viernes, 18 de noviembre de 2011

Del Libro “La violencia está en casa” del Dr. Ernesto Lammoglia


Violencia Verbal

Los padres son el centro del universo de un niño y, por lo tanto, son quienes más daño pueden causar. Lo que ellos expresan, para el niño es verdad. Cuando una madre le dice a su hijo que es inadecuado o defectuoso, esto se convierte en una creencia y el conjunto de creencias es la base para una autoestima alta o baja.

Las burlas constituyen heridas dolorosas en el amor propio del niño. El poner sobrenombres es un verdadero insulto a la dignidad de los menores, lo mismo que las actitudes y comentario devaluatorios como: “No sirves para nada”, “Eres igual de torpe que tu padre”, “Tragas como un cerdo”, “Tu madre es una cualquiera”, “Eres un inútil”. La violencia verbal no consiste únicamente en insultos y palabras incisivas, los sarcasmos y burlas hieren profundamente a un menor. Los comentarios sádicos: “Cuándo no”, “Tenías que ser tú”, “Ya te estabas tardando”, son agresiones que devalúan la imagen que el niño tiene de sí mismo. Muchas veces el rechazo se expresa con desprecios como: “Ya no te quiero”, “Me avergüenzo de ti” o “¿Tienes que estar pegado a mí todo el tiempo?”. Las palabras más dañinas que puede escuchar un niño son: “Quisiera que nunca hubieras nacido”.

Una mujer escuchó durante toda su infancia que no podía hacer nada bien ni tampoco podía terminar lo que empezaba. Esto quedó tan arraigado en ella que fue como una programación de computadora. Si barría, dejaba un rincón de la habitación sucio, no se lo explicaba, simplemente no podía. Si arreglaba una cómoda dejaba un cajón desordenado, si ponía la mesa, faltaban los vasos, y así con todo lo que hacía. Era costurera de oficio y muy buena, pero tenía a una asistente para dar el retoque final a los vestidos, porque ella simplemente no podía hacerlo.

Acudió a una terapia de grupo porque le atormentaba que sus noviazgos nunca terminaban en matrimonio, de algún modo ella los echaba a perder. En la terapia descubrió, al escucharse a sí misma, que era incapaz de terminar algo porque si lo hacía tendría que estar mal. Para tratar de romper con este condicionamiento se propuso rematar por sí sola algunos vestidos. Echó a perder dos o tres, pero finalmente lo logró. Dos años después se casó y disfruta cada vez que concluye algo.

...

No hay comentarios:

Publicar un comentario