domingo, 20 de septiembre de 2020

 

Del Libro “Comunícate  Cautiva y Convence” de Gaby Vargas

 

 

¿Ser o estar  ELEGANTE?

 


 

¿Qué es ser elegante?  Elegancia evoca muchas impresiones.  Es algo difuso, intangible y misterioso que logran determinadas personas y las hace especialmente atractivas.

¡Qué agradable es ver a una persona elegante! Alguien que nos dice todo sin decir nada y cuya personalidad es más importante que las cosas que posee.  Pero, ¿cómo se logra?  ¿En qué consiste?

Dice Miguel Ángel Martí, en Elegancia, el perfume del espíritu:  “El secreto de la elegancia es inaccesible, pero de alguna forma se pueden rastrear las huellas de donde emerge.”

Algunos puntos sobre cómo describir la elegancia

·          La elegancia,  más que una cualidad externa, tiene que ver con la riqueza interior de la persona.  Tal vez con el bien, la verdad y la belleza, más que con su clóset o con su coche.

·         Lo que somos por dentro lo manifestamos por fuera.  La elegancia muestra nuestra forma de ser y, por eso, tiene algo de irrepetible.

·         La elegancia conlleva una fuerte carga de humanidad, de delicadeza y de cariño, que, después de todo, es lo que nos hace la vida agradable.  Ahora que, al tratar de “estar elegante”, corremos el riesgo de actuar con frialdad.

·         Existen muchas personas que, por su educación, pueden “portarse” elegantes, pero carecen absolutamente de esa calidez.

·         Dice Martí que hablamos de lo que pensamos y pensamos en función de lo que somos:  elegantes o vulgares.  Lo que de bello o elegante pueda haber en las personas, es una presión de belleza que anida en el espíritu.

·         La elegancia no es una cualidad que se dé de vez en cuando o en una circunstancia determinada porque, en realidad, más que “estar elegante”, de lo que se trata es de “ser elegante”.

·         La ropa y los cosméticos no logran ocultar la vulgaridad que puede albergar el alma.

·         La elegancia no se improvisa, como un vestido, sino que se adquiere en un largo proceso de elecciones personales.  La palabra elegancia viene de “elegir” De ahí su valor.

·         La elegancia es exigente, y fácilmente se puede perder.  El abandono, la pereza y el desinterés pueden producir auténticos estragos.

·         Como la elegancia no es una virtud cómoda, exige que el alma esté alerta para evitar concesiones que la dañen.

·         Detrás de un comportamiento elegante hay inteligencia y voluntad. La inteligencia nos ayuda a escoger lo mejor y la voluntad favorece que lo llevemos a la práctica.

La elegancia en el vestir.

·         Decía Coco Chanel que la elegancia es eterna mientras que la moda es pasajera.

·         Cada época tiene cánones de elegancia que responden a la sensibilidad estética del momento.  Sin embargo, una persona anticuada nunca es elegante, porque la elegancia siempre tiene un toque de vanguardismo.

·         Aunque la moda no sea una garantía de belleza, tampoco lo clásico tiene ese privilegio

·         Lo más llamativo o lo más ostentoso, nunca será lo más elegante.

·         La elegancia se crea en torno a un sello personal, a un estilo particular en el que puede estar presente la moda, pero en forma discreta.

·         Hay que evitar los estereotipos, lo muy común o popular, porque siempre despersonalizan.

·         Sólo las cosas se pueden hacer en serie, por eso son tan fáciles de manejar y terminan siendo aburridas.  Recuerde el dicho:  "conocido uno, conocidos todos”.

·         La elegancia es un bien adquirido, una conquista personal.

·         Es la cualidad humana que consiste en elegir lo mejor con base en la inteligencia y el conocimiento.  Lo paradójico es que cuando nos empeñamos en que el atuendo personal sea el centro de nuestras ocupaciones y preocupaciones, por lo general conseguimos el efecto contrario y la frivolidad nos delata como personas poco inteligentes.

·         Ser esclavo de la moda no es sinónimo de elegancia, por lo que el interés por vestir elegante no debe rebasar los límites de lo razonable.

La elegancia como actitud.

·         La elegancia se asocia al silencio, al saber escuchar y callar.

·         La persona elegante cuida lo que dice para no apabullar a los demás con palabrería exagerada y para no caer en comentarios inoportunos.

·         La elegancia también está presente en el modo de llevar la conversación, en los temas que se tratan, en los que se omiten y, por supuesto, en el vocabulario que se utiliza.

·         La forma de hablar de una persona dice más que su vestuario.

A manera de conclusión:  en la manera de hablar, de moverse, en la expresión del rostro, en el vocabulario que utilizamos, en las prendas que elegimos, en los temas de conversación, en el modo como resolvemos las situaciones conflictivas, en el tono de la voz, en el respeto que manifestamos y en los detalles de educación está la elegancia  ¡Y, por supuesto, todo esto debe rodearse con sencillez y naturalidad!  Así que, como ves, ser elegante es algo más que estar elegante.


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sábado, 12 de septiembre de 2020

Del Libro “Educar el carácter” de Alfonso Aguiló

 

Del Libro “Educar el carácter”  de Alfonso Aguiló

La fiebre del “no es esto”

 



Cuenta la tradición que, en cierta ocasión, un bandido llamado Angulimal fue a matar a Buda.   Y Buda le dijo:  “Antes de matarme, ayúdame a cumplir un último deseo:  corta, por favor, una rama de ese árbol.”

Angulimal le miró con asombro, pero resolvió concederle aquel extraño último deseo  y de un tajo el bandido hizo lo que Buda pedía.

Pero luego Buda añadió; “Ahora, vuelve a pegar la rama al árbol, para que siga floreciendo.”

“Debes estar loco – contestó Angulimal – si piensas que eso es posible.”

“Al contrario – repuso Buda –, el loco eres tú, que piensas que eres poderoso porque puedes herir y destruir.  Eso es cosa de niños.  El verdaderamente poderoso es el que sabe crear y curar.” 

Para destruir, para arrasar, para gritar de forma estéril, para estar diciendo siempre que todo está mal, que no es esto… para eso no hace falta arte, ni ciencia, ni esfuerzo, ni cualidades.

- De todas formas, siempre he preferido la rebeldía al conformismo burgués, porque pienso que no estar satisfecho del mundo en el que se vive y querer  cambiarlo es algo digno de alabanza.

Yo también, pero la rebeldía, que es necesaria, debe reunir ciertas condiciones, y quizá la primera sea saber contra qué nos rebelamos.

- Contra el mal, contra la injusticia, contra la mediocridad…

Bien.  Pero, primero, contra uno mismo.  No podemos ser como esos rebeldes de pacotilla que ni estudian, ni dan golpe, ni pueden ponerse a nadie como ejemplo de nada.  

Lo suyo más que rebeldía son ganas de incordiar.

La Historia está llena de ejemplos de rebeldes que cuando llegaron al poder se volvieron burgueses.  Y de rebeldes que, al fracasar, se convirtieron en resentidos que sólo sabían hacer crítica destructiva.

 

ES MUY FÁCIL DECIR QUE ALGO ESTA MAL, Y QUE HAY QUE CAMBIARLO, LO DIFÍCIL – Y LO QUE HACE FALTA – ES APORTAR IDEAS POSITIVAS Y CONSEGUIR CAMBIARLO REALMENTE.


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Del Libro “100 rebanadas de sabiduría empresarial” de Silvia Cherem

 

 


 

51.-  Estoy en contra del capitalismo salvaje y en contra del socialismo marxista.  Ni la libertad total del mercado, ni la excesiva acción del Estado.

 

52.-  Los seres humanos somos iguales en nuestra dignidad, origen y destino, pero no así en nuestras facultades, capacidades y vocación existencial.  Como consecuencia de ello, siempre habrá diferencias y envidia de quienes no soportan el éxito de sus semejantes.  Resulta inevitable.

 

53.-  Los empresarios no podemos mantenernos inactivos, cerrar los ojos ante la presión de los problemas sociales.  Si mantenemos una actitud apática, otras fuerzas, probablemente menos calificadas y muchas veces hostiles a la empresa, tomarán la iniciativa.

 

54.-  Las empresas, lo hemos propuesto en Bimbo, deben ser altamente productivas y plenamente humanas.  Ambas intenciones con el mismo peso:  la efectividad económica y el sentido social.

 

55.-  Mis colegas empresarios, en su mayoría, me tildaron de “socialistoide”.  Se reían de mis utopías, pero yo seguí adelante, convencido de que es necesario imprimir una visión más humana a la empresa.  Mirar al otro, ofrecerle la oportunidad de superarse.

 

56.-  A veces hay que atreverse a ser un Volkswagen viajando en sentido contrario en la carretera.  Es decir, tener la osadía de ir a contracorriente y pensar de manera independiente.

 

57.-  No hay fe sin duda.

 

58.-  Nada en la vida es blanco y negro, nadie puede asumirse como dueño de la verdad.  Sólo con la fecunda tensión de los polos se generan cambios en beneficio de la humanidad.

 

59.-  Muchos piensan que si siguen la fe religiosa y acatan el dogma encuentran la salvación, pero se olvidan del compromiso con el prójimo, que quizá es aún más importante.

 

60.-  Nuestros negocios no son islas solitarias.  Hay que hacer productivos a los pobres para mejorar su calidad de vida y garantizar la paz social.  Para ello, se necesita dinero y creatividad, capital que es ilusorio creer que saldrá de las arcas gubernamentales.

 

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jueves, 10 de septiembre de 2020

Del Libro: “Las Tres Preguntas” de Jorge Bucay

 

Del Libro:  “Las Tres Preguntas”  de  Jorge Bucay

 


Habitualmente, los hijos aprenden y se van solos….

Pero si no lo hacen, lamentablemente, en beneficio de ellos y de nosotros, será bueno empujarlos a que abandonen su dependencia.

Los padres deberemos tener claro que, si hace falta, será nuestra tarea mostrar a nuestros hijos que deben soltarse y levantar el vuelo.  Entre otras muchas cosas porque uno no estará para siempre.

Y cuando, pese a todo nuestro esfuerzo y estímulo, los hijos no se animen a emprender su partida, los padres, con mucho amor e infinita ternura, deberemos entornar la puerta… ¡Y empujarlos afuera!

Estoy casi cansado de ver y escuchar a padres de mucha edad que han generado pequeños ahorros o situaciones de seguridad con esfuerzo durante toda su vida para su vejez, y que hoy tienen que dilapidarlos a manos de hijos inútiles, inservibles y alocados que, además, no pocas veces tienen actitudes de una exigencia insoportable respecto de sus padres:  “Me tienes que ayudar porque eres mi papá…”.  “Debes vender todo para ayudarme, porque todo lo que tienes también es mío…”

A veces, uno puede ayudar a sus hijos porque así lo quiere, y está muy bien.  Pero hay que comprender que nuestra obligación y nuestra responsabilidad, respecto de ellos, no es infinita.  Es hora de que los padres sepan las limitaciones que tiene el rol de padre o de madre.

Qué importante es ayudar a nuestros hijos a transitar espacios de libertad….

Qué importante es protegerlos y educarlos hasta que sean adultos…

¿Y después…? ¿Llegados allí…?

Propongo la filosofía del Q.S.A.

¿Qué quiere decir Q.S.A.?

Que Se las Arreglen… como puedan.

¿Y si no han sabido administrar lo que les dejaron?

¿Y si no han podido vivir con lo que obtuvieron?

¿Y si no saben cómo hacer para ganar el dinero que necesitan para dar de comer a sus propios hijos?

Como decía Víctor Trujillo, el sarcástico humorista mexicano:  “Lástima, Margarito…”

En todo caso, nadie quiere que sus hijos pasen hambre… Y comprendo que uno pueda decirles que, por un tiempo, pasen a buscar un sándwich cada mañana… Pero aun así, sólo por un tiempo.

Estoy seguro de que generar dependencia infinita es un acto siniestro y para nada amoroso.  Hay un momento en que el amor pasa por devolver a los hijos la responsabilidad sobre sus propias vidas.  Después de eso, uno tiene que quedarse fuera, ayudando lo que quiera, como lo desee y hasta donde sea conveniente.  Y aclaro que nunca lo es ayudar más de lo que uno puede, nunca lo es arruinarse la vida para ayudarlos a ellos.  

A mí, como a casi todos los padres que conozco, me encantaría saber que mi hijos van a poder manejarse cuando yo no esté.

Me encantaría.

Y, por eso, quiero que lo hagan antes de que me muera.

Para verlo.

Para que pueda, en todo caso, morir tranquilo, con la sensación de la tarea cumplida.

 

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Del Libro “Cómo curar un corazón roto” de Gaby Pérez Islas

 

Del Libro “Cómo curar un corazón roto”  de  Gaby Pérez Islas

 

La carta de Tanya

 



 Les comparto aquí un fragmento de la carta que Tanya valientemente escribió en una de esas oscuras noches de hospital:

 Es de madrugada.  Estoy enferma, en este hospital, en esta cama.  Una persona de mi familia está dormida en una silla junto a mí.  Tengo frío, pero no quiero despertarla para pedirle una cobija, porque en la noche se levantó mucha veces a ayudarme.  Es de mi familia, la quiero mucho, me duele desvelarla.  Sé que está dejando muchas otras cosas y perdiendo horas de sueño por estar conmigo y me da pena causarle molestias.  A veces, cuando me pregunta si estoy mejor, le miento y le digo que sí.  No quiero angustiarla más.  Otras, siento que se desespera, se enoja, porque las cosas no están saliendo bien.  Yo me enojo con ella por no tenerme paciencia, me enojo conmigo por no estar sana y me enojo con los doctores que no me pueden ayudar, que terminan sus horas de visita y se van a su casa, mientras yo me quedo aquí, en el silencio, solo interrumpido por los quejidos del paciente de junto, por la plática lejana de las enfermeras o por el zumbido de alguna alarma, ya sea la mía o la de mis vecinos.

Afuera escucho los coches que pasan o algún claxon lejano.  El mundo sigue, sigue sin mí.  Mientras tanto, este nuevo mundo que ahora es el mío y a la vez me es extraño, me exige muchas cosas.  Hay tanto que no entiendo.  Suena una de las alarmas junto a mí.  ¿Será eso muy malo?  Veo una burbujita que va bajando por el tubo del suero y se mete en mi cuerpo.  Una vez alguien me dijo que si te entraba aire en el cuerpo te morías.  Ojalá no sea cierto.  De cualquier manera, lo sabré en unos minutos…. No pasó nada.  No me morí.  Pero lo que sí pasa es que no me puedo dormir.  Extraño mi almohada.  Estas almohadas son duras, como que raspan y hacen ruido cada vez que me muevo, aunque sea un poco.  Y yo que quiero dormir y no puedo, no puedo por más que lo intento.  Quiero escuchar mi música, ver las fotos de mi buró; quiero regresar a casa, ver a mis hijos.  Pero sobre todo, quiero que alguien me toque, pero con cariño.

Luego llegan dos enfermeras:  una me toma la presión y la temperatura, y otra revisa las soluciones y me pregunta en voz tan alta que la podría escuchar mi vecino de cuarto:  “¿Alguna molestia para orinar? ¿Ha tenido gases?”  A mí se me cae la cara de vergüenza, pero ella no lo notan.  Aprovecho cobija para el frío.  Me cuesta trabajo  articular las palabras, pero me esfuerzo y lo logro.  Anota todo en su hojita y se va con la cara de gente ocupada y profesional.  Sin embargo, pasa el tiempo y nadie me trae nada.

Si estuviera sana, iría yo misma por mi cobijita.  Pero no puedo.  Siento enojo, impotencia, quisiera gritarles que soy, que siento, que existo.  Pero luego pienso en estas mujeres, las enfermeras, con su uniforme impecable, cuidando su cofia y su chongo para verse siempre limpias y pulcras, y me pregunto cuántas historias no tendrán ellas en su corazón.  Me imagino el cansancio y la rutina que han de vivir y que a veces las obliga a deshumanizarse, porque no saben dónde poner todo el dolor que les trae encariñarse con un paciente que luego ya no estará nunca.

Ya se fueron todos y tengo un poco de tiempo de paz para pensar.  Veo mis manos, están moradas por los piquetes que me dieron ayer, las siento entumecidas y me cuesta trabajo extender los dedos.  Con estas manos estudié mi carrera, he peinado a mis hijas mil veces, he tocado el piano desde los seis años y he pintado mis mejores cuadros.  La mayoría de ellos está en las casas de la gente que quiero.  Hay, hay días en que me cuesta trabajo sostener un lápiz, se me caen las cosas y aquí en el hospital me dan de comer en la boca porque me tiro toda la sopa en la bata.  Hay días que no puedo sostener la cabeza, que babeo.  Es denigrante.  ¡Cómo es posible, tengo una licenciatura y dos posgrados, y hoy no puedo ni siquiera ir al baño sola!  Me siento tan torpe, tan ajena a mi cuerpo.

Me encantaría que alguien me platicara o me arrullara con su voz; que me tocaran, no para sentir mi pulso, sino para decirme que les importa, que me van a ayudar, que voy a estar bien y que mi vida va a seguir adelante.  Porque para mí, sentirme bien significa volver a correr con mis hijos, reírme a carcajadas, tener energía para gozar la vida, enmendar  mis errores, pedir disculpas, dar las gracias, poder servir a los otros, especialmente a aquellos que en estos momentos lo han dejado todo para poder cuidar de mí.

Por favor, sé que están muy ocupados, pero quisiera que por un minuto dejaran de ser los expertos y me trataran como lo que soy, más allá de una enferma, como una persona.  Además de medicamentos y monitores, necesito que me toquen amorosamente, que me llamen por mi nombre y me regalen una sonrisa.  Porque esa es la medicina que mi espíritu necesita para poder seguir adelante en esta lucha diaria.

 

Cuánta razón tiene Tanya.  Los expertos deberíamos preguntar a los pacientes que necesitan y no asumir que nosotros sabemos lo que les hace falta.  Tendríamos que dejar a un lado todo lo que menos leído, lo que hemos publicado y lo que creemos saber, para de verdad ver y escuchar a nuestro paciente y sus necesidades.


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