domingo, 2 de diciembre de 2018

Del Libro “Dios nunca parpadea” de Regina Brett



Del Libro  “Dios nunca parpadea”  de  Regina Brett

“Me tomó cuarenta años descubrir la felicidad y aferrarme a ella.  Sentía que al momento de mi nacimiento, Dios había parpadeado. El instante había pasado inadvertido para Él y jamás supo que yo había llegado.  Mis padres tuvieron once hijos, y aunque amo profundamente a mis papás y a mis cinco hermanos y cinco hermanas, algunas veces me sentía perdida entre la camada.



La vida no es justa, pero de todas maneras es buena.


  Yo había pasado por mi primera quimioterapia y me podía imaginar calva.  Poco después, vi a un hombre usando una gorra de béisbol con las siguientes palabras inscritas:  LA VIDA ES BUENA.
La vida no se sentía buena para mí, y estaba por sentirse peor, así es que le pregunté al hombre dónde había conseguido su gorra.  Dos días más tarde, Frank atravesó la ciudad y se detuvo en mi casa para darme una.  Frank es un hombre mágico, pintor de casas, de oficio, él vive de acuerdo a una sencilla palabra:  Puedo.
La palabra le recuerda tener gratitud por todo.  En vez de decir, “Tengo que ir hoy al trabajo”, Frank se dice a sí mismo, “Puedo ir hoy al trabajo”.  En vez de decir, “Tengo que ir a la tienda”, él puede ir.  En vez de decir, “Tengo que llevar a los niños a su entrenamiento de béisbol”, lo puede hacer.  Funciona para todo.
La gorra en alguien más que no fuera Frank quizá carecería del mismo poder.  Era azul marino con un parche ovalado que anunciaba su mensaje en letras blancas.
Y la vida fue buena, aunque mi cabello cayó, mi cuerpo se debilitó y mis cejas desaparecieron.  En lugar de ponerme una peluca, usé esa borra como mi respuesta al cáncer, como mi cartelera ante el mundo.  La gente experimenta una morbosa fascinación al ver a una mujer calva;  cuando husmeaban, recibían el mensaje.
Gradualmente, fui mejorando, mi cabello volvió a crecer y guardé la gorra hasta que a una amiga le dio cáncer y preguntó por ella.  Quería una.  Al principio, no deseaba desprenderme de la mía, era como mi chupón, la cobijita que me daba seguridad, pero debía cederla;  si no lo hacía, la suerte podría terminarse.  Ella hizo la promesa de mejorar y cederle la gorra a otra mujer.  En su lugar, ella me la regresó para que yo se la diera a otra sobreviviente.
La llamamos Gorra de la Quimio.
No sé cuántas mujeres la hayan usado en estos últimos once años, he perdido la cuenta.  Tantas amigas han sido diagnosticadas con cáncer de mama:  Arlene, Joy, Cheryl, Kaye, Sheila, Joan, Sandy.  Mujer tras mujer la fueron pasando.
Cuando la gorra regresó a mí, siempre parecía más cansada y gastada, pero cada muer tenía una nueva chispa en sus ojos.   Todas las mujeres que usaron la Gorra de la Quimio están llenas de vitalidad.
El año pasado se la di a mi amigo y compañero de trabajo, Patrick.  A él le habían diagnosticado cáncer de colon a los 37 años.  Patrick recibió la gorra, aunque yo no estaba segura de que pudiera hacerle frente a ningún otro tipo de cáncer.  Le contó a su mamá sobre la gorra, cómo él era hora un eslabón en esta cadena de supervivencia.  Ella encontró la compañía Life is Good, Inc., que fabricaba las gorras y otros productos con el lema.  Llamó a la compañía para contar la historia y pedir una caja completa de cachuchas.
La señora se las envió a los amigos y parientes más cercanos de Patrick, quienes se tomaron fotos usándola.  En su refrigerador, él puso las fotos de amigos de la universidad y sus hijos y perros con la gorra de  LA VIDA ES BUENA.
Mientras tanto, las personas de Life is Good, Inc., se sintieron conmovidas por el relato de la mamá de Patrick, y debido a ello hicieron una junta de personal y retrataron a sus empleados,  “en el espíritu de la gorra viajera y de la suerte”, a pasar sus gorras a alguien que necesitara apoyo.  La compañía envió a Patrick una foto de los 175 empleados con la gorra puesta.
Patrick terminó la quimioterapia y está bien.  Tuvo tanta suerte;  jamás perdió su cabello, sólo se le hizo más delgado.  Jamás tuvo que ponerse la gorra, pero ésta tuvo el poder de conmoverlo.  Él la mantuvo en una mesa junto a las escaleras donde pudiera ver el mensaje cada día.
El gorro lo hizo superar los días realmente malos, cuando quería dejar la quimioterapia y rendirse.  Cualquiera que haya tenido cáncer conoce esos días;  incluso las personas que jamás han tenido cáncer los conocen.
Resulta que no era la gorra, sino el mensaje lo que nos hizo seguir adelante a todos, lo que todavía nos hace seguir adelante.

La visa es buena.
Transmite el mensaje.


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