sábado, 9 de febrero de 2019

Del Libro: “Una vaca se estacionó en mi lugar” de Leonard Scheff / Susan Edmiston



Del Libro:  “Una vaca se estacionó en mi lugar”  de Leonard Scheff / Susan Edmiston




Entonces, para trabajar con mi introspección, volví mi atención hacia los motivos y las intenciones del ladrón.  Mi primera impresión fue que quizá él era un drogadicto que necesitaba su dosis o alimento y alojo, porque estaba enfermo de la mente y no podía conseguir trabajo.  Entonces recordé una historia que leí en el periódico sobre un ladrón que había consolado a la cajera de un minisúper, porque se puso histérica cuando él le apuntó con una pistola.  El ladrón necesitaba los 20 dólares que tomó de la caja, porque no había logrado encontrar empleo para dar de comer a su familia.  Si él pudo mostrar compasión, ¿no podría yo hacer lo mismo?  ¿Estaba seguro de que el ladrón era mi enemigo?  Imaginé que él me pedía el dinero y yo se lo daba con libertad.  Recordé la parábola de “El que da debe estar agradecido”, y volví a agradecer al ladrón, esta vez por darme la oportunidad de practicar la compasión.

Al final, no robaron mi identidad ni utilizaron mis tarjetas de crédito.  Necesitaba cuestionar mi expectativa de que eso ocurriría y mis suposiciones sobre otras personas.
Una vez más pensé en el ladrón e hice un ejercicio que lo llamé “Intercambiar el lugar con tu enemigo”.  Cerré los ojos y traté de ponerme en el lugar de la persona que me había agredido.  Hace frío y llevo puesto un abrigo que no calienta mucho ni me queda bien.  Perdí mi trabajo y he esperado durante algunas horas en la esquina donde los jornaleros se reúnen con la esperanza de obtener trabajo, pero no me han llamado.  Me siento infeliz sólo al pensar que llegaré a casa con las manos vacías y con mi esposa, que ha trabajado todo el día en labores domésticas, para poder dar de comer a los niños.  “Mira a toda esa gente rica en la calle – me digo -.  Cualquiera podría resolver mis problemas sin sufrir demasiado. Entre la multitud está un hombre mayor, bien vestido, de cuya bolsa trasera sobresale una billetera.  Quizá puedo tomarla.” 

Mientras me ponía en los zapatos de aquel hombre, sentía que mi irritación por haber perdido mi cartera no era nada en comparación con su sufrimiento.  Nuestra sociedad ha creado una situación en la cual las personas como yo, con ventajas como tener la oportunidad de ir a la escuela de derecho, podían prosperar, mientras otras no podían sobrevivir.  Al compartir su dolor, sentí compasión y deseé haber podido ofrecerle dinero antes de que el ladrón optara por cometer un crimen.  Pobre hombre, pensé.  En otras circunstancias, yo podría haber sido él.

En la vida diaria, el sólo hecho de entender una situación desde una perspectiva más amplia puede permitirte convertir la ira en compasión.



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