domingo, 9 de diciembre de 2018

Del Libro “Los diez retos” de Leonard Felder…..


Del Libro  “Los diez retos”  de Leonard Felder…..




Durante nueve veranos me ofrecí para un taller de una semana en Los Ángeles al que asistían doscientos alumnos de preparatoria.  Parte del programa requería que los africano-estadounidenses, los asiático-estadounidenses, los latinos y los blancos entablaran diálogos no censurados acerca de sus diferencias raciales y culturales.  Invariablemente, cada verano las conversaciones empezaban con un tono santurrón y acusatorio, pero eventualmente surgía en el aula el deseo de algún camino hacia la curación.
Un verano se produjo en el taller un terrible atolladero entre el grupo de africano-estadounidenses y el de coreano-estadounidenses.  Un miembro del grupo coreano-estadounidense insistía; “No sé por qué ustedes se portan con tanta grosería y falta de respeto cuando entran en la tienda de abarrotes de mi padre. En mi cultura el respeto es muy importante”.  En respuesta, un miembro del grupo africano-estadounidense dijo:  “¿Por qué debiera yo tratarlos con respeto? Ustedes me miran como si fuera un animal y les importan un bledo mi cultura, mis valores, o respetar quien soy”.
La discusión continuó por casi una hora, hasta que uno de los adolescentes africano-estadounidenses se puso de pie y dijo:  “No creo que podamos trabajar juntos a menos que veamos que todo esto tiene una finalidad más elevada.  Y en este momento me pregunto qué significa que la mayoría de los que estamos en este cuarto, negros y coreanos, seamos cristianos.  No creo que Jesús quisiera que nos enfrentáramos unos con otros de esta manera”.
Tras unos minutos de examinar distintas ideas, uno de los miembros del cuerpo docente, una mujer que pertenecía al clero y que trabajaba jornada parcial, planteó la siguiente sugerencia:  “En lugar de denigrarse unos a otros o tratar de competir en cuanto a quién siente más dolor, me gustaría que pasáramos unos momentos pensando un poco en lo que quiso decir Jesús con  No juzgues, para no ser juzgado’.”
Esos momentos de profunda búsqueda interior disiparon el atolladero y ambos grupos comenzaron a tratarse mutuamente con mucho más respeto y curiosidad acerca de quiénes eran como seres humanos.  Esto no solucionó todos los conflictos profundos entre los dos grupos, pero para los adolescentes que se encontraban en ese cuarto había tenido lugar un importante cambio.

Otro ejemplo de lo difícil e importante que es para la gente desprenderse de su mojigatería se dio una tarde en mi oficina de terapia, cuando una madre y su hijo adolescente se esforzaban para hallar una manera de convivir.  Ambos se habían propuesto tan rígidos y a la defensiva que ninguno de los dos era muy optimista con respecto a su relación.
En plena sesión, la mamá le preguntó por milésima vez a su hijo cuándo iba a ordenar su cuarto.  El hijo de 14 años se paró y dijo:  “¡Se acabó!  ¡Me voy!”  Pero antes de que pudiera marcharse le hice una propuesta.  Le dije que si era capaz de pasar cinco minutos imaginando ser su madre que entraba en su cuarto y veía el revoltijo, y luego nos decía qué impresión le causaba, podría abandonar la sesión.
De modo que el hijo, que era bastante dotado como actor y tenía una gran imaginación, pasó los siguientes cinco minutos imitando brillantemente a su mamá, diciéndonos exactamente qué sentía al entrar en su desordenado cuarto y qué decepcionante era que él no quisiera ordenarlo.  Después de los cinco minutos, la mamá lo aplaudió y el rígido comportamiento del hijo comenzó a ablandarse.  Por primera vez había podido comprender la decepción de su madre, y por primera vez su madre había apreciado y aplaudido algo con respecto a él.  Ese fue el comienzo de una mejoría en su relación.  
Nuevamente, no se resolvieron todas las tensiones y conflictos, pero se abrió la posibilidad para madre e hijo de verse mutuamente desde un nuevo punto de vista.




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