Del Libro: “Una vaca
se estacionó en mi lugar” de Leonard
Scheff / Susan Edmiston
Entonces, para trabajar con mi introspección, volví mi
atención hacia los motivos y las intenciones del ladrón. Mi primera impresión fue que quizá él era un
drogadicto que necesitaba su dosis o alimento y alojo, porque estaba enfermo de
la mente y no podía conseguir trabajo.
Entonces recordé una historia que leí en el periódico sobre un ladrón
que había consolado a la cajera de un minisúper, porque se puso histérica cuando
él le apuntó con una pistola. El ladrón
necesitaba los 20 dólares que tomó de la caja, porque no había logrado
encontrar empleo para dar de comer a su familia. Si él pudo mostrar compasión, ¿no podría yo
hacer lo mismo? ¿Estaba seguro de que el
ladrón era mi enemigo? Imaginé que él me
pedía el dinero y yo se lo daba con libertad.
Recordé la parábola de “El que da
debe estar agradecido”, y volví a agradecer al ladrón, esta vez por darme
la oportunidad de practicar la compasión.
Al final, no robaron mi identidad ni utilizaron mis tarjetas
de crédito. Necesitaba cuestionar mi
expectativa de que eso ocurriría y mis suposiciones sobre otras personas.
Una vez más pensé en el ladrón e hice un ejercicio que lo
llamé “Intercambiar el lugar con tu enemigo”. Cerré los ojos y traté de ponerme en el lugar
de la persona que me había agredido.
Hace frío y llevo puesto un abrigo que no calienta mucho ni me queda
bien. Perdí mi trabajo y he esperado
durante algunas horas en la esquina donde los jornaleros se reúnen con la
esperanza de obtener trabajo, pero no me han llamado. Me siento infeliz sólo al pensar que llegaré
a casa con las manos vacías y con mi esposa, que ha trabajado todo el día en
labores domésticas, para poder dar de comer a los niños. “Mira a toda esa gente rica en la calle – me
digo -. Cualquiera podría resolver mis
problemas sin sufrir demasiado. Entre la multitud está un hombre mayor, bien
vestido, de cuya bolsa trasera sobresale una billetera. Quizá puedo tomarla.”
Mientras me ponía en los zapatos de aquel hombre, sentía que
mi irritación por haber perdido mi cartera no era nada en comparación con su
sufrimiento. Nuestra sociedad ha creado
una situación en la cual las personas como yo, con ventajas como tener la
oportunidad de ir a la escuela de derecho, podían prosperar, mientras otras no
podían sobrevivir. Al compartir su
dolor, sentí compasión y deseé haber podido ofrecerle dinero antes de que el
ladrón optara por cometer un crimen. Pobre
hombre, pensé. En otras circunstancias, yo
podría haber sido él.
En la vida diaria, el
sólo hecho de entender una situación desde una perspectiva más amplia puede
permitirte convertir la ira en compasión.
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