jueves, 28 de octubre de 2010

Del Libro “Para vivir en paz” de Francisco J. Ángel Real….



EL QUE DIRAN



Muchas personas se angustian y se mortifican siempre pensando en la opinión de los otros. Sin embargo….

Nadie ha estado en tus zapatos, nadie sabe lo que sientes y nadie puede ver la vida como tú la ves.

¿Quién es perfecto para juzgarte o criticarte?

¿Quién puede entender todas las circunstancias que te rodean?

¿Quién conoce tu historia más que tú?

¡Que digan misa! ¡Qué piensen lo que se les antoje! ¿Qué saben ellos de lo que es vivir tu vida?


La gente tiene tres razones para criticarte o juzgarte:

1) Envidia, porque tú sí te atreves a hacer algo que ellos quisieran hacer.
2) Miedo; porque ven que eres una persona libre y atrevida, ese tipo de gente siempre sobresale y los deja atrás.
3) Ignorancia; no conocen las circunstancias que te rodean así es que se les hace fácil decir que lo que haces está bien o mal. Según he aprendido, la gente sólo critica cuando ve en otros lo que le falta o cuando ve en otros lo que no le gusta de sí mismo.


No permitas que el “qué dirán” te detenga de hacer lo que deseas, ni permitas que te preocupe después de haber tomado una decisión. Todo esto en el entendimiento que en tus acciones, tomas en cuenta los intereses de los que te rodean.

No te reproches tus errores, no eres adivino para saber qué va a pasar y la única forma que tienes de aprender es intentándolo.

jueves, 21 de octubre de 2010

Del libro “Estrategias para el cambio” de Chick Moorman


Críticas


La crítica y el elogio están muy relacionados. Son lados opuestos de la misma moneda. El criticismo, así como el elogio, pueden darse de manera evaluativa, descriptiva o reprobatoria.

Detestable, ordinario, feo, torpe, pobre, desagradable y horrible son ejemplos de criticismo que evalúa. Estas palabras evaluativas, así como sus “primas”: bueno, excelente y maravilloso, dan poca información de utilidad. Es muy poco útil saber que el reporte fue terrible, a menos que sepas específicamente qué fue lo terrible de él. Así, tampoco es de utilidad escuchar que el artículo que escribí fue desagradable, a menos que sepa qué fue lo que la persona que lo criticó eligió como desagradable.

Dime que el reporte fue inexacto en tres partes o que no cubrí cierta parte del tema y de esa manera me das la información que puedo utilizar para mejorarlo la siguiente vez.
Dime que no te gustó la frecuencia con la que utilicé malas palabras en mi artículo y de esta manera podría darme cuenta de por qué pensaste que era desagradable. Critícame con lenguaje descriptivo y obtendré información valiosa que considerar.
O usa la crítica evaluativa y déjame adivinando qué fue lo que te hizo pensar que mi trabajo era terrible, detestable o malo.
Compartir algún disgusto es otra forma de dar a la gente retroalimentación específica que pueda tomar en cuenta. Algunos ejemplos específicos incluyen:

“No me gustó limpiar el fregadero antes de cenar.”
“No me agrada cuando inicias la reunión 15 minutos tarde.”
“Prefiero que dejes el baño como lo encontraste antes de bañarte. No me gusta recoger toallas ni encontrar el suelo mojado.”

La gente generalmente responde mejor cuando comparto o describo lo que no me agradó que cuando critico haciendo una evaluación. Obtengo una respuesta más rápida al decir, “no me agrada que dejes las latas de refresco en la sala,” que si digo, “la sala es un desastre.” Obtengo mayor cooperación cuando mis aseveraciones son, “no me gusta tener que hacer todos estos envíos postales solo,” que cuando digo, “eres flojo e inconsiderado.”

Una de las razones por las que frecuentemente la gente NO responde de manera favorable a la crítica evaluativa es que la experimenta como un ataque. Y el ataque es usualmente resistido y resentido.
Desactiva la resistencia y el resentimiento empleando la regla número uno de la crítica. Esta regla es simplemente ésta: habla acerca de la situación y no de la persona. Elige palabras que se concentren en lo que se logra o no se logra, lo que existe o no existe, lo que sientes o no sientes. No centres tu atención en la otra persona.
“El reporte estuvo incompleto,” habla de la situación. “Hiciste un trabajo pésimo,” ataca a la persona.
“Son las diez y cuarto,” se centra en la situación. “Qué no puedes tú recordar llegar aquí a tiempo?,” apunta a la persona.
“perdí tres tiros libres y me poncharon,” apunta a la situación. “Yo jugué terriblemente,” pone la atención en mi.

Escucha tus críticas en las siguientes semanas. Pon especial atención en la forma en como te criticas a ti mismo y a los demás.

Cuando te escuches evaluando a otros o notes alguna forma evaluativa para referirte a ti mismo, DETENTE. Recuerda la regla número uno de la crítica – habla acerca de la situación y no de la persona. Replantea tus críticas.

Comparte lo que te desagrada y describe lo que ves o escuchas. Después felicítate a ti mismo por haber dado otro paso hacia el lenguaje de aceptación y por haberte alejado de la trampa del juicio.

jueves, 14 de octubre de 2010

Del Libro “La vocecita” de Blair Singer”


En uno de nuestros talleres había un hombre de edad mediana muy talentoso cuya historia laboral parecía marcada por la frustración. A pesar de su gran talento, cada vez que estaba con su jefe se volvía tímido y reservado.
Al parecer, esto le ocurría en todos sus empleos. Aunque a mí me parecía agradable, creativo y enérgico, cuando surgía el tema de su jefe sus hombros se desplomaban, su voz se apagaba y su energía se evaporaba. Y, aunque sólo estábamos hablando de su situación, este hombre ya tenía en marcha el piloto automático.
Entonces iniciamos un juego de roles; yo representaba a su jefe y le dije que me pidiera un aumento. Al hombre le costó mucho trabajo. Cada vez que yo ponía una objeción, él se bloqueaba. Finalmente, le pregunté cómo se sentía. El respondió: “Me siento intimidado,” a lo que yo dije: “¡Bien!, estamos avanzando.” Por lo menos el hombre era capaz de observarse.
Al preguntarle cuándo se había sentido así en el pasado, respondió que cada vez que su jefe aparecía. Entonces indagué si lo había sentido antes de conocer a su jefe actual, a lo que respondió: “Sí, también con mi jefe anterior.”
Le pregunté, por fin, si lo había sentido antes de eso. El hombre hizo una pausa, clavó la mirada en el piso, se sonrojó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Me miró no con los ojos de un hombre de edad mediana, sino con los de un intimidado niño de ocho años y respondió: “Cuando mi padre me regañaba por mi desempeño en la escuela.” Ese fue un momento muy importante para él.
Su vocecita seguía reproduciendo el CD que había guardado en el archivo y que había empezado a tocar desde que tenía ocho años cuando su padre se burlaba de él. Su jefe no era su padre y yo tampoco, pero la vocecita del hombre reaccionaba de la misma manera.
Después de que el hombre experimentó esta revelación, le pregunté si podía dejar atrás esa vieja respuesta y verme no como su padre, sino como la persona que representaba en ese momento. Una sonrisa cruzó por su cara y, entre lágrimas y risas, dijo: “Sí, puedo intentarlo.”
Así pues, hicimos otro juego de roles. Sobra decir que su energía estaba al máximo, sus hombros rectos y el rostro radiante. Respondió con firmeza a cada una de mis objeciones acerca de un aumento de sueldo. Durante el ejercicio ideó un plan para generar ingresos adicionales para su compañía, propuso hacerse responsable al 100 por ciento del plan y pidió que se le retribuyera con un pequeño porcentaje de las utilidades que generara. Era brillante.

jueves, 7 de octubre de 2010

Del Libro “Soy mujer, soy invencible ¡y estoy exhausta!” de Gaby Vargas….



LAS PALABRAS CAMBIAN VIDAS


“¿Eres tan estúpido que no puedes hacer nada bien?”

Son las 6:30 de la mañana y esperamos la salida del avión en el aeropuerto de la Ciudad de México. No he despertado del todo cuando escucho a una mamá casi gritar esas palabras a su hijo de unos siete años.

Sí, estoy de acuerdo, la hora es criminal y, sin desayunar, cualquiera se pone de mal humor. Sin embargo, estoy segura de que si esta señora estuviera consciente del impacto que sus palabras causan en su hijo, pensaría dos veces antes de soltarlas con tanta facilidad.

¿Que lo dice a la ligera y sin darse cuenta? Si, es sólo un momento y son unas cuantas palabras, pero su eco puede durar muchos años grabado en esa pequeña memoria que absorbe y guarda todo, y el día de mañana brotará en los momentos menos afortunados: “¿Eres tan estúpido que no puedes hacer nada bien?”

Las palabras son la herramienta más poderosa que tenemos como seres humanos, en especial las mamás. Nos conectan o desconectan con las personas, forman la historia – nuestra historia-, provocan guerras o inspiran a países enteros.

Pueden motivar, crear, formar; y también pueden envenenar, criticar, ofender, herir o destruir.

A todos nos dijeron: “Ten cuidado con el fuego”; sin embargo, sería 10 veces mas útil si alguien nos advirtiera desde chicos: “Cuidado con las palabras.”

¿Te imaginas que esa misma mamá, bajo las mismas circunstancias, le hubiera dicho a su hijo algo como: “Pero, ¿cómo, mi vida? Si tú siempre haces todo muy bien, ¿qué te pasó? No te preocupes, no pasa nada.”


¡Qué diferente experiencia para todos!, ¿no crees?