-  La inyectadora de culpa.  Cuando cuestionamos y decimos:  “¿De verdad quieres que te pida perdón por eso? Damos a entender que el ofendido debe sentirse mal al esperar que le pidamos perdón.

 

Siempre será importante recordar que cuando alguien manifiesta haber sido lastimado, aun cuando no fue nuestra intención hacerlo o cuando no percibimos que lo que nosotros hemos hecho sea motivo para que la persona se sienta lastimada, la realidad es que el ofendido siente dolor y siempre será necesario expresar que lo lamentamos y pedir perón.  Si este acto se hace con sinceridad ayudará a que la relación mejore, pero si únicamente se hace para “llevar la fiesta en paz”, con el tiempo la relación se deteriorará cada vez más.

Una expresión como:  “En realidad lo siento, pero creo que exageras” tan sólo implica que reconozco el aspecto social del perdón y no el dolor de la herida.  Decir: “Yo no tengo por qué pedirte perdón” muestra que no tenemos ningún interés real y afectivo por la otra persona.  Si no reconocemos lo que el otro siente, aunque nuestra percepción sea distinta, nunca daremos ni el aire, ni el son, ni el agua que toda planta requiere para crecer, lo mismo que toda relación.

La mejor manera de abordar a la persona a la que hemos hecho daño o hemos tratado con insensibilidad es reconociendo la verdad con franqueza y pidiéndole perdón.

 

Necesitamos aprender a escuchar las emociones soterradas que pueden estar detrás de la ira de quien hemos lastimado, así como sus necesidades de reconocimiento y compañía.  De igual forma, procuremos ser francos al reconocer los sentimientos propios que os llevaron a actuar como lo hicimos. Casi todos nosotros hemos sentido, alguna vez, que teníamos que defendernos ocultando, a través de nuestra agresión, sentimientos de temor o soledad.

 

  Pedir perdón puede ser un acto de humildad y liberación, pero sólo cuando lo hacemos de corazón y sin expectativas.


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Del libro: “Del otro lado del miedo” de Mario Guerra. - Respétalo, pero no obedezcas...

 

Del libro: “Del otro lado del miedo” de Mario Guerra.

 

Respétalo, pero no lo obedezcas ciegamente

 



Alguna vez alguien me contó la historia de una princesa oriental que era conocida por su valor y su destreza con el manejo de las armas.  Lo que recuerdo de esta historia es que aquella princesa una mañana se sintió abatida y con pesar.  Es verdad que su valentía era grande, pero por más que lo había intentado una y otra vez, había un enemigo al que no podía vencer y que en cada batalla la derrotaba.  Muy frustrada fue a ver su maestro, al que le contó todo lo que ella sentía.

– ¿Quién es ese formidable contrincante que en cada ocasión te derrota? –, preguntó el maestro.

– Es el miedo – respondió la princesa agachando la mirada.

El maestro guardó silencio por un momento mientras bebía un poco de té y luego le dijo a la princesa:

– No puedo ayudarte porque yo mismo no he encontrado la manera de derrotar a ese oponente, pero sé quién sí puede decirte el secreto para vencerlo.

– Hable ya, se lo suplico, maestro – dijo la princesa.

– ¿Recuerdas que alguna vez te hablé de la montaña maldita donde habita un ser terrorífico? Bueno, pues es ahí a donde debes ir si quieres saber el secreto, pero para que eso suceda debes ir sin espada y sin escudo, sólo portando tu túnica, tus sandalias y una pequeña alforja donde lleves agua y comida para el viaje que es largo.

– Pero, maestro – se quejó la princesa –. Usted mismo me ha contado historias de aquella montaña y el ser que la habita, me ha dicho que es muy peligroso y agresivo, y ¿ahora me dice que vaya allá sin arma alguna, escale la montaña y llame a la puerta de esa bestia?

– Al parecer no estás tan motivada después de todo para obtener ese secreto. Olvida lo que he dicho y sigue practicando, quizá, algún día, logres derrotar a tu oponente – concluyó el maestro mientras calmadamente se servía otra taza de té.

La princesa, que le tenía gran cariño y lealtad a su maestro, y pese a su propia resistencia, confió en su sabiduría y empezó el viaje tal como se lo ordenó, sin arma alguna.  Caminó durante muchas noches hasta que al medio día de un día de ésos, llegó a las faldas de la montaña maldita. Era imponente, y muy alta, en la cima había una fortaleza donde habitaba aquella criatura infernal.  Suspiró y un poco contra su voluntad empezó el ascenso recordando las palabras de su maestro. El atardecer se estaba terminando cuando llegó al portón de la fortaleza. Era enorme, y con razón si lo habitaba un gigante. Como pudo llamó a la puerta; de inmediato se arrepintió y pensó en huir, pero ya era tarde.  La puerta se abrió con un crujido sepulcral y ahí, frente a ella, estaba aquel enorme personaje que resultó no ser otro que el miedo mismo en persona.

– ¿Qué macabra broma es ésta? – pensó la princesa –. ¿Cómo me envía mi maestro a enfrentar a mi más fuerte enemigo totalmente indefensa y sin aviso?

El miedo, que ese día usaba su armadura de la impaciencia, miró a aquella diminuta y “flacucha” princesa quedar congelada, absorta, en sus pensamientos mientras sus ojos se hacían cada vez más grandes. Impaciente le gritó:

– ¿Qué demonios haces aquí y qué rayos quieres?

La princesa estaba aterrada, no sólo llegó desarmada hasta las puertas de la morada del miedo, sino que, para colmo, ya lo había hecho enojar. “Y eso que todavía no le digo a qué vengo”, pensó ella.

El miedo ya se había desesperado y estaba por cerrar la puerta de un portazo cuando la princesa le gritó:

– Miedo, vengo con gran humildad y reverencia a que me permitas hablar contigo. No he traído armas ni escudo como prueba de mi buena voluntad.

El miedo la miró y confirmó que ciertamente no iba armada.

– ¡Vaya, debes ser muy valiente o muy tonta para presentarte así ante mí! Pero es verdad que lo has hecho con respeto, así que di lo que tienes que decir y después márchate, que estoy muy ocupado – gritó el miedo.

La princesa inhaló profundo y respondió:

– Vengo a que me digas cómo puedo derrotarte.

El miedo no podía creer lo que escuchaba.

– ¿Que vienes a qué cosa?, – le preguntó asombrado –. Ahora confirmo mi sospecha de que estás loca de remate al venirme a preguntar eso a mí.

Miró fijamente a la princesa a los ojos y de pronto supo que en su corazón había un gran deseo que ni él mismo iba a lograr contener si pasaba más tiempo.

– Está bien, no sé por qué voy a decirte esto, pero sólo lo voy a decir una vez, así que escucha bien porque después volveré a mi fortaleza y cerraré la puerta, ¿estás lista?

– Sí – respondió la princesa emocionada.

– ¿Sabes por qué te derroto en cada batalla? – le preguntó el miedo –. Te derroto porque hablo muy fuerte, con voz terrorífica y lo hago muy cerca de tu cara y eso sin duda te asusta, pero el verdadero secreto de mi victoria está en que te ordeno lo que tienes que hacer y tú haces lo que te digo. Así que escucha bien. Muy pronto nos vamos a enfrentar en combate una vez más, así que volveré a hablar muy fuerte, con voz terrorífica y lo haré muy cerca de tu cara, después te voy a decir lo que tienes que hacer y ahí estará tu oportunidad; si tú no haces lo que te digo, entonces yo no tendré ningún poder sobre de ti y podrás por fin vencerme. Ahora, ya lo sabes; ¡Lárgate y déjame en paz! – vociferó el miedo con voz muy fuerte y terrorífica.

Cuenta la historia que en ese momento la princesa en vez de salir huyendo se quedó de pie frente al miedo feroz y su fortaleza y estos empezaron a desvanecerse lentamente.  Al final la princesa pudo verlos por fin como lo que eran: una gran montaña y el feroz rugido del viento.

 

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jueves, 8 de febrero de 2024

 

Del libro: “Un alma valiente” de Nick Vujicic

 

 

AMIGOS PARA BIEN O PARA MAL

 



La mayoría de las personas se consideran afortunadas si tienen uno o dos amigos con quienes pueden contar.  Así es que no presiones a los demás ni te presiones a ti mismo para crear un enorme círculo de amigos cercanos.  Es algo difícil de tener en un mundo en el que las personas se mueven tanto. Si tienes un grupo de amigos, qué maravilla, pero, incluso un solo amigo de verdad es una gran bendición.  Lo más importante es ser amigo de ti mismo y parte de eso consiste en cuidar de quién te rodeas.

Tus amigos pueden ser las mejores influencias en tu vida. O pueden ser las peores.  Pueden protegerte del bulling o pueden ser ellos mismos tus agresores. Por eso es tan importante elegir con cuidado a tus amigos.

Yo tengo una guía muy simple para elegir a mis amigos y colaboradores más cercanos:  las personas a las que quiero tener cerca y en quienes más confío son las que me hacen querer ser mejor, más listo, más amoroso, más abierto mentalmente, más colaborativo, más confiable, más empático, más lleno de fe, más amante de Dios, más agradecido, más dispuesto al perdón y más abierto a las oportunidades de servir a Dios y a los que me rodean.

Ése es el tipo de amigos que harán que tú y yo seamos a prueba de bullies. Los agresores son menos propensos a elegir a alguien que tiene un círculo grande de amigos, pero, incluso si un bully sale de la nada y arruina tu día, a la larga no importará porque tus amigos cercanos te respaldarán.

Un bully te puede robar sólo lo que pones ahí para que se lo lleven.  Si tienes amigos que te hacen sentir bien contigo mismo, que te apoyan, te animan y te motivan a ser lo mejor posible, entonces, ningún bully te puede quitar eso.

Tu equipo de refuerzos incluye amigos de tu edad y también otras personas clave como tus padres, parientes, maestros, entrenadores y líderes religiosos. Todos ellos deberían ser positivos, confiables, solidarios e inspiradores. Deben hacer que quieras ser lo mejor posible y hacer tu mejor esfuerzo.

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jueves, 1 de febrero de 2024

Del libro “Los 5 Lenguajes del amor” de Gary Chapman - El amor es una decisión

 Del libro “Los 5 Lenguajes del amor”  de  Gary Chapman

 

El amor es una decisión

 

 


¿Cómo podemos hablar el lenguaje del amor del otro cuando estamos llenos de heridas, enojo y resentimientos por los errores del pasado? La respuesta a esa pregunta está en la esencia de la naturaleza humana.  Somos criaturas que deciden.  Eso significa que tenemos la capacidad de tomar malas decisiones, algo que todos hemos hecho.  Hemos dicho palabras dura y hemos hecho cosas que hieren.  No nos sentimos orgullosos de esas decisiones, aunque en su momento parecieron justificadas.

Las malas decisiones del pasado no significan que debemos repetirlas en el futuro. En cambio, podemos decir:  “Lo siento.  Sé que te hice daño, pero quisiera cambiar el futuro.  Quisiera amarte en tu propio lenguaje. Quisiera satisfacer tus necesidades”.  He visto matrimonios al borde del divorcio que salen a flote cuando las parejas deciden amar.

El amor no borra el pasado, pero hace que el futuro sea diferente.  Cuando decidimos mostrar expresiones activas del amor en el lenguaje primario del amor de nuestro cónyuge, creamos un clima emocional en el que podemos lidiar con nuestros conflictos y fracasos del pasado.

 

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