jueves, 14 de octubre de 2010

Del Libro “La vocecita” de Blair Singer”


En uno de nuestros talleres había un hombre de edad mediana muy talentoso cuya historia laboral parecía marcada por la frustración. A pesar de su gran talento, cada vez que estaba con su jefe se volvía tímido y reservado.
Al parecer, esto le ocurría en todos sus empleos. Aunque a mí me parecía agradable, creativo y enérgico, cuando surgía el tema de su jefe sus hombros se desplomaban, su voz se apagaba y su energía se evaporaba. Y, aunque sólo estábamos hablando de su situación, este hombre ya tenía en marcha el piloto automático.
Entonces iniciamos un juego de roles; yo representaba a su jefe y le dije que me pidiera un aumento. Al hombre le costó mucho trabajo. Cada vez que yo ponía una objeción, él se bloqueaba. Finalmente, le pregunté cómo se sentía. El respondió: “Me siento intimidado,” a lo que yo dije: “¡Bien!, estamos avanzando.” Por lo menos el hombre era capaz de observarse.
Al preguntarle cuándo se había sentido así en el pasado, respondió que cada vez que su jefe aparecía. Entonces indagué si lo había sentido antes de conocer a su jefe actual, a lo que respondió: “Sí, también con mi jefe anterior.”
Le pregunté, por fin, si lo había sentido antes de eso. El hombre hizo una pausa, clavó la mirada en el piso, se sonrojó y sus ojos se llenaron de lágrimas. Me miró no con los ojos de un hombre de edad mediana, sino con los de un intimidado niño de ocho años y respondió: “Cuando mi padre me regañaba por mi desempeño en la escuela.” Ese fue un momento muy importante para él.
Su vocecita seguía reproduciendo el CD que había guardado en el archivo y que había empezado a tocar desde que tenía ocho años cuando su padre se burlaba de él. Su jefe no era su padre y yo tampoco, pero la vocecita del hombre reaccionaba de la misma manera.
Después de que el hombre experimentó esta revelación, le pregunté si podía dejar atrás esa vieja respuesta y verme no como su padre, sino como la persona que representaba en ese momento. Una sonrisa cruzó por su cara y, entre lágrimas y risas, dijo: “Sí, puedo intentarlo.”
Así pues, hicimos otro juego de roles. Sobra decir que su energía estaba al máximo, sus hombros rectos y el rostro radiante. Respondió con firmeza a cada una de mis objeciones acerca de un aumento de sueldo. Durante el ejercicio ideó un plan para generar ingresos adicionales para su compañía, propuso hacerse responsable al 100 por ciento del plan y pidió que se le retribuyera con un pequeño porcentaje de las utilidades que generara. Era brillante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario