jueves, 21 de noviembre de 2019

Del Libro “Comunícate Cautiva y Convence” de Gaby Vargas






Cómo y qué decir en una situación difícil


¿No te gustaría ser como los actores de las películas?  Siempre saben qué decir y todo lo expresan en forma simpática y atinada.  ¡Nunca hablan de más, no dicen tonterías!  Su diálogo es perfecto.  A mí me encantaría ser así, sólo que en la vida real no tenemos un guión; la buena noticia es que lo podemos crear.

A veces pasamos  por situaciones difíciles, como cuando debemos reconocer un error, dar una mala noticia, despedir a un empleado, consolar a un ser querido, negar un permiso, pedir un favor o felicitar a un oponente y, en esos casos, lo que decimos y cómo lo decimos es  ¡muy importante!
De antemano, intuimos que hay que decir esto con todo el tacto del mundo, porque la consecuencia de no hacerlo podría detonar una bomba.  No obstante, hay que decir las cosas.  ¿Cómo hacerlo sin herir sentimientos, sin alterarnos, sin perder los estribos?
Si sólo confiamos en nuestro “instinto natural” para sacar el problema adelante, sin prepararnos bien, lo más seguro es que los resultados sean poco exitosos.
Y, en situaciones como éstas, por lo general el cerebro se nubla, la lengua se enreda y nos arrepentimos al escuchar las palabras torpes que salen de nuestra boca, por lo menos en mi caso.
Hablar con alguien de un asunto importante causa angustia y no falta quien te dé un consejo como:  “¡Sólo sé tú mismo, no lo pienses mucho! Di lo que se te ocurra.  Déjate llevar por tus sentimientos.”
Tenemos la idea de que ser honestos equivale a ser espontáneos y que ¡mientras menos lo pensemos, mejor nos saldrá todo! Grave error.  ¡Cuántas veces nos arrepentimos de hacer esto!  ¿Por qué pensar antes de hablar? ¿No se supone que sentimos lo que estamos diciendo y que los sentimientos deben ser espontáneos?

El pensamiento es lo que nos hace diferentes al resto de los animales, por eso podemos afirmar que hablar con el corazón está directamente relacionado con lo que pensamos.  Las habilidades que llegamos a adquirir sin duda son una combinación de talento y esfuerzo.  Sería muy práctico que todos pudiéramos correr como Ana Gabriela Guevara, que cantáramos como Pavarotti o que jugáramos golf como Tiger Woods.
Nos encantaría persuadir con palabras a nuestro hijo, a nuestro jefe o pareja en forma natural, sin embargo no es tan sencillo, porque el buen uso del lenguaje natural es algo que aprendemos.  Pero todos podemos lograrlo si  hablamos desde el corazón y usamos la cabeza.
Comparto contigo una fórmula muy eficaz, creada por los expertos en comunicación asertiva, que se llama “Guión DEEC  Las iniciales indican los cuatros pasos a seguir y no estaría mal que los aprendiéramos de memoria:

Describe.  Primero hay que describir cuál es la conducta que nos molesta en la forma más simple, objetiva y específica.  Al hacerlo, hay que ver a los ojos de la persona.  Y decir, por ejemplo:  “Ayer llegaste a las cuatro de la mañana y no avisaste por teléfono, como habíamos quedado.”  Hasta aquí, el otro tiene pocas bases para discutir.
Simplemente estamos describiendo el problema sin acusar de nada, sin tratar de adivinar los motivos, sin decir  “Seguro tomaste tanto que hasta perdiste la noción del tiempo”, o cosas así.  Este tipo de acusaciones sólo provocan protesta y enojo.

Expresa.  Después hay que decir lo que sentimos o pensamos.  Podemos usar palabras como:  “Me siento inquieto(a) cuando…”,  “tengo la sensación de…” o bien:  “Esto me hace pensar que…”  Debemos expresarnos con claridad y moderación, sin ser sarcásticos ni explotar emocionalmente (esto es lo más difícil de hacer).
Podemos decir, por ejemplo:  “Cuando haces esto, me preocupo mucho por tu seguridad;  siento temor porque pienso que podrías sufrir un accidente.”  Fíjate en las palabras clave  “me preocupa”, “tengo”, “pienso”.  Estas palabras describen cómo me siento cuando tú haces algo.  No provocan enojo en el otro;  al contrario, apelan a la comprensión.
Las palabras condenatorias como: “Me choca cuando haces eso”, “eres un insensible” o “me haces enojar”, prenden la chispa y, con el sobreuso, se desgastan y pierden su efecto.

Especifica.  Ya que describimos lo que nos molesta y expresamos cómo nos sentimos, hay que pedir, con claridad, una conducta diferente.  Por ejemplo:  “Te pido que cuando salgas de noche, siempre llames por teléfono para que esté tranquila.”
Las investigaciones demuestran que los mejores resultados se obtienen cuando pedimos “una sola cosa” a la vez (esto es otra cosa difícil de hacer).  Si lo que queremos es un gran cambio, más vale lograrlo paso a paso, con pequeños acuerdos mutuos.
Las palabras que usemos deben ser concretas y muy específicas.  Si pedimos un cambio vago, de actitud o de personalidad, sin especificar claramente qué pretendemos y decimos algo como: “Me gustaría que fueras más considerado”, la petición queda flotando en el aire sin que la persona entienda claramente a qué nos estamos refiriendo.  ¿Qué es ser considerado?

Consecuencias.  En este punto, como en un contrato, hay que mencionar cuáles serían las consecuencias, positivas o negativas, en caso de llevarse a cabo, o no, el acuerdo.  Aunque siempre es mucho mejor plantear las consecuencias positivas.
Podemos decir: “Me gustaría seguir confiando en ti, así no me voy a preocupar y tú vas a sentirte a gusto.”  Es mejor decir esto que llenarlo de amenazas como:  “Me vas hacer pedazos”,  “ya nunca te voy a tener confianza” o “te voy a dejar”, y cosas por el estilo.  El uso exagerado de la amenaza es contraproducente, ya que, si no somos capaces de cumplirlas, hacen que perdamos credibilidad frente a los ojos de nuestro interlocutor.
Y tampoco representa una gran dificultad si estamos hablando con un adulto, porque él sabe que la mejor recompensa es intrínseca.  Basta decir:  “Me voy a sentir bien”, “nos vamos a llevar mejor” o “haremos las cosas con más entusiasmo”.  Destaca lo positivo, describe la recompensa de hacer esto o lo otros, de manera que motives a la persona a cambiar su conducta.

Así que, en esos momentos difíciles en los cuales debes tocar un punto sensible, incómodo o delicado con un hijo, la pareja o un compañero de trabajo, no olvides prepara bien tu “guión DEEC”  Es mejor describir, expresar y especificar cada punto; de esta forma, a todos nos va a quedar claro que cada uno de nuestros actos tienen una consecuencia y nadie podrá poner de pretexto el clásico:  “No entendí lo que me quisiste decir.”

jueves, 14 de noviembre de 2019

Del libro “Las Tres Preguntas” de Jorge Bucay


Del libro “Las Tres Preguntas” de Jorge Bucay




Habitualmente, los hijos aprenden y se van solos….

Pero si no lo hacen, lamentablemente, en beneficio de ellos y de nosotros, será bueno empujarlos a que abandonen su dependencia.

Los padres deberemos tener claro que, si hace falta, será nuestra tarea mostrar a nuestros hijos que deben soltarse y levantar el vuelo.  Entre otras muchas cosas porque uno no estará para siempre.
Y cuando, pese a todo nuestro esfuerzo y estímulo, los hijos no se animen a emprender su partida, los padres, con mucho amor e infinita ternura, deberemos entornar la puerta… ¡Y empujarlos afuera!

Estoy casi cansado de ver y escuchar a padres de mucha edad que han generado pequeños ahorros o situaciones de seguridad con esfuerzo durante toda su vida para su vejez, y que hoy tienen que dilapidarlos a manos de hijos inútiles, inservibles y alocados que, además, no pocas veces tienen actitudes de una exigencia insoportable respecto de sus padres:  “Me tienes que ayudar porque eres mi papá…”.   “Debes vender todo para ayudarme, porque todo lo que tienes también es mío…”

A veces, uno puede ayudar a sus hijos porque así lo quiere, y está muy bien.  Pero hay que comprender que nuestra obligación y nuestra responsabilidad, respecto de ellos, no es infinita.  Es hora de que los padres sepan las limitaciones que tiene el rol de padre o madre.