jueves, 14 de diciembre de 2023

 

Del Libro:  “Por el placer de vivir” de César Lozano 

 

¿Tus pasos dejan huella?

 




Tú sabes que puedes trascender en esta vida por dos motivos:  por acciones buenas y por acciones no tan buenas, por no decir malas.  Por agradable o por insoportable.  Puedes trascender por ayudar, o bien, por obstaculizar la vida de los demás.  Por inteligente o por  “burro”.

Para ser más claros, la gente no se olvida cuando es muy buena o muy mala.  No se olvida porque su vida fue digna de admirarse o porque su presencia fue tan incómoda que sus estragos continúan, a pesar de que ya no está.  Los intranscendentes, tibios o insípidos, se olvidan al paso del tiempo.  No queda huella de sus acciones ni de su presencia,  pues pasan en forma gris a nuestro lado.  No opinan, no aportan, pero tampoco quitan, no alegran pero tampoco amargan, están pero no permanecen.

Tarde o temprano los seres humanos nos formulamos una pregunta sumamente importante:  ¿De qué ha servido mi presencia? Su respuesta evalúa en gran medida si nuestra vida ha tenido sentido o no.  Claro que la respuesta dependerá en gran parte del estado de ánimo que en ese momento tengamos.  Si te lo cuestionas cuando vives una ruptura amorosa, o una crisis de empleo, te aseguro que el fatalismo estará presente en la respuesta.  Si te cuestionas cuando las cosas van muy bien y además hay amor a tu alrededor, obviamente podrás afirmar:  ¡Misión cumplida! En general, evaluamos como positiva nuestra presencia en el mundo, si hemos logrado las metas o anhelos que nos hemos propuesto, lo cual no es malo.  Pero, sin duda, la forma en que la hemos trascendido en la vida de los demás será lo más importante.

Sucede algo muy peculiar en muchos de nosotros: evaluamos nuestra vida con base en los afectos otorgados y recibidos, en la cantidad de vidas que hemos tocado o cambiado para bien, en el amor que hemos difundido y otorgado entre nuestros semejantes.  Revisamos nuestra vida con base en los buenos ejemplos que dimos, ya que, sin lugar a dudas, ésa es la mejor forma de trascender.

 

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domingo, 10 de diciembre de 2023

Del libro “La vida es para gozarla” de Arturo Malpica - Cerrar ciclos

 

Del libro “La vida es para gozarla” de Arturo Malpica 

 

 

Comienza a cerrar ciclos

 



 

Es urgente que comiences a cerrar ciclos, no los olvides, ni los vayas dejando a medias, ni al “ahí se va”.  Metas, sueños, propósitos, deseos que tal vez se quedaron en el camino o ni siquiera comenzaron.

Conseguir un buen empleo, hacer dieta, no pelear más con la familia, empezar una carrera, etcétera.  Nadie está inmune a uno que otro proyecto anclado.  Y muchos los dejamos por flojera, por falta de tiempo, de dinero, de iniciativa o de planes, motivos que muchas veces ni siquiera existen; los inventamos porque tenemos miedo al cambio o a cometer errores.  El resultado es una pesada losa de concreto llena de frustraciones, enojos, impotencia, complejos, decepciones, inconformidad, etcétera.

 

De entrada, “cada quien debe hacer un alto en su carrera existencial y reflexionar sobre lo que se le quedó en el camino, analizar los porqués y comenzar a cerrar los ciclos inmediatos, para después hacer los de mayor tiempo”, aconseja la especialista.

 

Analiza y comienza a cerrar:

·        *    Desde hoy sal a buscar ese maravilloso empleo.

·         *   Nunca es tarde para comenzar a estudiar.

·        *    Termina por olvidar y perdonar a quien te hizo daño.

·         *   Ponte los tenis y ve a trotar.

·         *   Toca la puerta de tu familiar, vecino o amigo y reconcíliate con él.

·        *    Decláratele a esa persona que te gusta; si no te corresponde, al menos tendrás menos peso.

·         *   Reconoce tus errores y empieza a corregirlos.

·         En fin, todos tenemos algo que dejamos inconcluso… ¡enfócate en ello!  Dosifica y ve poniéndole llave a estas prórrogas de la vida.  Personal, familiar, social, laboral.  Hazlo ya, no dejes para mañana lo que te urge hacer hoy.

 

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viernes, 1 de diciembre de 2023

 Del libro  “Dios nunca parpadea”  de Regina Brett

 

Puedes sobrevivir a todo lo que la vida ponga a tu paso, si te mantienes en el presente.

 




Hubo un tiempo en mi vida – años, en realidad –, en que la gente me paraba en la calle y me preguntaba si estaba bien.

Yo solía caminar con la cabeza hacia abajo, con el abrigo abierto en un frío día de nieve y viento, sin guantes, sin gorro, sin bufanda.  Parecía ser huérfana de la vida, como si no tuviera un solo amigo en el mundo, como si hubiera perdido a mi mejor amigo. La gente me paraba para preguntarme:

- ¿Tienes un mal día?

Yo movía la cabeza y respondía:

- No, tengo una mala vida – y lo decía en serio.

Nadie tiene una mala vida, en realidad.  Ni siquiera un mal día, sólo malos momentos.

Años de terapia y reuniones de rehabilitación me curaron.  Más tarde, años de retiros espirituales me transformaron, cerrando el agujero en mí, para que el amor que fluía desde la familia y los amigos ya no se fugara.  Después, llegó el hombre de mis sueños.  Más amor del que mi corazón podía contener empezó a desbordarse y derramarse hacia los demás.

Me deleitaba en una casi constante conciencia de que la vida es buena.  Me tomó décadas de trabajo arduo, pero estaba en un nuevo lugar.  Amaba la vida y la vida me amaba a mí.  Visualicé el futuro de mis sueños: enseñar, irme de retiro, escribir libros, tener una columna sindicada.  Devolver todos los regalos que la vida me ha dado.

Pero después vino el cáncer.

No es necesario decir que la enfermedad no estaba en mi visualización.  El cáncer de mama me sumergió en un interminable sufrimiento que excedió casi cualquier cosa de mi pasado. Cada día tenía una elección: regodearme en la miseria de los tratamientos o buscar la alegría por el simple hecho de estar viva.

No fue fácil.

Era como un libro viviente de ¿Dónde está Waldo? En vez de buscar al tipo extraño con el sombrero de rayas, yo trataba de descifrar dónde encontrar algo bueno en un día en que la comida sabía a metal, los alimentos no se quedaban en el estómago, las personas veían mi cabeza sin pelo y la mujer en el espejo no reconocía su propio reflejo.

El tratamiento no era tan malo como mi actitud hacia él.  Yo sufría porque no estaba viviendo.

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Del libro “Nadie da lo que no tiene” de Dres. Arturo y Silvana Rohana

 

Los puntos básicos de la buena comunicación

 




Es vital aprender a comunicarse, no sólo con los hijos, sino con todas las personas alrededor de nuestras vidas. Existen tres reglas de oro de la buena comunicación: escuchar los hechos, hacer buenas preguntas y responder honestamente.

 

Primero, quien quiera que esté hablando, debe referir lo que realmente está sucediendo en ese momento. Ya sea estableciendo los hechos o haciendo una pregunta, la persona que habla está creando un lazo de comunicación y debe ser por lo tanto, lo más claro y preciso posible.

 

La segunda regla es dar respuestas correctas, adecuándolas lo más fielmente a las preguntas, y a la persona que las hace.  Esto puede no ser tan fácil como parece: por ejemplo, lo que para una persona es simple de comprender, para otra puede resultar muy complicado. Además, lo que es trascendental para alguien, puede parecer trivial a otro; y lo que una persona toma con indiferencia, a otra le puede representar una carga abrumadora.

Por estas razones, los comunicadores generalmente verifican cómo la otra persona está entendiendo lo que se está preguntando y estableciendo. Dicho de otro modo, la mejor manera de evitar problemas es que el emisor decida anticipadamente lo que quiere decir, y cómo va a decirlo, tomando en cuenta qué efecto quiere producir y cuál va a ser la reacción del receptor.

 

La tercera regla de la buena comunicación es que deberíamos estar conscientes de cuáles son nuestras emociones presentes, con el fin de no mezclarlas accidentalmente en el mensaje que queremos hacer llegar.  Una comunicación efectiva ocurre cuando una persona está dispuesta a dirigirse directamente a otra, sin ser agobiada por otros problemas escondidos.  Por ejemplo, un padre que está desesperado porque no encuentra las llaves de su auto puede aparentemente sin ningún motivo, explotar fácilmente si su hijo le hace una pregunta.

Esta clase de comunicación fallida es lo que lastima – y hasta puedes destruir – una relación. Por lo tanto, la disciplina de escuchar cuidadosamente, de cuestionar, y de mantener claridad emocional es crucial para todo aquel que desea comunicarse clara y efectivamente.

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