jueves, 5 de diciembre de 2019

Del libro “90 respuestas a 90 preguntas” de Martha Alicia Chávez


Del libro “90 respuestas a 90 preguntas”  de Martha Alicia Chávez

¿Cómo enseñar a tus hijos la gratitud?





Me impresiona y me entristece sobremanera cómo tantas personas, de todas las edades, están enfermas de ingratitud.
La gratitud es una apreciación, una alabanza…  Todo en la naturaleza la expresa al ser lo que es:  los pájaros cantando mañana y tarde, el sol brillando, el mar y el río fluyendo, los árboles y las plantas creciendo, floreciendo y dando frutos.  Sólo el ser humano se olvida de expresarla.  No sólo me refiero a la gratitud por estar vivos y tener todo lo que tenemos, sino a la acción de agradecer a las personas que nos atienden, nos ayudan, nos regalan, nos aconsejan, nos apoyan, nos dan el paso, etcétera.
¿Por qué es importante la gratitud?  En primer lugar, porque se siente bien.  Date cuenta del bienestar físico, emocional, mental y espiritual que experimentas cuando agradeces algo.  En segundo lugar, porque la gratitud no es sólo un lindo y deseable valor relacionado con la buena educación, sino que es también una poderosa fuerza que abre puertas y caminos.  Cada vez que agradeces, creas un camino para que por ahí venga más de lo mismo.  Cada vez que agradeces, pones una gran cantidad de poderosa energía en eso que estás apreciando y “notando”, y aquello en donde pones tu atención, crece y se multiplica.
Te des cuenta de ello o no, eso sucede cuando agradeces.  Pero también cuando la gratitud viene en dirección contraria;  es decir, cuando es a ti a quien agradecen, se pueden experimentar de manera clara los hermosos efectos de esta poderosa fuerza sanadora y armonizadora.  Date cuenta cómo, cuándo te agradecen, quieres seguir dando, seguir haciendo, seguir apoyando.
¿Cómo enseñar a tus hijos la gratitud? Es muy fácil: ¡agradeciendo!  Es decir, que te vean y oigan agradeciendo y que a ellos les agradezcas también.  Con frecuencia encuentro cierta resistencia de parte de muchos padres, cuando sugiero que digan cosas como:  “Gracias, hijo, porque tendiste tu cama, o recogiste tus platos o tu ropa”.  La reacción de esos padres ante mi sugerencia es:  “¡Pero si es su obligación! ¡Es lo que le toca hacer en casa!”  Y mi respuesta es:  “Tu obligación es mantenerlos, hacerles de comer, etcétera, y sin embargo, esperas y les pides que te agradezcan por ello”.
Aunque tu hijo haga cosas que “son su obligación”, agradécele.  Los padres también debemos dar las gracias a nuestros hijos cada vez que la situación lo requiera, y no suponer que hacerlo nos resta autoridad o fuerza.  De ninguna manera es así, sino todo lo contrario.  Ellos internalizarán sin lugar a dudas esta hermosa actitud, que como ya dijimos, más que un valor es una fuerza armonizadora que les traerá muchas cosas buenas en la vida.
Asimismo, te recomiendo que la gratitud se vuelva parte de tu estilo de vida.  En lo personal, cada que voy en mi coche y llego a mi destino, le doy las gracias por el servicio que me dio; cuando me deshago de ropa o cosas, les agradezco también por todo lo que me dieron, y no se diga a las personas que trabajan para mí, a quienes les digo que agradezco y aprecio muchísimo cómo hacen mi vida más fácil.  También le agradezco al mar, al aire, a mi cuerpo por responderme tan bien para hacer todo lo que hago en la vida… absolutamente a TODO le doy las gracias.  Si tus hijos ven en ti esa actitud, ten por seguro que también la desarrollarán.
La apreciación y la gratitud se sienten extremadamente bien, pero además de eso, echan a andar en nuestra vida la “Ley del Incremento”.  Su nombre la define:  lo que agradeces y aprecias, regresa multiplicado.
Como frecuentemente digo:  no me creas nada, experiméntalo.




jueves, 21 de noviembre de 2019

Del Libro “Comunícate Cautiva y Convence” de Gaby Vargas






Cómo y qué decir en una situación difícil


¿No te gustaría ser como los actores de las películas?  Siempre saben qué decir y todo lo expresan en forma simpática y atinada.  ¡Nunca hablan de más, no dicen tonterías!  Su diálogo es perfecto.  A mí me encantaría ser así, sólo que en la vida real no tenemos un guión; la buena noticia es que lo podemos crear.

A veces pasamos  por situaciones difíciles, como cuando debemos reconocer un error, dar una mala noticia, despedir a un empleado, consolar a un ser querido, negar un permiso, pedir un favor o felicitar a un oponente y, en esos casos, lo que decimos y cómo lo decimos es  ¡muy importante!
De antemano, intuimos que hay que decir esto con todo el tacto del mundo, porque la consecuencia de no hacerlo podría detonar una bomba.  No obstante, hay que decir las cosas.  ¿Cómo hacerlo sin herir sentimientos, sin alterarnos, sin perder los estribos?
Si sólo confiamos en nuestro “instinto natural” para sacar el problema adelante, sin prepararnos bien, lo más seguro es que los resultados sean poco exitosos.
Y, en situaciones como éstas, por lo general el cerebro se nubla, la lengua se enreda y nos arrepentimos al escuchar las palabras torpes que salen de nuestra boca, por lo menos en mi caso.
Hablar con alguien de un asunto importante causa angustia y no falta quien te dé un consejo como:  “¡Sólo sé tú mismo, no lo pienses mucho! Di lo que se te ocurra.  Déjate llevar por tus sentimientos.”
Tenemos la idea de que ser honestos equivale a ser espontáneos y que ¡mientras menos lo pensemos, mejor nos saldrá todo! Grave error.  ¡Cuántas veces nos arrepentimos de hacer esto!  ¿Por qué pensar antes de hablar? ¿No se supone que sentimos lo que estamos diciendo y que los sentimientos deben ser espontáneos?

El pensamiento es lo que nos hace diferentes al resto de los animales, por eso podemos afirmar que hablar con el corazón está directamente relacionado con lo que pensamos.  Las habilidades que llegamos a adquirir sin duda son una combinación de talento y esfuerzo.  Sería muy práctico que todos pudiéramos correr como Ana Gabriela Guevara, que cantáramos como Pavarotti o que jugáramos golf como Tiger Woods.
Nos encantaría persuadir con palabras a nuestro hijo, a nuestro jefe o pareja en forma natural, sin embargo no es tan sencillo, porque el buen uso del lenguaje natural es algo que aprendemos.  Pero todos podemos lograrlo si  hablamos desde el corazón y usamos la cabeza.
Comparto contigo una fórmula muy eficaz, creada por los expertos en comunicación asertiva, que se llama “Guión DEEC  Las iniciales indican los cuatros pasos a seguir y no estaría mal que los aprendiéramos de memoria:

Describe.  Primero hay que describir cuál es la conducta que nos molesta en la forma más simple, objetiva y específica.  Al hacerlo, hay que ver a los ojos de la persona.  Y decir, por ejemplo:  “Ayer llegaste a las cuatro de la mañana y no avisaste por teléfono, como habíamos quedado.”  Hasta aquí, el otro tiene pocas bases para discutir.
Simplemente estamos describiendo el problema sin acusar de nada, sin tratar de adivinar los motivos, sin decir  “Seguro tomaste tanto que hasta perdiste la noción del tiempo”, o cosas así.  Este tipo de acusaciones sólo provocan protesta y enojo.

Expresa.  Después hay que decir lo que sentimos o pensamos.  Podemos usar palabras como:  “Me siento inquieto(a) cuando…”,  “tengo la sensación de…” o bien:  “Esto me hace pensar que…”  Debemos expresarnos con claridad y moderación, sin ser sarcásticos ni explotar emocionalmente (esto es lo más difícil de hacer).
Podemos decir, por ejemplo:  “Cuando haces esto, me preocupo mucho por tu seguridad;  siento temor porque pienso que podrías sufrir un accidente.”  Fíjate en las palabras clave  “me preocupa”, “tengo”, “pienso”.  Estas palabras describen cómo me siento cuando tú haces algo.  No provocan enojo en el otro;  al contrario, apelan a la comprensión.
Las palabras condenatorias como: “Me choca cuando haces eso”, “eres un insensible” o “me haces enojar”, prenden la chispa y, con el sobreuso, se desgastan y pierden su efecto.

Especifica.  Ya que describimos lo que nos molesta y expresamos cómo nos sentimos, hay que pedir, con claridad, una conducta diferente.  Por ejemplo:  “Te pido que cuando salgas de noche, siempre llames por teléfono para que esté tranquila.”
Las investigaciones demuestran que los mejores resultados se obtienen cuando pedimos “una sola cosa” a la vez (esto es otra cosa difícil de hacer).  Si lo que queremos es un gran cambio, más vale lograrlo paso a paso, con pequeños acuerdos mutuos.
Las palabras que usemos deben ser concretas y muy específicas.  Si pedimos un cambio vago, de actitud o de personalidad, sin especificar claramente qué pretendemos y decimos algo como: “Me gustaría que fueras más considerado”, la petición queda flotando en el aire sin que la persona entienda claramente a qué nos estamos refiriendo.  ¿Qué es ser considerado?

Consecuencias.  En este punto, como en un contrato, hay que mencionar cuáles serían las consecuencias, positivas o negativas, en caso de llevarse a cabo, o no, el acuerdo.  Aunque siempre es mucho mejor plantear las consecuencias positivas.
Podemos decir: “Me gustaría seguir confiando en ti, así no me voy a preocupar y tú vas a sentirte a gusto.”  Es mejor decir esto que llenarlo de amenazas como:  “Me vas hacer pedazos”,  “ya nunca te voy a tener confianza” o “te voy a dejar”, y cosas por el estilo.  El uso exagerado de la amenaza es contraproducente, ya que, si no somos capaces de cumplirlas, hacen que perdamos credibilidad frente a los ojos de nuestro interlocutor.
Y tampoco representa una gran dificultad si estamos hablando con un adulto, porque él sabe que la mejor recompensa es intrínseca.  Basta decir:  “Me voy a sentir bien”, “nos vamos a llevar mejor” o “haremos las cosas con más entusiasmo”.  Destaca lo positivo, describe la recompensa de hacer esto o lo otros, de manera que motives a la persona a cambiar su conducta.

Así que, en esos momentos difíciles en los cuales debes tocar un punto sensible, incómodo o delicado con un hijo, la pareja o un compañero de trabajo, no olvides prepara bien tu “guión DEEC”  Es mejor describir, expresar y especificar cada punto; de esta forma, a todos nos va a quedar claro que cada uno de nuestros actos tienen una consecuencia y nadie podrá poner de pretexto el clásico:  “No entendí lo que me quisiste decir.”

jueves, 14 de noviembre de 2019

Del libro “Las Tres Preguntas” de Jorge Bucay


Del libro “Las Tres Preguntas” de Jorge Bucay




Habitualmente, los hijos aprenden y se van solos….

Pero si no lo hacen, lamentablemente, en beneficio de ellos y de nosotros, será bueno empujarlos a que abandonen su dependencia.

Los padres deberemos tener claro que, si hace falta, será nuestra tarea mostrar a nuestros hijos que deben soltarse y levantar el vuelo.  Entre otras muchas cosas porque uno no estará para siempre.
Y cuando, pese a todo nuestro esfuerzo y estímulo, los hijos no se animen a emprender su partida, los padres, con mucho amor e infinita ternura, deberemos entornar la puerta… ¡Y empujarlos afuera!

Estoy casi cansado de ver y escuchar a padres de mucha edad que han generado pequeños ahorros o situaciones de seguridad con esfuerzo durante toda su vida para su vejez, y que hoy tienen que dilapidarlos a manos de hijos inútiles, inservibles y alocados que, además, no pocas veces tienen actitudes de una exigencia insoportable respecto de sus padres:  “Me tienes que ayudar porque eres mi papá…”.   “Debes vender todo para ayudarme, porque todo lo que tienes también es mío…”

A veces, uno puede ayudar a sus hijos porque así lo quiere, y está muy bien.  Pero hay que comprender que nuestra obligación y nuestra responsabilidad, respecto de ellos, no es infinita.  Es hora de que los padres sepan las limitaciones que tiene el rol de padre o madre.   

domingo, 21 de julio de 2019

Del Libro "El pequeño instructivo para la vida" de H. Hackson Brown Jr.

Del Libro "El pequeño instructivo para la vida" de H. Hackson Brown Jr. 






29.  Aprende algo de cada persona que conozcas
30.  Nunca subas a un automóvil cuando el conductor ha estado bebiendo.
37.  Haz nuevas amistades, pero cultiva las viejas.
38.  Guarda los secretos.
47.  No pierdas el tiempo para aprender las "mañas del oficio";  mejor aprende el oficio. 



Del Libro "El pequeño instructivo para la vida" de H. Hackson Brown Jr.

Del Libro "El pequeño instructivo para la vida" de H. Hackson Brown Jr. 







1.-  Elogia a tres personas cada día.
2.-  Ten un perro, pero no permitas que moleste a los vecinos. 
3.-  Contempla un amanecer cuando menos una vez por año.
4.-  Recuerda los cumpleaños de los demás.
5.-  Regresa todo lo que pidas prestado.


.

lunes, 10 de junio de 2019

Del libro “Los Diez Retos” de Leonard Felder


Del libro  “Los Diez   Retos” de Leonard Felder



TRES  COSAS  BUENAS



Durante casi un año antes de su impresionante avance, Rafael y su esposa tenían crisis diarias a causa de sus problemas económicos y la enfermedad de uno de sus hijos.  Uno de los métodos que utilizaron para mantenerse positivos en su difícil viaje es algo llamado Tres Cosas Buenas.  En cualquier día frustrante o fatigoso, una de las mejores maneras de recuperar la sensación de calma y receptividad es apartar unos cuantos minutos serenos para decirse a sí mismo o a la persona con quien se vive: “Tres cosas buenas que ocurrieron hoy son…”

Cuando Rafael y Carolina intentaron por primera vez el ejercicio de las Tres Cosas Buenas por la noche antes de dormir, Rafael informó:  “Fue difícil.  Ni Carolina ni yo teníamos la costumbre de reparar en nada bueno con respecto a cada día, porque estábamos atrapados en nuestros esfuerzos económicos y crisis de familia.  Nuestra hija menor  estaba siendo sometida a tratamientos para un serio problema respiratorio y todo empezaba a parecer abrumador”.

“De modo que esa primera noche lo único que se me ocurrió como tres cosas buenas es que nuestros otros hijos parecían estar sanos, los platos estaban lavados y los ojos de Carolina seguían pareciéndome bellos.  Y creo que Carolina tardó un rato antes de que se le ocurrieran tres cosas buenas, que eran que su gato había estado juguetón y divertido esa mañana, que su paseo a la hora de la comida había sido relajante, y que la erupción cutánea en su brazo había mejorado un poco. Nada demasiado emocionante, pero gracias a ese sencillo ejercicio nos sentimos mucho más unidos como pareja y mucho más positivos con respecto a nuestras vidas.

Como la mayoría de la gente que ha hecho uso de este ejercicio.  Rafael y Carolina descubrieron que casi todas las veces que enumeraban tres cosas buenas que hubiesen ocurrido un día determinado (incluso un día terrible o sin acontecimientos), esto les levantaba el ánimo y pasaban de estar fatigados a sentirse más relajados, de estar desalentados a sentirse más receptivos y positivos.

En esencia, lo que hace el ejercicio de las Tres Cosas Buenas es atravesar los celos, comparaciones y otros pensamientos desalentadores que todos los días acumulamos en la mente.  Tomándonos unos momentos para darnos cuenta y expresar con palabras que realmente hubo ese día por lo menos tres cosas buenas, podemos transformar la tendencia hacia la inactividad y el desaliento en un sentimiento positivo de gratitud y aprecio con el cual terminar el día.



.

sábado, 1 de junio de 2019

Del libro “Cómo una mujer se convierte en BRUJA y un hombre en BESTIA” de Martha Alicia Chávez



Del libro  “Cómo una mujer se convierte en BRUJA y un hombre en BESTIA”  de Martha Alicia Chávez




Hay un sinnúmero de formas de agresión pasiva:  “olvidar” fechas o asuntos importantes para el agredido;  causarle algún problema o dañar “accidentalmente” un objeto preciado para él;  ridiculizarlo en público o hacer bromas pesadas sobre su persona;  llegar tarde a una cita haciéndolo esperar por largo tiempo, etc.  Y una brutal y cruel forma de agresión pasiva la constituyen el silencio y la indiferencia.
El caso que a continuación expongo es un claro ejemplo de esta dinámica. 
Camila era una mujer madura, inteligente y atractiva.  Alberto tenía las mismas características.  Ella, divorciada 25 años atrás, durante ese lapso fincó una sólida y exitosa trayectoria profesional que le generaba muy buenos dividendos.  Alberto, divorciado dos veces, estaba en el proceso de terminación de una muy patológica relación de unión libre de nueve años, en la cual el tema del dinero siempre fue una fuente de conflicto.
Camila y Alberto se enamoraron profundamente y decidieron vivir juntos.  Maduros como eran, no esperaron mucho para dar este paso, ya que ambos afirmaban que sabían muy bien lo que querían, y era estar juntos.  Alberto vivía al día.  A sus 61 años no tenía logros en el aspecto económico; ni una propiedad, ni dinero ahorrado, ni un seguro médico, ni patrimonio alguno.  Por su parte, Camila, como futo de su arduo trabajo y su capacidad, tenía propiedades y un sólido patrimonio.   Aun así, era sencilla y generosa.
A ella no le importó la marcada diferencia entre ambos, porque apreciaba enormemente las valiosas cualidades que veía en Alberto.  El había alcanzado logros extraordinarios en otras áreas de la vida que Camila apreciaba en todo lo que valían y que lo convertían en un hombre admirable a sus ojos.  Además, consideraba que había muchas formas de aportar a la relación y no todas tenían que ver con el dinero.  Por lo tanto, no tuvo problema alguno en proponerle que dejara la casa que rentaba y se mudara a su agradable departamento, en el cual hizo los ajustes necesarios para dar cabida a su amado y sus pertenencias.  Hacerlo sentir bienvenido a su nuevo hogar – el de ambos – fue prioridad para la enamorada mujer.  Alberto propuso cubrir los gastos mensuales, ya que ella pondría la vivienda.  Ambos estuvieron de acuerdo.
Al principio la relación marchaba de forma excelente.  Disfrutaban de una convivencia maravillosa en todos los sentidos; compartían actividades; amistades y gustos, a la vez que respetaban sus necesidades mutuas y sus asuntos individuales.  Alberto, con un historial de relaciones conflictivas, repetía una y otra vez que nunca había tenido una mujer tan sana emocionalmente ni se había llevado tan bien con una pareja.  Por su parte, Camila consideraba que todos los años de esperar a un buen hombre con quien compartir su vida valieron la pena para estar ahora con Alberto, a quien amaba y valoraba inmensamente.  El insistía en que quería que envejecieran juntos y que dedicaría su vida a cuidarla, amarla y compartir con ella.  Camila le correspondía al cien por ciento.
Alberto la presentó a su familia, a sus amigos y a todas las personas importantes para él.  Camila hizo lo mismo.  Ambos vivían la relación de pareja de sus sueños.
En un momento dado, Alberto comenzó a cambiar.  Muchos de sus comentarios giraban alrededor del dinero y con resentimiento repetía una y otra vez:  “A mí no me importa el dinero”.  Camila nunca le mostraba – mucho menos le presumía – a cuánto ascendían sus ingresos, que eran infinitamente mayores que lo de él;  sin embargo, era imposible ocultarlo y fácil deducirlo, debido a las contrataciones y actividades profesionales que realizaba.
Alberto se mostraba cada vez más resentido y su discurso de que a él no le importaba el dinero comenzó a ser casi obsesivo.  Empezó a actuar con una fuerte agresión pasiva hacia Camila:  la dejaba con la cena preparada para ir a cenar con amigos sin avisarle; le mostraba mala cara desde el amanecer hasta el anochecer;  pasaba muy poco tiempo con ella, y – lo que resultaba más doloroso – la ignoraba cuando hablaba, manteniendo un silencio y una indiferencia que hacían realmente pesada la convivencia para Camila.
Ella le proponía que hablaran, que solucionaran lo que fuera que estuvieran pasando, que lo superaran, pero él mantenía su postura de soberbia, orgullo e indiferencia, sin mostrar interés alguno en resolver el asunto que provocaba que adoptara esa actitud.
Una mañana Camila le dijo que verlo así la hacía dudar de si estaba con ella porque la amaba o porque era cómodo para él.  Él tomó el comentario de la peor manera posible.  Por más que Camila intentó aclararlo, Alberto eligió quedarse con su interpretación distorsionada y errónea, y contestó que se iría de la casa, que podía pagar una renta.  Ella agotó todas las posibilidades a su alcance para hacerlo entrar en razón y comprender el contexto en el que externó aquel comentario.  Le pidió una y mil veces que no se fuera, le insistió en que solucionaran y dejaran atrás el problema, pero él no pudo – o no quiso – salir de ese estado de orgullo y agresión pasiva que ya se había vuelto parte de su vida cotidiana.
Y se fue….
Su decisión dejó a Camila devastada, porque no sólo dejó el hogar, sino la relación también.  Después de sacar sus pertenencias, antes de despedirse, repitió por enésima vez:  “A mí no me importa el dinero”.  Con resentimiento y en tono de reclamo, prosiguió:  “Tú tienes cosas y dinero, pero a mí eso no me interesa.  Aquí te quedas tú en tus cosas y tu dinero, pero sin mí”,  Camila, inteligente como era, le respondió:  “Pues sí, me ha ido bien y todo es producto de un arduo trabajo;  todo me ha costado, nadie me ha regalado nada.  ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué lo tire? ¿Qué me sienta culpable?  Nunca te he visto hacia abajo; al contrario, sabes que te admiro, te amo y te valoro más allá de las palabras”.  Pero el orgullo de Alberto prevaleció por encima de las numerosas posibles reacciones que podía mostrar.
Después de su partida hablaron un par de veces.  En ambas ocasiones el volvía sobre lo mismo;  que ella tenía y él no, pero que a él no le importaba el dinero.  Ante los incrédulos ojos de todos los que la conocieron, aquella hermosa y prometedora relación acabó.  ¡Camila luchó tanto por rescatarla!  Hasta que desistió en sus intentos, al encontrarse siempre con un muro de orgullo y agresiones pasivas.
Lo cierto es que Alberto era un hombre acomplejado por su limitada situación económica y por su conformismo, característica que se vio confrontada ante el éxito de Camila.  Su machismo le impidió soportar que su mujer lo superara tanto en ese sentido.  Otro punto importante fue que, acostumbrado a controlar, castigar y manipular a sus exparejas con darles o restringirles el dinero – como muchos hombres lo hacen –, no supo cómo funcionar en una relación donde el control que siempre tuvo en este aspecto y que lo hacía sentirse “el hombre de la casa” no estaba en sus manos.  Camila nunca tendría que rogarle que le diera dinero para sus artículos de belleza, su ropa y sus cosas personales porque, sencillamente, contaba con recursos de sobra para sufragar esos gastos.
Al final, Alberto quedó atrapado en su machismo, que le hizo intolerable que su mujer gozara de una mejor situación económica y mayor éxito profesional que él.
Ineludiblemente vemos que, en realidad, pese a lo que solía aducir, el dinero le importaba tanto que fue justo por éste que dejó ir a esa valiosa mujer que no le será fácil sustituir.
Con gran frecuencia, cuando alguien es incapaz de hacer dinero opta por decir que éste no le importa.  ¡Dios nos libre de los que afirman eso!  ¡De ellos hay que cuidarse!  La experiencia me lo ha enseñado.
Camila me contó con enorme pena cuánto la lastimaban el silencio y la indiferencia con los que Alberto la trataba.  Ignorarla cuando hablaba, no mirarla, no hablarle, no tomarla en cuenta, la lastimaba terriblemente.  Todas esas actitudes, además del abandono, fueron la forma en que él la castigó por tener lo que él no poseía:  el dinero que, según él, no le importaba.  El único pecado de Camila fue ser exitosa y próspera….y pagó un alto precio por ello.
Por increíble que parezca, uno de los temas más difíciles de “perdonar” para la sociedad y para la familia es la prosperidad y el éxito que algunos de sus miembros pueden alcanzar.  Ello incluso implica que los perciban como traidores.  Se requiere tener mucha conciencia y madurez  para darse el permiso de ser todo lo que se puede ser, aunque eso provoque en otros – lo que no pueden (o no quieren) – envidia o resentimiento.



.

viernes, 10 de mayo de 2019

Del Libro “Límites y berrinches” de Juan Pablo Arredondo


Del Libro  “Límites y berrinches”  de  Juan Pablo Arredondo



¿Qué hacer en caso de un berrinche?


A continuación encontrarás algunas estrategias para combatir los berrinches, disminuirlos o, en el mejor de los casos, erradicarlos.  Posteriormente hallarás una serie de recomendaciones que te orientarán en el manejo de los berrinches.

1.-  De inicio, identifica y entiende los factores que predispongan al berrinche e intenta ser conducente, modifica o dale manejo a las situaciones que lo provocan.  No se trata de que el mundo se adapte a tu hijo, pero si es posible, puedes cambiar algunas cosas que sabes que los provocan.
2.-  Anticipa al niño lo que sucederá cuando presente esta conducta.  Sobre todo que sepa que no obtendrá lo que quiere con esos comportamientos.
3.-  NADA que sea pedido a través de un berrinche, se debe otorgarle.
4.- Retira la carga afectiva que te representa e ignora el berrinche; es decir, evita que se convierta en centro de atención, pues eso es lo que busca y desea.
5.-  No grites, te desesperes o pierdas el control ante un berrinche.
6.-  No otorgues, concedas o premies al niño, posterior  a presentarlo.
7.-  Marca límites claros, firmes y consistentes, de manera tranquila y paciente.
8.-  Evita la sobre protección y el miedo a traumarlos.
9.-  Estimula, deposita carga afectiva y refuerza los comportamientos apropiados, positivos o deseables.
10.-  Hazle saber y sentir que el amor que sientes por él o ella es incondicional, pero que esto no implica que le vayas a permitir ciertos comportamientos.
11.-  Anticípate a las situaciones problemáticas, halando con tu niño de lo que sucederá o de lo que harán más adelante, situación que le representará certeza y confianza.
12.-  Remarca y señala los cambios de actividad con cierta anticipación (cinco minutos antes).



.

domingo, 5 de mayo de 2019

La cura para el sentimiento de CULPA. Autora: Alicia Campos

Del Libro….. de  Alicia Campos




La cura para el sentimiento de CULPA

Si eres de las personas que se cuestionan y reprochan con frases como  debí haber hecho tal o cual cosa….  O ante una tragedia te recriminas con frases como….  “si no lo hubiera dejado ir a tal parte, no le hubiera pasado nada…. ” O si conoces a alguien que en repetidas ocasiones se dice frases como…  Si tan solo hubiera comido sano y hecho ejercicio, o  en situaciones familiares hacen comentarios como  … “debimos haberlo llevado a otro hospital o pedido una segunda opinión”,  o personas que  voltean a ver el pasado y se expresan con frases como …  “no debí permitir que pasara…”, ”etc., etc., todas esas expresiones indican que hay un sentimiento de CULPA.   
¡El sentimiento de culpa es peor que el  CANCER!   El simple recuerdo puede provocar dolor, angustia, depresión, tristeza, enojo con uno mismo y con los demás, neurosis, conflictos, y conforme pasan los años ocasiona más DOL0R, ansiedad, desesperación, aislamiento, apatía  y enfermedades varias.

Mucha gente quisiera UNA PASTILLA que cure ese doloroso sentimiento de CULPA  que quita el sueño y en el extremo quita hasta las ganas de vivir.   La buena noticia es que  SI  existen algunas “pastillas” para curar el sentimiento de CULPA y al tratamiento en su conjunto se le  llama ….  PERDÓN!
Ahora bien, una simple pastilla no va a curar, se requiere de todo un  TRATAMIENTO de varios días y en algunos casos hay EFECTOS  SECUNDARIOS como el dolor de recordar, la pérdida de sueño o todo lo contrario (letargo), la pérdida de apetito o lo contrario (atracones), sentimientos de vulnerabilidad y llanto, coraje e indignación, pero todo eso es parte del proceso de curación. 

Hay que iniciar identificando de donde nace ese sentimiento de culpa, luego reconocer quienes están involucrados, posteriormente contabilizar el tiempo que se ha vivido con esa culpa y cómo ha evolucionado, para así determinar como “tomar el medicamento”, o sea, como pedir perdón y a quien. La  DOSIS dependerá de la “gravedad”.   Dicho de otra forma, decir la palabra perdón no es suficiente.
Durante el proceso es común negar síntomas, culpar a otros, no confiar en la “receta”, no querer tomar la “pastilla”, suspender el “tratamiento”, es algo así como tener que ponerse 20 inyecciones y a la mitad del proceso ya no saber si soportar el malestar de la enfermedad, o el dolor de las inyecciones; y entonces se buscan otros remedios menos dolorosos (la evasión, las adicciones, etc).   
En cuanto al tratamiento, hay  TRES tipos de PASTILLAS  para el perdón y aunque NO tienen un orden para tomarlas, si es importante seguir las instrucciones de tu terapeuta o las indicaciones de tu propio corazón, cuando  a través de la introspección se tome conciencia de lo que ocasiona el sentimiento de culpa.

PASTILLA 1 .-  Perdonar a quienes nos hicieron daño.  Los primeros días será una dosis suficiente para reconocer el dolor, rencor y odio hacia quienes marcaron nuestra vida de una forma desagradable, gritar, maldecir y llorar si fuese necesario, para sacar el coraje por los que nos hayan hecho daño.  Esta pastilla te da la libertad de desearle mal a quien te lastimó, de revelarte contra Dios, de manifestar rabia contra tus propios padres si los crees culpables, (pero debes hacerlo sin dañarte ni dañar a nadie), tal vez externando tu sentir en un lugar solitario como una playa, bosque, en lo alto de un edificio, en el consultorio de un terapeuta, o en casa de alguien de mucha confianza, donde puedas expresarte sin que te vayan a juzgar o limitar de lo que quieras sacar de tu corazón.
Una vez que hayas exteriorizado todo ese dolor contra los culpables, deberás tomarte un tiempo para analizar sus vidas, para tratar de entender que esa persona debió tener una historia personal desagradable, dolorosa y triste tal vez, y aunque no fue correcto que te lastimaran, ellos hicieron lo único que sabían hacer, su carencia de valores no les permitió ver el daño que estaban ocasionándote, su necesidad económica o de adicción los cegó, o su simple inmadurez que los llevó a realizar actos repudiables los cuales con el tiempo, es muy probable que les resulte tormentoso recordarlos y muy caro pagarlos (como es el caso de sentencias en prisión o muerte por adicciones).
Ya que hayas tratado de ser “empático (a)” en la medida de lo posible, solo te queda considerar el suceso como una desagradable experiencia que corresponde a un pasado y ahí se debe quedar, no debemos traer arrastrando esos acontecimientos al presente y por lo tanto debemos perdonar.  Perdonar su acción, su inmadurez, su locura, su odio, su inseguridad, su sentir y todo aquello que hayas identificado al analizar sus vidas. Cuando perdonas de corazón puedes ver que también aprendiste de quienes te hicieron daño, a veces aprendes a ser mejor, a identificar la malicia en una mirada, a no repetir patrones de conducta, a ser cauteloso o precavido en tu entorno, a ver la realidad social, a defenderte, a superar el dolor y ayudar a otros a superarlo, etc.  Cada quien aprende las lecciones de vida conforme a su fortaleza y capacidad de sanación. 

PASTILLA 2.-  Pedir Perdón a quienes hayamos hecho daño.  Todos hemos dicho o hecho cosas de las que luego nos arrepentimos, pero no nos atrevemos a pedir perdón.  Desde la culpa por haber robado un objeto que después el propietario estuvo buscando afanosamente, hasta el haber herido a alguien o incluso haberle quitado la vida.  Son culpas que carcomen la consciencia sobre todo con la madurez que dan los años, y se pueden convertir en fantasmas que quitan el sueño, la tranquilidad y  la paz, sobre todo en la vejez.  Por lo tanto, es importante pedir perdón sinceramente a quienes hicimos daño.  A veces esas personas ni siquiera lo recuerdan!  Otras siguen odiándonos y no van a aceptar la disculpa.  Y otras más, tal vez ya ni siquiera estén vivas. Aquí la clave es que nosotros vamos a exteriorizar esos sentimientos de culpa con la convicción de haber cometido un error y estar arrepentidos, independientemente de la aceptación o rechazo del perdón.  Para quienes ya no viven, se puede hacer a través de una tercera persona, un terapeuta, en el panteón, o en un lugar donde te sientas cómodo y puedas sentir que hablas con esa persona donde quiera que se encuentre.
Cuando la persona a quien pides perdón te conteste “no, no te perdono”, tú simplemente puedes decirle… “estas en todo tu derecho de no aceptar mi disculpa por lo mucho que te lastimé, pero solo quería que supieras que estoy arrepentido (a)”.     En los casos de infidelidad por ejemplo, donde se pierde la confianza y muchos otros valores clave en una relación de pareja, tal vez no se acepte un perdón, pero por lo menos cada quien continúa su vida con ese capítulo cerrado y sanado.  Al pedir perdón nos estamos haciendo responsables de nuestros actos y aceptando las consecuencias de los mismos.

PASTILLA 3.-  Perdonarse uno mismo.  Aún en la edad adulta muchas personas se sienten culpables de no haberse defendido ante abusos, de haber hecho cosas incorrectas por pertenecer a un grupo, de haber ofendido a sus familiares, de haberle deseado la muerte a alguien que días después falleció, de haber ocultado sus preferencias sexuales, de haber dejado solos a los hijos pequeños en casa y se hubieran lastimado, de haber abortado, etc.  Ante esos sentimientos de culpa, hay que tomar una pastilla para perdonarse a sí mismo y entender que siempre actuamos motivados por TRES CAUSAS,
1) Porque no tuvimos opción,
2) Porque nos cegó la rabia y
3) Porque pensamos que era lo mejor en ese momento y bajo esas circunstancias.   

Es muy diferente cuando miras las cosas después del evento, ya que en su momento era la mejor salida o el pronto escape de una emoción (como maldecir), y una hora después puede no tener sentido la acción y es cuando se reconoce que no estuvo bien;  pero insisto, ¡en su momento tenía mucho sentido!  Por eso el sentimiento de culpa debe quedar en el pasado, perdonando tus faltas de la inmadurez, de la desesperación, del enamoramiento (que es cuando se cometen muchas locuras), del dolor que puede llegar a cegarnos, de la necesidad, de la falta de tiempo para tus hijos, y de todo aquel detonador de la culpa.  
Como mencioné al principio, puede haber momentos en los que quieras suspender el tratamiento porque resulta muy doloroso, pero al final es una decisión muy personal el dejar que la culpa te haga sentir mal, te limite en tus relaciones interpersonales, te persiga como un fantasma y hasta afecte tu salud física, o bien, hacerte responsable de tu salud emocional y terminar el “set de pastillas” hasta llegar al perdón, la sanación y la paz espiritual.
La duración va a depender de la gravedad de los sucesos, de la fortaleza y convicción de llevar a cabo el perdón, así como la apertura de tu alma para expresar tus emociones, la apertura de tu mente para reconocer y aceptar cada situación y a cada persona con quienes lleves a cabo el proceso del perdón, y sobre todo la apertura de tu corazón para que salgan los rencores, el odio y el dolor y en su lugar albergues bondad, humildad y amor.   


.

sábado, 27 de abril de 2019

Del Libro “¡Porque lo mando yo! 2 de John K. Rosemond


Del Libro “¡Porque lo mando yo! 2   de John K. Rosemond





TRANSFORMACIONES


Como el marcador mágico de Charlie, los juguetes efectivamente creativos, tienen una característica en común:  Todos estimulan y habilitan a los niños para realizar lo que se llama “Transformaciones”.  Un niño realiza una transformación, siempre y cuando use algo, cualquier cosa, para representar algo más.  Por lo tanto, cuando un niño toma una piña, la pone sobre la tierra, y la llama árbol, ésa es una transformaciónLas transformaciones son la esencia de la fantasía.  Lo que a su vez, es la esencia del juego.  En las manos de un niño, una caja vacía puede transformarse en un bote, un auto, una mesa o cualquier otra cosa que él desee que sea.  Un niño puede también transformarse a sí mismo en cualquier otra persona que quiera ser:  Tarzán, Jane, o el tendero de la colina.  Si un juguete apoya a un niño para hacer transformaciones, entonces se toma como bien empleado el costo del juguete, sin mencionar el tiempo que el niño disfrutará jugando con él.

Los juguetes que estimulan las transformaciones incluyen materiales creativos como el barro, crayones y pinturas para usar con los dedos.  De hecho, ahí están los accesorios cotidianos de la casa como cajas de avena vacías, botellas plásticas de refrescos, palas, cucharas, cajas de zapatos, carretes de hilo vacíos, sombreros de paja, bolsas de papel, botones, cacerolas, y rollos de papel higiénicos vacíos.  Y  no olvide cuanta diversión puede tener un niño apilando cajas de cartón, transformándolas en edificios.  Fuera de casa hay hojas, varas, piñas, piedras y lodo, ¡Glorioso lodo!  La lista es interminable, reducida solamente por los límites virtuales de la imaginación del niño.
Cuando era niño, uno de mis juguetes favoritos era una caja vacía de avena.  Podía convertirla en cualquier cosa que yo quisiera.  La volteaba hacia abajo, pasando una cuerda a través de dos agujeros hechos en los lados y se “convertía” en un tambor que colgaba de mi cuello y que tocaba con dos cucharas de madera.  O le hacía dos ranuras en la parte de arriba y otras de lado a manera de puente levadizo, y se convertía en un castillo, un listón, o un sombrero de copa.   ¿Cuánto pueden costar éstos juguetes?  El precio de una caja de avena.  ¿Cuánto gané de ella? ¡Muchísimo!  Después de todo, yo las hice con mis propias manos.

Mientras su hijo sea pequeño, enséñele a usar como ollas y canastas, cajas vacías, limpia pipas, y retazos, para hacer sus propios juguetes.  Una vez que le haya enseñado a un niño lo que se puede hacer con una caja, alguna cinta, pedazos de papel de construcción y un par de tijeras, ¡Nada lo detendrá!  Un niño que hace sus propios juguetes no sólo está aprendiendo cómo entretenerse, sino que también está ejercitando su independencia, autosuficiencia, iniciativa, su fuente de recursos, la coordinación de ojos-manos, inteligencia-imaginación, capacidad de logro y realización, motivación-creatividad, y por lo tanto, su autoestima.  ¿Qué más puede desear un padre?  Existen muchas inversiones que los padres pueden hacer con su tiempo y energía, mismas que se pagarán al máximo por sí mismas.



.

domingo, 14 de abril de 2019

Del Libro “Una vaca se estacionó en mi lugar” de Leonard Scheff / Susan Edmiston



Del Libro “Una vaca se estacionó en mi lugar”  de  Leonard Scheff / Susan Edmiston





PLEITO  FAMILIAR

Cuando la ira surge entre miembros de la misma familia, la situación es especialmente dolorosa.  Una vez que se arraiga, esa ira puede volverse crónica hasta que una persona rompa el punto muerto.  Veamos el caso de las hermanas Kate y Jean.
Jean nació seis años después que Kate y, al igual que ocurre con muchos recién nacidos, Kate se sintió destronada por la intrusa.  Las cosas se pusieron peor cuando los padres pidieron a Kate que se hiciera cargo de algunas tareas relacionadas con el cuidado de la bebé y, tiempo después, quisieron que la llevara consigo a sus clases de tenis y a otras actividades.  Cuando Kate obtuvo su licencia de conducir, sintió que se había convertido en chofer de Jean.  El resentimiento hacia su papel y a su hermana menor creció.
El terminar la universidad, Kate se mudó y se convirtió en maestra.  Jean permaneció en la ciudad y se volvió una contadora exitosa.  Sus padres le pedían asesoría financiera y, a medida que envejecían, delegaban cada vez más sus asuntos económicos a Jean, hasta que llegó a controlar prácticamente todas sus operaciones.  Cuando Kate se enteró, estalló y exigió que contrataran a un fiduciario independiente.  Cuando Jean le dijo lo caro que resultaría hacerlo, Kate propuso que se repartieran entre ambas los deberes financieros.  Jean se negó porque Kate vivía demasiado lejos y, además, nunca había sido muy buena para administrar su propio dinero.
Kate sintió que el único recurso era emprender una acción legal.  Cuando su abogado le dijo que ésta no prosperaría, envió una carta a Jean donde la acusaba de robar el dinero de sus padres.  Ahora quien estalló fue Jean.  “¿Es eso lo que piensas de mi - escribió -.  Vete al demonio y no te molestes en llamarme porque no quiero volver a saber de ti.”
Aquello pareció ser un distanciamiento permanente.
Algunos años después, Jean se dio cuenta de que las tensiones tanto de su profesión como de hacerse cargo de los asuntos de sus padres empezaban a afectar su salud.  Por recomendación médica, decidió probar la meditación, lo que despertó su curiosidad por el budismo.  Cuando leyó cómo la ira actuaba como destructora de la felicidad, no pudo dejar de pensar en su alejamiento de su hermana.  Tras leer algunas enseñanzas budistas sobre la ira, supo que necesitaba hablar con Kate. 
La reconciliación comenzó con pasos pequeños.  Jean llamó a Kate y empezó por disculparse:  dijo que entendía por qué su hermana se sentía así – Kate había sido excluida del proceso – y quería arreglar las cosas.  Kate dijo que tendría que pensarlo.  Al día siguiente, llamó a Jean y tan sólo le dijo que necesitaba que la mantuviera informada de las finanzas de sus padres.  En la conversación, Jean admitió su arrogancia al excluir a Kate de todo lo que tuviera que ver con las decisiones de sus padres.  En la conversación, Jean admitió su arrogancia al excluir a Kate de todo lo que tuviera que ver con las decisiones de sus padres.  Varias llamadas después, Kate confesó que su ira hacia Jean era un peso que había cargado durante mucho tiempo y la aliviaba tener una oportunidad de reconciliarse.  Hoy, las dos hermanas consultan entre sí todas las decisiones importantes relacionadas con los asuntos de sus padres.  Incluso, Kate ha consultado a Jean respecto de sus propias finanzas y se visitan siempre que pueden.
En este ejemplo, lo que parecía un rompimiento insalvable en una relación importante logró sanar gracias a que Jean tuvo el valor de acercarse y romper el estancamiento.  Cuando lo hizo, descubrió que Kate también sufría y poco a poco agradeció la oportunidad de enmendar la situación. 


.

domingo, 7 de abril de 2019

Del Libro “Cuando digo NO me siento culpable” de Manuel J. Smith


Del Libro “Cuando digo NO me siento culpable”  de Manuel J. Smith


Tenemos derecho a cambiar de parecer.





Como seres humanos, ninguno de nosotros es constante y rígido.  Cambiamos de parecer;  decidimos adoptar una manera mejor de hacer las cosas, o decidimos hacer otras; nuestros intereses se modifican según las condiciones y con el paso del tiempo.  Todos debemos reconocer que nuestras opciones pueden favorecernos en una situación determinada y perjudicarnos en otra. Para mantenernos en contacto con la realidad, y en beneficio de nuestro bienestar y de nuestra felicidad, debemos aceptar la posibilidad de que cambiar de parecer, de opinión o de criterio sea algo saludable o normal.  Pero, si cambiamos de parecer, es posible que otras personas se opongan a nuestra nueva actitud mediante una manipulación basada en cualquiera de las creencias infantiles que hemos visto, la más común de las cuales podría formularse aproximadamente en los términos siguientes:  No debes cambiar de parecer una vez que te has comprometido.  Si cambias de parecer, hay algo que no marcha como debiera.  Debes justificar tu nueva opinión o reconocer que estabas en un error.  Si te equivocaste una vez, demuestras que eres un irresponsable y que es probable que vuelvas a equivocarte y plantees problemas.  Por consiguiente, no eres capaz de tomar decisiones por ti mismo”.
Con ocasión de la devolución de mercancía observaremos con frecuencia ejemplos de comportamiento dictado por esta creencia manipulativa.  Recientemente, devolví nueve botes de pintura para interiores a uno de los más importantes almacenes de la ciudad.  En el momento de cumplimentar el impreso de devolución, el empleado llegó al espacio destinado a hacer constar la “Razón por la que se devuelve el género” y me preguntó por qué devolvía la pintura.  Respondí:  “Cuando compré los diez botes, me dijeron que podía devolver todos los que no hubiese abierto.  Probé un bote, no me gustó y cambié de idea”.  Pese a la política oficial de los grandes almacenes, el dependiente no podía decidirse a inscribir “cambió de idea” o “no le gustó” e insistió en pedirme la razón por la que devolvía la pintura:  ¿la había encontrado defectuosa, de un color feo, de poca consistencia?  En realidad, el dependiente en cuestión me estaba pidiendo que inventara cualquier razón para satisfacerle o, mejor, para satisfacer a sus superiores, que mintiera, que encontrara algún defecto que alegar como excusa para el comportamiento irresponsable de haber cambiado de idea.  Estuve tentado de decirle que la pintura de marras trastornaba la vida sexual de mi perro Wimpy y dejar que lo interpretara a su gusto.  Pero, en lugar de hacerlo así, insistí y aseguré al dependiente que la pintura no tenía ningún defecto.  Simplemente, había cambiado de idea y decidido no emplear aquella pintura en la decoración  de mi hogar, puesto que me habían dicho que podía devolver todos los botes que no hubiese abierto, los devolvía para recuperar mi dinero.  Incapaz de concebir, por lo visto, que una persona, y sobre todo un hombre, pudiera simplemente cambiar de idea y no sentirse incómodo por ello, el dependiente tuvo que consultar con su superior antes de entregarme el volante para la devolución.  Por mi parte, habría podido dejar que el dependiente juzgara por mí y decidiera que no estaba bien cambiar de idea.  En tal caso, de no haber encontrado algo que alegar como justificación de mi proceder, hubiese tenido que mentir o apechugar con la pintura.  Obrando como lo hice, juzgué por mi cuenta acerca de mi derecho a cambiar de idea, le dije al dependiente que solo deseaba que me devolvieran el dinero, y lo conseguí.



.

Del Libro “90 respuestas a 90 preguntas” de Martha Alicia Chávez


Del Libro “90 respuestas a 90 preguntas” de Martha Alicia Chávez


¿Qué nos puede ayudar a superar el miedo?




El miedo tiene un fuerte componente mental que alimenta el estado emocional.  Debido a que el miedo es tan abstracto, le asignamos una imagen, una relación con alguna experiencia del pasado, para poder darle un sentido concreto;  así, decimos:  “Tengo miedo a o de…”  Este sentimiento tiene mucho que ver con el pasado, y el objeto o la situación que lo causan tienden a verse con un lente de aumento.
El miedo tiene su lado útil.  Puede ser una señal de alerta que nos protege y previene de algo.  No obstante, cuando se vuelve una actitud ante la vida o se presenta con demasiada intensidad, se convierte en un obstáculo que nos congela y no nos deja avanzar, tomar decisiones o actuar.  Normalmente es la mente la que causa esa congelación, porque en todo, y siempre, puede encontrar razones para temer.
En mi opinión, pues, el miedo tiene una parte “racional” y una parte que podríamos llamar “vivencial”.  La primera se compone de los pensamientos y el diálogo interno, y la segunda, de las sensaciones tanto externas como internas y de las reacciones corporales relacionadas con este sentimiento.  Vale la pena adquirir herramientas para manejar ambas facetas del miedo.
Para la parte racional, lo que yo propongo es que nos planteemos y respondamos cuestionamientos como los siguientes:
*   ¿A qué le tengo miedo?
*   ¿Qué siento que estoy perdiendo?
*   ¿Qué me quiere decir mi miedo?
*   ¿Qué es lo peor que puede suceder en esta situación que temo?
*   Si sucede, ¿Puedo “sobrevivir”?
*   ¿Esto va a ser importante en un año?, ¿en cinco?
*   ¿Qué recursos tengo para enfrentar esto?
*   ¿Puedo pedir ayuda?
Cuando respondemos este tipo de preguntas, nos hacemos conscientes de lo que hay detrás de ese miedo que sentimos y también nos podemos dar cuenta de que la gran mayoría de las veces la situación no es tan grave.  Con este manejo racional, la intensidad del miedo disminuye y el trayecto del sentimiento se detiene.
Respecto a la parte “vivencial”, mi propuesta es:
*   Verbalizarlo.  Cuando hablamos de un sentimiento, éste necesariamente cambia su forma e intensidad.  Sobra decir que es importante elegir ante quién hablarlo:  un terapeuta, un buen amigo, un familiar o cualquier persona de tu confianza.
*   Respiraciones profundas.  El poder de la respiración es enorme;  lamentablemente, desperdiciamos muchísimo este recurso.  Puedes también visualizar que al inhalar sacas de dentro de ti el sentimiento de miedo, y al exhalar lo expulsas.
*  Identifica en qué parte del tu cuerpo lo sientes.  Luego, ponle una forma, un color, una temperatura, un peso.  Enseguida modifica cada una de esas características de la manera que se sienta bien para ti.  Por ejemplo, cámbiale de forma a una que te parezca mejor, cámbiale el color, el peso, el tamaño, la temperatura, etcétera.
*  Consiente a tu niño interior.  Muchas, pero muchas veces, quien tiene miedo no es el adulto, sino el niño interior que todos llevamos dentro.  Esta criatura necesita saber que está protegida, que no es su responsabilidad resolver ese problema o enfrentar esa situación.  Entonces, hay que hablarle a ese niño/a interior y decirle algo como:  “No te preocupes, chiquita/o, yo me voy a hacer cargo de esto.  Ya soy un adulto y además soy muy inteligente y fuerte y sé resolver los problemas, y si no puedo, voy a buscar ayuda.  Tú no tienes que solucionar/enfrentar esto, yo lo voy a hacer.  Yo te cuidaré, todo saldrá bien”, etcétera.  Te sorprenderá cómo baja la intensidad de tu miedo y tal vez desaparezca.
Finalmente, te digo lo que siempre recomiendo:  “No me creas nada, experiméntalo y convéncete por ti mismo”.

   
.