viernes, 27 de diciembre de 2013

Del Libro “Comunícate, Cautiva y Convence” de Gaby Vargas


Muérete de la risa







“Ayer tenía que hacer un examen.  Media hora antes me di cuenta que estaba materialmente helado de miedo.  Repasé mis notas y mi mente estaba completamente en blanco. Cosas que había estudiado durante mucho tiempo me resultaban completamente desconocidas y fui presa de pánico.  Me dije:  ¡No me acuerdo de nada! ¡No voy a pasar este examen! Sobra decir que el miedo aumentaba conforme pasaban los minutos, y los apuntes me resultaban cada vez menos familiares.  Las manos me sudaban y el miedo aumentaba cada vez que repasaba los apuntes.  Cinco minutos antes del examen estaba convencido de que si me seguía sintiendo así durante el mismo, era seguro que me reprobarían”.
Muchos hemos experimentado esta sensación que un alumno le describe al doctor Víctor Frankl en su carta.  No sólo con relación a un examen, sino en lo que sentimos antes de una competencia, de una junta de negocios crucial, en las torpezas que decimos en la primera cita a alguien  del sexo opuesto que nos atrae o ante un reto al que encaramos.
Por ejemplo: ¿Te ha sucedido alguna vez, que, conforme más fluido quieres expresarte, más tartamudeas? ¿Te han sudado las manos cuando más secas querías que estuvieran? ¿Mientras más rápido quieres conciliar el sueño porque al día siguiente tienes que tomar un vuelo muy temprano, menos te puedes dormir? El miedo a que sucedan las cosas es, precisamente, lo que provoca todo esto.  Ante esta realidad, la pregunta que debemos hacer es:  ¿Cómo es posible romper este mecanismo?
Lo irónico es que esta angustia anticipada desencadena precisamente aquello que tememos que suceda.  Esto genera un círculo vicioso, que empeora la situación.  Es decir, el miedo al miedo aumenta nuestro miedo.

La intención paradójica
Víctor Frankl, psiquiatra fundador de la logoterapia, y autor del libro El hombre en busca de sentido, propone un método tan sencillo, rápido y eficaz que, desde su aplicación, los terapeutas del comportamiento se han sorprendido de sus resultados.  La intención paradójica.
 Frankl dice que ante estos miedos, la reacción más típica es querer “huir” del miedo.  Sin embargo, el esfuerzo por evitar la situación es lo que nos provoca ansiedad.  Es decir, en el caso del estudiante, la angustia de reprobar el examen es precisamente lo que provoca que todo se le olvide.  Ante esto, el método de Frankl a simple vista nos parecería absurdo y ridículo.  Por medio de la intención paradójica, nos anima a “hacer o desear” que suceda lo que tememos. Un deseo y un temor son mutuamente excluyentes.  No podemos tenerle miedo a aquello que deseamos que suceda.

Veamos cómo el estudiante enfrentó su miedo al examen, en la carta que continúa:

“… y entonces me acordé de lo que usted me dijo sobre la ‘intención paradójica’.  Me dije a mi mismo: ‘Ya que de todos modos voy a reprobar, procuraré hacer cuanto pueda en este sentido. Le presentaré al profesor un examen tan malo que le va a mantener confuso durante días.  Voy a escribir una porquería de examen, respuestas que no tengan nada que ver con las preguntas.  Voy a demostrar cómo un estudiante hace un examen auténticamente malo.  Será el examen más ridículo que tenga que calificar en toda su carrera.’  Pensando en estas cosas, me estaba riendo para mis adentros, cuando me tocó examinarme.  Lo crea o no, comprendí perfectamente cada pregunta.  Me sentía relajado y, por raro que parezca, en un estado de humos magnífico.  Pasé el examen y obtuve una buena calificación.”
Así pues, la intención paradójica cura el miedo.  Si a propósito intentamos tenerlo, no podemos.  Para Frankl lo más importante de la intención paradójica es usar deliberadamente el sentido del humor.  Comenta al respecto, que es increíble que “hasta ahora no se haya tomado el humor lo suficientemente en serio”.  La intención paradójica nos enseña a bromear acerca de nosotros mismos, a reírnos y ridiculizar nuestros propios miedos.  Esto en virtud de la capacidad del ser humano de autotrascender para olvidarse de sí mismo, entregarse y abrirse a encontrar un sentido a su existencia.  

Por ejemplo, si temes que te suden las manos al saludar a alguien, de acuerdo con Frankl, imagínate que te van a escurrir ríos de agua por tus manos.  En el momento en que logras imaginarlo de verdad, notarás cómo tus manos ya no se humedecen.  Incluso imagínate diciéndole al otro: “Disculpe por tanta agua, pero es que así sudan mis manos.”  ¿Te imaginas? Bueno, pues haz la prueba y verás que ¡santo remedio!
Una joven se mostraba nerviosa en su primera consulta y tartamudeaba.  En lugar de que el doctor le dijera lo que naturalmente se espera: “Relájese, no tenga miedo”, o “tranquilícese”, lo que aumentaría su tensión, le dijo precisamente todo lo contrario:  “Linda, quiero que esté usted lo más tensa que pueda, y que se ponga lo más nerviosa posible.”  “Muy bien” dijo, “eso me resulta fácil”.  Intentó ponerse más nerviosa aún.  De pronto se dio cuenta de lo cómica que resultaba tal situación y dijo:  “Estaba realmente muy nerviosa, sin embargo ya no lo puedo estar.  Es curioso, pero cuanto más intento ponerme tensa, menos lo consigo.”

La intención paradójica nos permite alejarnos de nosotros mismos para observar nuestros patrones de conducta con sentido del humor. Es un alivio saber que, al reírnos, podemos salir de los miedos y las reacciones automáticas para ver el poder desafiante de nuestro espíritu humano en acción.  Así que ya sabes, ante el miedo;  muérete de la risa. 

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