domingo, 16 de diciembre de 2018

Del Libro “Una vida sin límites” de Nick Vujicic



 Del Libro  “Una vida sin límites”  de Nick Vujicic



Para que alcances el éxito y la felicidad, son cruciales los siguientes aspectos:  el arte de ver a través de la gente, de relacionarse con ella, de involucrarse, de ponerse en sus zapatos, de saber en quien confiar y cómo ser confiable.  Si las personas no cuentan con la habilidad de construir relaciones basadas en la comprensión mutua y la confianza, es muy raro que lleguen a tener éxito. 
No sólo necesitamos alguien a quien amar, también necesitamos amigos, mentores, modelos a seguir y gente que nos apoye, que crea en nuestros sueños y que nos ayude a alcanzarlos.

Para construir tu Dream Team (o sea, tu “equipo soñado”) de seguidores que en verdad se preocupen por tu bienestar, primero tienes que demostrar que eres confiable, que tú también puedes apoyarlos.  Si depositas tu energía en su éxito, si los apoyas, los motivas y les ofreces consejos honestos, puedes esperar que hagan lo mismo por ti.  Si no lo hacen, entonces deberás alejarte y encontrar a alguien que sí desee pertenecer a tu equipo.



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domingo, 9 de diciembre de 2018

Del Libro “Los diez retos” de Leonard Felder…..


Del Libro  “Los diez retos”  de Leonard Felder…..




Durante nueve veranos me ofrecí para un taller de una semana en Los Ángeles al que asistían doscientos alumnos de preparatoria.  Parte del programa requería que los africano-estadounidenses, los asiático-estadounidenses, los latinos y los blancos entablaran diálogos no censurados acerca de sus diferencias raciales y culturales.  Invariablemente, cada verano las conversaciones empezaban con un tono santurrón y acusatorio, pero eventualmente surgía en el aula el deseo de algún camino hacia la curación.
Un verano se produjo en el taller un terrible atolladero entre el grupo de africano-estadounidenses y el de coreano-estadounidenses.  Un miembro del grupo coreano-estadounidense insistía; “No sé por qué ustedes se portan con tanta grosería y falta de respeto cuando entran en la tienda de abarrotes de mi padre. En mi cultura el respeto es muy importante”.  En respuesta, un miembro del grupo africano-estadounidense dijo:  “¿Por qué debiera yo tratarlos con respeto? Ustedes me miran como si fuera un animal y les importan un bledo mi cultura, mis valores, o respetar quien soy”.
La discusión continuó por casi una hora, hasta que uno de los adolescentes africano-estadounidenses se puso de pie y dijo:  “No creo que podamos trabajar juntos a menos que veamos que todo esto tiene una finalidad más elevada.  Y en este momento me pregunto qué significa que la mayoría de los que estamos en este cuarto, negros y coreanos, seamos cristianos.  No creo que Jesús quisiera que nos enfrentáramos unos con otros de esta manera”.
Tras unos minutos de examinar distintas ideas, uno de los miembros del cuerpo docente, una mujer que pertenecía al clero y que trabajaba jornada parcial, planteó la siguiente sugerencia:  “En lugar de denigrarse unos a otros o tratar de competir en cuanto a quién siente más dolor, me gustaría que pasáramos unos momentos pensando un poco en lo que quiso decir Jesús con  No juzgues, para no ser juzgado’.”
Esos momentos de profunda búsqueda interior disiparon el atolladero y ambos grupos comenzaron a tratarse mutuamente con mucho más respeto y curiosidad acerca de quiénes eran como seres humanos.  Esto no solucionó todos los conflictos profundos entre los dos grupos, pero para los adolescentes que se encontraban en ese cuarto había tenido lugar un importante cambio.

Otro ejemplo de lo difícil e importante que es para la gente desprenderse de su mojigatería se dio una tarde en mi oficina de terapia, cuando una madre y su hijo adolescente se esforzaban para hallar una manera de convivir.  Ambos se habían propuesto tan rígidos y a la defensiva que ninguno de los dos era muy optimista con respecto a su relación.
En plena sesión, la mamá le preguntó por milésima vez a su hijo cuándo iba a ordenar su cuarto.  El hijo de 14 años se paró y dijo:  “¡Se acabó!  ¡Me voy!”  Pero antes de que pudiera marcharse le hice una propuesta.  Le dije que si era capaz de pasar cinco minutos imaginando ser su madre que entraba en su cuarto y veía el revoltijo, y luego nos decía qué impresión le causaba, podría abandonar la sesión.
De modo que el hijo, que era bastante dotado como actor y tenía una gran imaginación, pasó los siguientes cinco minutos imitando brillantemente a su mamá, diciéndonos exactamente qué sentía al entrar en su desordenado cuarto y qué decepcionante era que él no quisiera ordenarlo.  Después de los cinco minutos, la mamá lo aplaudió y el rígido comportamiento del hijo comenzó a ablandarse.  Por primera vez había podido comprender la decepción de su madre, y por primera vez su madre había apreciado y aplaudido algo con respecto a él.  Ese fue el comienzo de una mejoría en su relación.  
Nuevamente, no se resolvieron todas las tensiones y conflictos, pero se abrió la posibilidad para madre e hijo de verse mutuamente desde un nuevo punto de vista.




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domingo, 2 de diciembre de 2018

Del Libro “Dios nunca parpadea” de Regina Brett



Del Libro  “Dios nunca parpadea”  de  Regina Brett

“Me tomó cuarenta años descubrir la felicidad y aferrarme a ella.  Sentía que al momento de mi nacimiento, Dios había parpadeado. El instante había pasado inadvertido para Él y jamás supo que yo había llegado.  Mis padres tuvieron once hijos, y aunque amo profundamente a mis papás y a mis cinco hermanos y cinco hermanas, algunas veces me sentía perdida entre la camada.



La vida no es justa, pero de todas maneras es buena.


  Yo había pasado por mi primera quimioterapia y me podía imaginar calva.  Poco después, vi a un hombre usando una gorra de béisbol con las siguientes palabras inscritas:  LA VIDA ES BUENA.
La vida no se sentía buena para mí, y estaba por sentirse peor, así es que le pregunté al hombre dónde había conseguido su gorra.  Dos días más tarde, Frank atravesó la ciudad y se detuvo en mi casa para darme una.  Frank es un hombre mágico, pintor de casas, de oficio, él vive de acuerdo a una sencilla palabra:  Puedo.
La palabra le recuerda tener gratitud por todo.  En vez de decir, “Tengo que ir hoy al trabajo”, Frank se dice a sí mismo, “Puedo ir hoy al trabajo”.  En vez de decir, “Tengo que ir a la tienda”, él puede ir.  En vez de decir, “Tengo que llevar a los niños a su entrenamiento de béisbol”, lo puede hacer.  Funciona para todo.
La gorra en alguien más que no fuera Frank quizá carecería del mismo poder.  Era azul marino con un parche ovalado que anunciaba su mensaje en letras blancas.
Y la vida fue buena, aunque mi cabello cayó, mi cuerpo se debilitó y mis cejas desaparecieron.  En lugar de ponerme una peluca, usé esa borra como mi respuesta al cáncer, como mi cartelera ante el mundo.  La gente experimenta una morbosa fascinación al ver a una mujer calva;  cuando husmeaban, recibían el mensaje.
Gradualmente, fui mejorando, mi cabello volvió a crecer y guardé la gorra hasta que a una amiga le dio cáncer y preguntó por ella.  Quería una.  Al principio, no deseaba desprenderme de la mía, era como mi chupón, la cobijita que me daba seguridad, pero debía cederla;  si no lo hacía, la suerte podría terminarse.  Ella hizo la promesa de mejorar y cederle la gorra a otra mujer.  En su lugar, ella me la regresó para que yo se la diera a otra sobreviviente.
La llamamos Gorra de la Quimio.
No sé cuántas mujeres la hayan usado en estos últimos once años, he perdido la cuenta.  Tantas amigas han sido diagnosticadas con cáncer de mama:  Arlene, Joy, Cheryl, Kaye, Sheila, Joan, Sandy.  Mujer tras mujer la fueron pasando.
Cuando la gorra regresó a mí, siempre parecía más cansada y gastada, pero cada muer tenía una nueva chispa en sus ojos.   Todas las mujeres que usaron la Gorra de la Quimio están llenas de vitalidad.
El año pasado se la di a mi amigo y compañero de trabajo, Patrick.  A él le habían diagnosticado cáncer de colon a los 37 años.  Patrick recibió la gorra, aunque yo no estaba segura de que pudiera hacerle frente a ningún otro tipo de cáncer.  Le contó a su mamá sobre la gorra, cómo él era hora un eslabón en esta cadena de supervivencia.  Ella encontró la compañía Life is Good, Inc., que fabricaba las gorras y otros productos con el lema.  Llamó a la compañía para contar la historia y pedir una caja completa de cachuchas.
La señora se las envió a los amigos y parientes más cercanos de Patrick, quienes se tomaron fotos usándola.  En su refrigerador, él puso las fotos de amigos de la universidad y sus hijos y perros con la gorra de  LA VIDA ES BUENA.
Mientras tanto, las personas de Life is Good, Inc., se sintieron conmovidas por el relato de la mamá de Patrick, y debido a ello hicieron una junta de personal y retrataron a sus empleados,  “en el espíritu de la gorra viajera y de la suerte”, a pasar sus gorras a alguien que necesitara apoyo.  La compañía envió a Patrick una foto de los 175 empleados con la gorra puesta.
Patrick terminó la quimioterapia y está bien.  Tuvo tanta suerte;  jamás perdió su cabello, sólo se le hizo más delgado.  Jamás tuvo que ponerse la gorra, pero ésta tuvo el poder de conmoverlo.  Él la mantuvo en una mesa junto a las escaleras donde pudiera ver el mensaje cada día.
El gorro lo hizo superar los días realmente malos, cuando quería dejar la quimioterapia y rendirse.  Cualquiera que haya tenido cáncer conoce esos días;  incluso las personas que jamás han tenido cáncer los conocen.
Resulta que no era la gorra, sino el mensaje lo que nos hizo seguir adelante a todos, lo que todavía nos hace seguir adelante.

La visa es buena.
Transmite el mensaje.


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