domingo, 24 de febrero de 2019

Del Libro “90 respuestas a 90 preguntas” de Martha Alicia Chávez


Del Libro “90 respuestas a 90 preguntas” de Martha Alicia Chávez




¿Qué hay detrás de la flojera”



La pereza, más comúnmente llamada flojera, es tal vez uno de los defectos humanos que más se desprecian.  Desde que somos niños nos enseñan con vehemencia que es mala, peligrosa, indeseable y ¡pecado capital!  Los padres y los maestros no soportan ver a un niño flojo, y los adultos perezosos son repudiados y juzgados.

Aun cuando todos tenemos ratos o tapas en que sentimos flojera y desmotivación, hay personas para quienes ése es su estado normal.  Pareciera que esa gente a la que llamamos floja no tiene energía vital;  cualquier actividad que realiza le exige más esfuerzo a la mayoría de las personas.  En casos extremos, y tal como lo decimos de manera popular, le tiene que pedir permiso a sus brazos para moverlos y convencer a sus piernas para que caminen.  Deja casi todo inconcluso, tiene una enorme pila de pendientes por hacer en la vida y una gran incapacidad para tomar medidas al respecto.
Los perezosos reciben mucho rechazo y regaños por parte de quienes los rodean; ellos mismos se rechazan y regañan a sí mismos, y como es de suponer, sienten mucha culpa.  Es muy importante entender que la persona perezosa no lo es por gusto, mucho menos por decisión.  Los que tenemos capacidad de acción podemos llegar a creer que nomás es cuestión de que quieran, hagan a un lado la flojera y ¡actúen!  Pero hay mucho más que eso detrás de la flojera.

Hay varias posibles razones para que una persona experimente esa apatía y aplanamiento al que llamamos pereza:  por una parte, puede ser síntoma de una depresión no identificada como tal y por lo tanto no atendida;  también puede deberse a deficiencias nutricionales, e incluso podría ser señal de algún problema glandular que crea desequilibrios químicos en el cuerpo, o quizá el indicio de una enfermedad enmascarada o todavía no manifestada.
Pero en el plano psicológico, lo que hay detrás de la flojera son sentimientos viejos, bloqueados, negados y reprimidos, que merman y ahogan el flujo energético de la persona, llamado eros o fuerza vital, la cual deja de fluir y se encuentra estancada, atorada, y para decirlo en términos muy simples, le baja la batería.  Esos sentimientos son por supuesto dolorosos o amenazantes, difíciles de enfrentar, por eso es que la persona los ha bloqueado.  Es necesario entender que el hecho de negarse a reconocer un sentimiento no significa que éste se vaya;  ahí se queda, sigue existiendo y afectando la vida, y buscaré salidas sustitutivas, patológicas, para manifestarse.

A una persona que experimenta esa clase de “pereza existencial” le conviene buscar ayuda profesional, médica, nutricional y psicológica, para recuperar el aliento de vida que se le ha apagado.  Quienes viven a su lado necesitan apoyarla para dar el primer paso, hacer la cita, acudir a ella y seguir las indicaciones recomendadas, ya que, como mencioné, a estas personas les cuesta inmensamente realizar acciones que para cualquiera de nosotros pueden ser la cosa más fácil.  Asimismo, la persona afectada de flojera crónica necesita tener la disposición para reconocer que requiere ayuda y para dejarse ayudar, poniendo todo de su parte a fin de resolver el problema.

La flojera no es natural al ser humano.  Estamos diseñados para tener energía vital, motivación, entusiasmo y capacidad de acción;  cuando las cosas no funcionan así, es algo que anda mal, y la buena noticia es que tiene solución. 



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sábado, 9 de febrero de 2019

Del Libro: “Una vaca se estacionó en mi lugar” de Leonard Scheff / Susan Edmiston



Del Libro:  “Una vaca se estacionó en mi lugar”  de Leonard Scheff / Susan Edmiston




Entonces, para trabajar con mi introspección, volví mi atención hacia los motivos y las intenciones del ladrón.  Mi primera impresión fue que quizá él era un drogadicto que necesitaba su dosis o alimento y alojo, porque estaba enfermo de la mente y no podía conseguir trabajo.  Entonces recordé una historia que leí en el periódico sobre un ladrón que había consolado a la cajera de un minisúper, porque se puso histérica cuando él le apuntó con una pistola.  El ladrón necesitaba los 20 dólares que tomó de la caja, porque no había logrado encontrar empleo para dar de comer a su familia.  Si él pudo mostrar compasión, ¿no podría yo hacer lo mismo?  ¿Estaba seguro de que el ladrón era mi enemigo?  Imaginé que él me pedía el dinero y yo se lo daba con libertad.  Recordé la parábola de “El que da debe estar agradecido”, y volví a agradecer al ladrón, esta vez por darme la oportunidad de practicar la compasión.

Al final, no robaron mi identidad ni utilizaron mis tarjetas de crédito.  Necesitaba cuestionar mi expectativa de que eso ocurriría y mis suposiciones sobre otras personas.
Una vez más pensé en el ladrón e hice un ejercicio que lo llamé “Intercambiar el lugar con tu enemigo”.  Cerré los ojos y traté de ponerme en el lugar de la persona que me había agredido.  Hace frío y llevo puesto un abrigo que no calienta mucho ni me queda bien.  Perdí mi trabajo y he esperado durante algunas horas en la esquina donde los jornaleros se reúnen con la esperanza de obtener trabajo, pero no me han llamado.  Me siento infeliz sólo al pensar que llegaré a casa con las manos vacías y con mi esposa, que ha trabajado todo el día en labores domésticas, para poder dar de comer a los niños.  “Mira a toda esa gente rica en la calle – me digo -.  Cualquiera podría resolver mis problemas sin sufrir demasiado. Entre la multitud está un hombre mayor, bien vestido, de cuya bolsa trasera sobresale una billetera.  Quizá puedo tomarla.” 

Mientras me ponía en los zapatos de aquel hombre, sentía que mi irritación por haber perdido mi cartera no era nada en comparación con su sufrimiento.  Nuestra sociedad ha creado una situación en la cual las personas como yo, con ventajas como tener la oportunidad de ir a la escuela de derecho, podían prosperar, mientras otras no podían sobrevivir.  Al compartir su dolor, sentí compasión y deseé haber podido ofrecerle dinero antes de que el ladrón optara por cometer un crimen.  Pobre hombre, pensé.  En otras circunstancias, yo podría haber sido él.

En la vida diaria, el sólo hecho de entender una situación desde una perspectiva más amplia puede permitirte convertir la ira en compasión.



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