Del libro “Dios nunca parpadea” de Regina Brett
Puedes
sobrevivir a todo lo que la vida ponga a tu paso, si te mantienes en el
presente.
Hubo un tiempo en
mi vida – años, en realidad –, en que la gente me paraba en la calle y me
preguntaba si estaba bien.
Yo solía caminar
con la cabeza hacia abajo, con el abrigo abierto en un frío día de nieve y
viento, sin guantes, sin gorro, sin bufanda.
Parecía ser huérfana de la vida, como si no tuviera un solo amigo en el
mundo, como si hubiera perdido a mi mejor amigo. La gente me paraba para
preguntarme:
- ¿Tienes un mal
día?
Yo movía la
cabeza y respondía:
- No, tengo una
mala vida – y lo decía en serio.
Nadie tiene
una mala vida, en realidad. Ni siquiera
un mal día, sólo malos momentos.
Años de terapia y
reuniones de rehabilitación me curaron. Más
tarde, años de retiros espirituales me transformaron, cerrando el agujero en
mí, para que el amor que fluía desde la familia y los amigos ya no se fugara. Después, llegó el hombre de mis sueños. Más amor del que mi corazón podía contener
empezó a desbordarse y derramarse hacia los demás.
Me deleitaba en
una casi constante conciencia de que la vida es buena. Me tomó décadas de trabajo arduo, pero estaba
en un nuevo lugar. Amaba la vida y la
vida me amaba a mí. Visualicé el futuro
de mis sueños: enseñar, irme de retiro, escribir libros, tener una columna
sindicada. Devolver todos los regalos
que la vida me ha dado.
Pero después vino
el cáncer.
No es necesario
decir que la enfermedad no estaba en mi visualización. El cáncer de mama me sumergió en un
interminable sufrimiento que excedió casi cualquier cosa de mi pasado. Cada día
tenía una elección: regodearme en la miseria de los tratamientos o buscar la
alegría por el simple hecho de estar viva.
No fue fácil.
Era como un libro
viviente de ¿Dónde está Waldo? En vez
de buscar al tipo extraño con el sombrero de rayas, yo trataba de descifrar dónde
encontrar algo bueno en un día en que la comida sabía a metal, los alimentos no
se quedaban en el estómago, las personas veían mi cabeza sin pelo y la mujer en
el espejo no reconocía su propio reflejo.
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