miércoles, 23 de noviembre de 2011

Del Libro “90 respuestas a 90 Preguntas” de Martha Alicia Chávez…..


¿Qué hacer para que los regalos navideños no te angustien?

La Navidad es época de regalar.” Palabras más, palabras menos, eso es lo que dicen los comerciales en esa época. Las tiendas están saturadas de gente que a veces gasta mucho más de lo que debe, puede y había planeado, para luego sufrir las consecuencias a la hora de pagar las tarjetas de crédito o ver con desilusión que ya se fue el dinero del aguinaldo. Me parece que los regalos navideños son una fuerza poderosa que nos atrapa y controla nuestras decisiones y deseos, haciéndonos comprar lo que no estaba planeado o ni siquiera deseamos.

Por tal razón, este asunto es para muchos una fuente de angustias, estrés, preocupación y hasta conflictos familiares. Es muy importante que reflexionemos cómo en realidad deseamos conducirnos en relación con este tema y así tomar nuestras propias decisiones al respecto, respetando lo que deseamos y podemos, en lugar de seguir la inercia social que nos envuelve y “obliga” a tomar decisiones que no nos convienen. He aquí algunas recomendaciones para lograrlo:

· Elabora con anticipación una lista de los regalos que deseas dar y el monto aproximado que quieres invertir en cada uno, para que tengas claro cuánto dinero vas a gastar; cuando llegue la hora de comprarlos, sé fiel a estas decisiones.

· Sé consciente de esta cruda realidad; la mayoría de los regalos que das en Navidad no le van a gustar a quien los recibe o no los necesita; por lo tanto, no los va a utilizar ni a disfrutar. Por ello es recomendable que les pidas a las personas a quienes les darás un regalo que te den una lista de cinco o seis cosas que quieran o necesiten, para que de ahí elijas una o dos. Estas listas son tan variadas como: un galón de pintura blanca, un cartucho de tinta para mi impresora o cualquier otra cosa de índole más personal. Sea lo que sea, dar un regalo de esa lista garantiza que será útil y agradable recibirlo.

· Recuerda también que gastes lo que gastes y regales lo que regales, siempre habrá gente que lo encontrará mal y te criticaré. Por eso, da sin esperar que el otro reaccione de determinada forma al recibir tu regalo. Lo que des, suéltalo, y entiende que quien lo recibe está en todo su derecho de que le guste o no. A mí me molesta sobremanera que cuando alguien me regala algo, al paso del tiempo esté verificando si lo uso y qué tan seguido, y luego me reclame o cuestione el porqué.


PoPor todas estas razones, es sabio romper los esquemas y reconocer que hay otro tipo de regalos que casi de seguro todos necesitamos y nos gustan, y que por lo tanto sí vamos a utilizar y a disfrutar; además, algunos ni siquiera cuestan dinero.

Por ejemplo: puedes regalar una cena en un restaurante o en tu propia casa; un masaje a cada miembro de tu familia; resolver la lista de pendientes que tiene tu hermano desidioso; cinco idas al cine; un día de cuidar a los hijos de tus amigos para que ellos salgan; pagarle a tu hermano la afinación de su coche; cocinar tres días para tu hermana y su familia, para que ella descanse; ayudarle a tu amigo a pintar su casa o pagar la pintura de la misma; organizar el cuarto de tiliches o el clóset de tu amiga, que lo tiene hecho un desastre y le da mucha flojera arreglarlo.

Esta lista de posibilidades útiles y agradables puede ser interminable y es aplicable también a los regalos de cumpleaños o de otra índole. Cuando en vez de dar cualquier objeto que encontramos por ahí, regalamos algo que la persona verdaderamente disfruta o necesita, sin lugar a dudas provocaremos en ella la sensación que los regalos deben provocar; alegría, entusiasmo, gozo y gratitud. Los que son capaces de producir ese efecto son dignos de ser llamados “regalos.” Los demás son sólo objetos que pretenden tapar un hoyo.

Rompe esquemas, expande tu creatividad y no permitas que los regalos navideños se conviertan en una fuente de conflicto y estrés para ti.


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viernes, 18 de noviembre de 2011

Del Libro “La violencia está en casa” del Dr. Ernesto Lammoglia


Violencia Verbal

Los padres son el centro del universo de un niño y, por lo tanto, son quienes más daño pueden causar. Lo que ellos expresan, para el niño es verdad. Cuando una madre le dice a su hijo que es inadecuado o defectuoso, esto se convierte en una creencia y el conjunto de creencias es la base para una autoestima alta o baja.

Las burlas constituyen heridas dolorosas en el amor propio del niño. El poner sobrenombres es un verdadero insulto a la dignidad de los menores, lo mismo que las actitudes y comentario devaluatorios como: “No sirves para nada”, “Eres igual de torpe que tu padre”, “Tragas como un cerdo”, “Tu madre es una cualquiera”, “Eres un inútil”. La violencia verbal no consiste únicamente en insultos y palabras incisivas, los sarcasmos y burlas hieren profundamente a un menor. Los comentarios sádicos: “Cuándo no”, “Tenías que ser tú”, “Ya te estabas tardando”, son agresiones que devalúan la imagen que el niño tiene de sí mismo. Muchas veces el rechazo se expresa con desprecios como: “Ya no te quiero”, “Me avergüenzo de ti” o “¿Tienes que estar pegado a mí todo el tiempo?”. Las palabras más dañinas que puede escuchar un niño son: “Quisiera que nunca hubieras nacido”.

Una mujer escuchó durante toda su infancia que no podía hacer nada bien ni tampoco podía terminar lo que empezaba. Esto quedó tan arraigado en ella que fue como una programación de computadora. Si barría, dejaba un rincón de la habitación sucio, no se lo explicaba, simplemente no podía. Si arreglaba una cómoda dejaba un cajón desordenado, si ponía la mesa, faltaban los vasos, y así con todo lo que hacía. Era costurera de oficio y muy buena, pero tenía a una asistente para dar el retoque final a los vestidos, porque ella simplemente no podía hacerlo.

Acudió a una terapia de grupo porque le atormentaba que sus noviazgos nunca terminaban en matrimonio, de algún modo ella los echaba a perder. En la terapia descubrió, al escucharse a sí misma, que era incapaz de terminar algo porque si lo hacía tendría que estar mal. Para tratar de romper con este condicionamiento se propuso rematar por sí sola algunos vestidos. Echó a perder dos o tres, pero finalmente lo logró. Dos años después se casó y disfruta cada vez que concluye algo.

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jueves, 10 de noviembre de 2011

Del Libro “Cómo hablarle a los hijos” de Chick Moorman….

“¿Qué te dije? “

“Ves. Lo sabía”

“¿No me creías, verdad? Ahora ya lo sabes.”

“Supongo que eso comprueba que yo tenía la razón.”

“Eso es lo que te dije. ¿No te acuerdas?”

Tener la razón se siente bien. Es una manera de probar nuestra valía a nosotros mismos. Nos ayuda a estar arriba, a reforzar nuestra propia inteligencia, a proclamar superioridad. Tener razón es probar nuestro triunfo. Sólo hay un problema: tener la razón no sirve.

Tener la razón engendra rencor. Cada vez que le pruebas a alguien que tú tienes la razón, le pruebas que él está equivocado. Tanto los niños como los adultos no disfrutan estar en el papel del que se equivoca.

Decirle a tu hijo “te lo dije”, es como burlarte del hecho de que estaba equivocado. Ya es bastante difícil para los niños aceptar sus equivocaciones, como para presionarlos más. Recordarles que tenías la razón, sólo les hace más difícil reconocer que estaban equivocados.

Recuerdo una caricatura que vi, en la que se mostraba a un paciente en una cama de hospital con vendajes desde la cabeza hasta los dedos de los pies y con los dos brazos y piernas colgados. El médico se paró cerca de la cama mirando su expediente, mientras el paciente explicaba: “Pero, yo tenía el derecho de paso”.

¿Tener la razón previno el accidente? NO.

¿Tener la razón eliminó el dolor y sufrimiento? NO.

¿En este caso, le sirvió tener la razón? ¡Absolutamente NO!

Y tener la razón tampoco va a servir con tus hijos.

Puedes tener la razón sobre cuál es la capital de Nevada, si quieres. Puedes tener la razón acerca de la reacción del profesor por entregar tarde la tarea. Puedes tener la razón acerca del precio de los zapatos de gimnasia, la cantidad que se requiere para llenar el tanque o el número de días que el pez tardó para morirse en la pecera. Como padre, tendrás oportunidades ilimitadas de tener la razón y tendrás el mismo número de oportunidades para decir, “te lo dije” y para recordar a la familia entera quién tenía la razón. Tú puedes tener la razón. Pero, ¿a expensas de quién y a qué precio?

¿Vale la pena tener la razón acerca de la capital de Nevada si creas distancia entre tú y tu hijo? ¿Vale la pena tener la razón sobre el número de días que el pez tardó en morir si le hace a tu hija estar equivocada? ¿Vale la pena decir, “te lo dije,” cuando aumenta el rencor y disuelve el sentimiento de unidad en tu familia?

La mayoría del tiempo, los hijos se dan cuenta de que estaban equivocados y no necesitan que se los digas. Cuando tengas la razón, disfrútalo en privado. Evita usar una forma de hablarles a tus hijos, que anuncie que tienes la razón. Tú y yo nos beneficiáremos; Estarás feliz de haberlo hecho, y yo no tendré que decirte, “te lo dije.”


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jueves, 3 de noviembre de 2011

Del Libro “Caldo de Pollo para el Alma – 5ta. Ración, de Jack Canfield y Mark Victor Hansen

Dos semillas yacen lado a lado en el fértil suelo de primavera.

La primera semilla dijo:

¡Quiero crecer! Quiero impulsar a mis raíces hondo dentro del suelo que está debajo de mí, y expulsar a mis retoños a través de la corteza de la tierra que está sobre mí… quiero desplegar mis tiernos brotes como banderas que anuncien la llegada de la primavera… ¡quiero sentir el calor del sol sobre mi rostro y la bendición del rocío matinal sobre mis pétalos!

Y creció.

La segunda semilla dijo:

Tengo miedo. Si impulso mis raíces dentro del suelo que está debajo de mí, no sé lo que encontraré en la oscuridad. Si me abro paso por el suelo duro que está sobre mí, puedo dañar a mis delicados retoños…. ¿qué tal si al dejar que mis brotes se abran, un caracol trata de comérselos? Y si abriera mis capullos, un niño pequeño podría arrancarme de la tierra. No, será mucho mejor que espere hasta que no haya peligro.

Y esperó.

Una gallina de corral que buscaba comida afanosamente entre la tierra de comienzos de primavera, encontró a la semilla en espera y rápidamente se la comió.

MORALEJA DEL RELATO

Aquellos de nosotros que nos negamos a arriesgarnos

y crecer, somos tragados por la vida.

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