viernes, 15 de abril de 2022

Del libro “El contador de historias” del Dr. Camilo Cruz - Taza de té

 


Del libro “El contador de historias”  del  Dr.  Camilo Cruz

 


La taza de té


Esta es la historia de una reunión bastante inusual entre un académico, versado en el budismo zen, y un monje budista, maestro del centro más grande de la provincia de Yunnan en el sur de China, para quien el zen era el único estilo de vida que había conocido.

El académico estaba agotado después de veintiséis horas de vuelo, pero sabía que tenía que reponerse pronto; debía causar una buena primera impresión.  La universidad en la cual enseñaba lo había enviado para que ampliara sus conocimientos del budismo zen y otras doctrinas orientales.  Era importante que el maestro supiera que, pese a él ser occidental, el rigor de los estudios que había realizado lo ponían a la par en el conocimiento de esta filosofía con los grandes maestros de oriente.

Durante la reunión, el catedrático hizo lo que él consideró una profunda y completa exposición de las diferentes corrientes de zen en occidente, sus avances y retos más importantes. También realizó varias preguntas que había preparado con antelación teniendo cuidado de que no fueran a parecer incultas o, peor aún, demasiado ingenuas.  Debían sonar inteligentes y bien pensadas.

Las respuestas del maestro fueron breves, ya que la actitud del erudito parecía indicar que lo que en verdad buscaba no era una respuesta, sino una simple confirmación a lo que él ya sabía.  Aun así, la conversación transcurrió en una atmósfera de respeto y cordialidad.

“Permítame invitarle a una taza de té”, le dijo el monje en un breve momento de silencio.  El visitante agradeció el ofrecimiento.

El anfitrión dispuso las dos tazas y empezó a servir, espacio que el profesor aprovechó para compartir un par de ideas más que había olvidado durante su presentación.  El monje lo escuchaba con atención mientras continuaba vertiendo el té en la taza de su huésped; estaba impresionado por todo el conocimiento que el hombre había logrado almacenar en su mente.

La taza se llenó rápidamente, pero el maestro continuó hasta que el líquido se rebosó y comenzó a llenar el pequeño plato sobre el que esta reposaba.  Pronto, un pequeño hilo de té empezó a avanzar por la mesa.  El académico no sabía cómo llamar la atención del monje ante su aparente distracción.  Supuso que este se encontraba tan absorto con su exposición que, simplemente, aún no se percataba de lo que ocurría.

 

 

Cuando el té amenazó con desbordar la mesa, el catedrático no pudo contenerse más:

“No estoy seguro si se ha dado cuenta de que la taza ya está llena y que no le cabe una gota más”, le dijo con sutileza, tratando de no ofender a su anfitrión.  Por su parte, este no pareció estar demasiado preocupado por su torpeza y, sin alterarse, le respondió:

“Por supuesto que lo veo….  Y así mismo, veo que tal vez no haya nada nuevo que yo pueda enseñarte sobre el zen, puesto que tu mente parece también ya estar llena”.

 

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Es muy probable que, quienes alguna vez han estado involucrados en un proceso de coaching o han dirigido algún tipo de entrenamiento, se hayan encontrado con personas que creen “ya saberlo todo”, que no entienden qué hacen sentadas frente a ti puesto que, según ellas, ya están al tanto de todo  lo que necesitan saber para lograr sus metas.

Sobra decir que esta es una actitud que cierra las puertas del conocimiento y no nos permite aprender nada nuevo.  Es más, ni siquiera es necesario haber caído víctima del síndrome del “ya lo sé todo” para que el proceso de aprendizaje cese.  Con el simple hecho de creer que, así no lo sepamos todo, ya sabemos lo suficiente y no hay necesidad de adquirir nuevos conocimientos, las puertas de nuestra mente se cierran.

 


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Del Libro “Las 3 Promesas” de David J. Pollay - A quien acudes...

 

Del Libro “Las 3 Promesas”  de  David J. Pollay

 

1)       Disfruta cada día

2)       Haz lo que amas

3)       Da a los demás

 




¿A quién acudes corriendo?

 

El récord de los cincuenta metros lisos de la escuela primaria Lake Bluff de Shorewood, en Wisconsin, se estableció a mediados de la década de los cincuenta.  Una mañana de primavera de 1976 estaba decidido a batirlo.  Yo era un estudiante de quinto que había corrido muchas veces con mis amigos, pero nunca lo había hecho para batir el récord de la escuela bajo el control de un cronómetro oficial.  Mis compañeros de clase y yo nos encontrábamos reunidos junto a la línea de salida pintada sobre el viejo pavimento del patio.  Estaba emocionado y nervioso.  Mis amigos apostaban a que podía lograrlo.

Me separé de mis compañeros y me coloqué en la línea de salida.  Miré a mi profesor de educación física, el señor Buddy Wolf.  Hizo sonar su silbato y eché a correr.  Bombeé mis piernas y brazos tan rápido como pude.  Seis segundos y medio más tarde pisé la línea de meta y oí el clic del cronómetro del señor Wolf.  Me giré tan deprisa como pude para oírlo decir:

- ¡Has batido el récord de la escuela!

¡Mi clase estalló en aplausos! Corrí hasta donde estaban todos.  Mis amigos me dieron palmadas en la espalda y puñetazos cariñosos en el brazo.  Estaba en el cielo del quinto curso. Después mis pensamientos se fueron a la hora del almuerzo.  Quería llegar a casa para decírselo a mi madre y llamar a mi padre al trabajo.

Un rato más tarde, el timbre indicó la hora de la comida.  Salí veloz del aula, bajé las escaleras, salí por la puerta lateral y corrí seis manzanas hasta casa.  Abrí la puerta trasera, fui hacia la cocina y vi a mi madre haciendo un sándwich de queso a la parrilla y preparando un tazón de sopa de tomate.  Le di un beso y se lo conté todo sobre la carrera, el récord y los vítores de mis compañeros.

Me pidió que le contara toda la historia, desde el principio hasta el final, con todos los detalles.  Así que lo recreé todo.  Ella aplaudió y me abrazó.  Después llamé a mi padre y reviví toda la experiencia.  Se emocionó mucho por mí.  Fue uno de los mejores días de mi vida.

 

 

Buenas noticias

 

Y tú, ¿a quién acudes corriendo? ¿Quién te ayuda a celebrar tus logros? Y ¿por qué corres hacia esas personas tan especiales? ¿Por qué son las primeras de tu lista? ¿Qué tienen que te atrae hacia ellas?

La psicóloga Shelly Gable y su compañero de investigación Harry Reis descubrieron que hay cuatro maneras principales en que la gente responde a las buenas noticias de los demás, y solo una de ellas produce un impacto positivo en una relación:

Ø  Activa y constructiva: se muestran “entusiasmados, casi más felices y emocionados que la propia persona, y formulan muchas preguntas.

Ø  Pasiva y constructiva:  intentan no hacer muchos aspavientos, pero se alegran; o dicen poco, pero la persona sabe que se alegran por ella.

Ø  Activa y destructiva:  a menudo suelen encontrar un problema en el logro o señalan los posibles aspectos negativos de la buena noticia.

Ø  Pasiva y destructiva:  no parecen interesados, no les importa demasiado o no le hacen demasiado caso.

 

La investigación de Gable y Reis mostró que las personas que tienen un impacto positivo medible en tu entusiasmo, alegría y felicidad en la vida son las que responden de una manera activa y constructiva a tus buenas noticias.

También descubrieron que quienes reciben una retroalimentación activa y constructiva por parte de los seres más cercanos describen un mayor bienestar en cuanto a sus relaciones, tal como indican las evaluaciones de la intimidad y la satisfacción marital.

 

Compartir

 

Pero no todo el mundo es tan sensible o está tan sintonizado con los demás como podrías desear.  Así son las cosas.  No es algo bueno ni malo.  Por eso a veces tienes que preanunciar tus buenas noticias.  Necesitas hacer saber a las personas, con tus palabras y sentimientos, que estás emocionado.  Puedes empezar diciendo sencillamente:  “Estoy muy entusiasmado por algo; ¿puedo compartirlo contigo?”.

Si haces esto, pasarán dos cosas.  En primer lugar, estás comunicando a las personas que te importan que tienes buenas noticias que compartir con ellas; en segundo lugar, tu pregunta les otorga un momento para que puedan redirigir su atención desde lo que fuera que estuvieran haciendo antes de que aparecieses tú con tus buenas noticias.  También aumentas más grandes las probabilidades de recibir una respuesta activa y constructiva.  Si no anuncias tu entusiasmo, puedes abrumar a la otra persona soltándole el notición sin previo aviso.

 

Acciones

 

Piensa en las personas que amas y que te importan.  ¿Corren tus hijos hacia ti con sus buenas noticias? ¿Lo hace tu pareja? ¿Y tus amigos? ¿Y tus compañeros de trabajo?

Piensa en las oportunidades que tienes de ayudar a sacar lo mejor de la gente por la que te preocupas.  Piensa en cómo puedes hacer más intensa su alegría por el hecho de responder activa y constructivamente a sus buenas noticias.  Y, como mi madre y mi padre hicieron por mí, piensa en los recuerdos inolvidables que estás ayudando a generar en aquellos quienes amas.

Ten un impacto positivo.

Acoge a las personas que corren hacia ti con sus buenas nuevas.

 

 

 

sábado, 2 de abril de 2022


Del libro “El contador de historias”  del  Dr.  Camilo Cruz

 

Los tres sedazos

 



En cierta ocasión, Sócrates recibió la visita de un vecino suyo con quien poco departía, ya que el hombre hablaba más de la cuenta y parecía deleitarse en propagar chismes sobre los demás sin molestarse en verificar si eran ciertos o no.

“No vas a creer lo que tengo que contarte sobre tu mejor amigo”, le dijo.  “Te aseguro que después de escuchar lo que te voy a decir ya no confiarás tanto en él”.

Sin embargo, antes de que el hombre pronunciara una palabra más, Sócrates lo interrumpió.

“Espera un momento”, le dijo.  “Antes de que me digas cualquier cosa quiero saber si ya has pasado lo que vas a contarme a través de los tres cedazos de la integridad”.

“¿A qué cedazos te refieres?”, le preguntó el hombre extrañado.

Sócrates había concebido esta idea aplicando la misma técnica que utilizan los constructores para obtener la arena más fina: cerniéndola o pasándola varias veces a través de zarandillos para así separar la arena fina del pedrusco y la arena gruesa.  De esta misma manera, veía él que era necesario filtrar o depurar la información que recibía del mundo exterior para asegurarse de que lo que llegara a su mente fuera realmente cierto.

“El primero”, respondió el sabio, “es el cedazo de la verdad.  ¡Estás seguro de que esto que vas a contarme es cierto?

El hombre vaciló un instante.

“A decir verdad, no lo estoy.  Lo he escuchado de otra persona, pero no lo vi con mis propios ojos, aunque, como dicen por ahí, ´donde hay humo es porque hay fuego´”.

“¿Te das cuenta de que lo que quieres contarme ni siquiera ha pasado la primera prueba?”, indicó Sócrates. “Y tú no solo lo dabas por auténtico, sino que estás listo a proclamarlo a los cuatro vientos”.

“¿Y si te hubiese dicho que sí era cierto?, insistió el hombre, no queriendo quedarse con aquel chisme para sí solo.

“Te hubiese pedido que lo pasáramos a través de los otros dos cedazos.  El segundo es el de la bondad.  ¿Estás seguro de que son tus buenos sentimientos los que te mueven a contarme estas cosas?”

     “¿Y el tercero?, preguntó el hombre con enorme curiosidad.

“Es el de la utilidad.  ¿Piensas que es necesario que yo sepa lo que quieres compartir conmigo?”

El hombre estuvo en silencio un largo rato.  Sabía que se encontraba frente a quien muchos consideraban el más sabio de todos los maestros en Grecia y no quería cometer una mayor imprudencia.

“A decir verdad”, indicó finalmente, “no pensé en nada de eso”.

“En tal caso”, agregó Sócrates, “guarda tus palabras para ti y procura olvidarlas”.

 

 

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Es posible que te estés preguntando qué hace un cuento como Los tres cedazos en un capítulo sobre la importancia de seguir creciendo.  Es sencillo, gran parte de la información y las ideas que terminan moldeando nuestro carácter la hemos recibido de otras personas – familiares, profesores, socios, amigos y hasta desconocidos – a manera de consejos, opiniones y enseñanzas, críticas y experiencias compartidas.  Esta historia nos recuerda la gran responsabilidad que tenemos de asegurarnos de que la información que recibimos de otros sea cierta, relevante y necesaria.

 


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