domingo, 26 de febrero de 2017

Del Libro “¿Nos tomamos un café?” de Odin Dupeyron






Creo en la originalidad de cada una de las personas y constantemente celebro las diferencias que existen entre cada uno de nosotros.  El mundo ideal para mí, sería aquél donde todos celebráramos precisamente esas diferencias que nos hacen únicos y originales;  un mundo lleno de judíos, cristianos, mormones, altos, bajos, gordos, flacos, heterosexuales, homosexuales, rubios, negros, bancos, pelirrojos, de todos los gustos y de todas las formas, siempre distintos, siempre diferentes, pero en el fondo, en espíritu…. siempre iguales.
Con el paso del tiempo he descubierto que, de alguna manera que no logro entender, todos somos uno y en el fondo de nuestra alma somos indiscutiblemente iguales, venimos del mismo lugar y vamos a parar al mismo sitio; tenemos los mismo deseos de ser felices, de ser amados y de amar;  tenemos las mismas necesidades de compartir con los demás logros, alegrías, penas y miserias;  tenemos la necesidad natural de hacer amigos, así como de estar solos en momentos específicos.
Tenemos la misma risa, que aunque se exprese de diferentes formas, en el fondo, se dispara con las mismas alegrías; tenemos el mismo llanto que la mayoría de las veces se siente con la misma intensidad y con el mismo dolor.
Todos nos sentimos pequeños ante la muerte, y todos, absolutamente todos, nos emocionamos ante el amor.  Y es increíble cómo al alma no le importan las nacionalidades ni las fronteras, al amor, al dolor y a la felicidad poco les importa si eres pobre, rico, si eres un político, un doctor o un enfermo.  Ante la belleza de un cuerpo o de un alma, ante el roce de las manos de la persona que amas sobre tu piel, el estómago se sume y el corazón se acelera, seas mexicano, árabe, tailandés o hawaiano.  El placer de hacer el amor amando, no conoce de religión, de sexos, de edades o de clases sociales.  Somos milagrosamente tan distintos y a la vez tan iguales;  y sólo estamos aquí, de paso, compartiendo nuestra estancia…. Nuestra brevísima estancia en esta tierra. 
¿No es increíble que a pesar de tantos años de existir en el planeta no hayamos aprendido todavía a respetar nuestras diferencias?  ¿No es increíble cómo a pesar del pequeñísimo tiempo de vida que tenemos cada uno de nosotros, en vez de celebrar esas diferencias, las condenamos?  Vivimos toda una vida tratando de ser como otros o tratando de que otros crean en lo que creemos nosotros o que los demás se comporten como nos comportaríamos nosotros;  cuando la verdadera igualdad va más allá de eso.  La verdadera igualdad del hombre es de espíritu y de sentimiento.



Vamos muy rápido, vamos demasiado rápido, la vida es tan corta y aun así, nos dejamos atrapar por el torbellino de la rutina, nos paralizamos ante una sociedad que nos juzga, nos condiciona y nos condena.  ¿Cuántas veces nos damos tiempo para pláticas, para conocernos, para compartir algo más que las pláticas triviales y cotidianas?  ¿Cuántas veces nos damos el tiempo de sentarnos y aprender de nuestra igualdad y de nuestras diferencias?  ¿Cuántas veces nos mostramos como realmente somos;  sin máscaras y sin miedos?  En cambio, nos alejamos, nos escondemos, nos  disfrazamos y nos lastimamos constantemente.  Son pocas las ocasiones en las que verdaderamente nos damos tiempo de compartir “apuntes”, de comentar lo que se ha aprendido de lo que hemos vivido.


viernes, 17 de febrero de 2017

Del Libro “La Culpa” de Raquel Levinstein





SENSORES  DE  LA  CULPA

Para identificar si la culpa está en tu mente y tu corazón sin que tú la percibas de forma consciente, evalúa con toda honestidad los siguientes sensores o características de la persona que vive prisionera de ella:

-  La mayoría de las veces tiene conflictos, enfermedades y carencias.
-  Con frecuencia se siente agredida y ofendida por los comentarios de otros.  Piensa que la acusan o que tratan de humillarla.
-  Se comporta como jarrito de Tlaquepaque;  de todo se siente y se ofende.  Piensa que los demás la envidian y la quieren dañar y, de manera inconsciente, justifica sus acciones y pensamientos erróneos y agresivos.
-  Siempre encuentra el negrito en el arroz, es decir, le toca el peor lugar, la comida fría, el mesero grosero, etcétera.  Por un lado, esto se debe a su victimismo con el que de manera inconsciente encuentra la forma de pagar sus culpas y lavar su conciencia.  Por otro lado, justifica sus pensamientos y acciones culposos haciendo notar que el mundo está en contra de ella.
-  Con frecuencia atrae victimarios a su vida, es decir, personas que abusan de su buena voluntad.   
-  Atrae víctimas: personas en crisis y con conflictos que le hacen recordar su propio sufrimiento.  Trata de ayudarles para pagar o disminuir culpas e, inconscientemente, salvarse a sí misma.
-  Le tiene miedo a la felicidad porque no se siente merecedora de ella.
-  Por lo general es una persona egoísta y envidiosa.  Su mismo sufrimiento interior la hace desear lo que otros tienen y el egoísmo la lleva a pensar en ella misma y en los enormes sufrimientos y tristezas que enfrenta como un rosario interminable.
-  Es una incansable creadora de infiernos y sufrimientos para sí misma y los que están a su alrededor.
-  Padece las peores enfermedades (inconscientemente trata de pagar sus culpas y lavar su conciencia)
-  Con frecuencia tiene pérdidas, tragedias e ingratitudes imaginarias o reales.
-  Todo le cuesta el doble o triple de esfuerzo que a los demás.
-  Trata de ahogar las culpas en el alcohol, el tabaco, la droga o el sexo desbocado e irresponsable.
-  Es adicta al chisme, a la crítica y a los pleitos.
-  Siente que tiene mala suerte y que nada le sale bien.
-  Con frecuencia piensa que Dios no la escucha, pues de forma inconsciente se siente culpable.
- Con facilidad puede convertirse en una persona fanática, pero es usual que siempre esté angustiada y preocupada.  Sus propias culpas la hacen desconfiar de la respuesta divina.
-  Justifica sus fracasos y penurias en la responsabilidad y culpa de otros.
-  Hoy es gran cuate de fulano o zutano y mañana, su enemigo.  No puede confiar en los demás porque no confía en sí misma.
-  Se siente incomprendida por todo el mundo.
-  Vive en frecuente soledad interior.
-  Por lo general  sus relaciones son frívolas y superfluas, así evita ser juzgada.
-  De forma inconsciente, boicotea logros y satisfacciones personales de otros y de sí misma.
-Para esta persona las cosas siempre terminan mal o a medias, nunca en plenitud.

Todos estos aspectos pueden ayudarte a detectar si la culpa está instalada en tu interior. Sé honesto, recuerda que la culpa es un enemigo de gran tamaño que te condena a vivir un infierno repetido y eterno sólo por inconsciencia e ignorancia.  Atrévete a erradicarla de tu vida para siempre, a sacar ese tumor canceroso del alma que es en gran parte el responsable de tu infelicidad, frustración y tristeza.  En gran medida también es responsable de la tragedia que hoy por hoy enfrentamos como humanidad.  Es tiempo de despertar y caminar en dirección al viento sin lápidas, ataduras, culpas y sufrimiento.


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domingo, 12 de febrero de 2017

Del Libro “Tu hijo, tu espejo” de Martha Alicia Chávez





Estoy absolutamente convencida de que, no importa cuál sea el problema que un hijo presente:  el amor incondicional de los padres será indispensable para resolverlo.
No te preocupes tanto porque cometes errores en los “cómos”, preocúpate, o mejor ocúpate, en acrecentar tu capacidad de amarlos, es posible hacerlo, trabaja duro en ello y todo lo demás vendrá por añadidura.  Porque un padre que ama profundamente a un hijo sabe por intuición qué hacer y qué no hacer, cuándo dar y cuándo pedir, cuando ayudar y cuando dejar, cuando hablar y cuando callar, cuando retener y cuando soltar.  Y cuando un padre no sabe qué hacer, se centra entonces en su corazón y le pregunta al amor, y el amor siempre le responderá, no importa qué error cometa, su impacto sobre el hijo será suavizado por el amor, porque los errores que un padre amoroso comete no dejan esas dolorosas heridas que tanta gente va cargando por la vida.
Recuerdo algo que dejó una imborrable huella en mí.

Sucedió hace unos ocho años en la sala de espera de un consultorio.  Frente a mí se encontraba sentada una joven madre, era obvio por su aspecto y su lenguaje que se trataba de una persona humilde, sin preparación académica, pero a la cual, desde entonces, he querido parecerme, aunque sea un poco.
Su hija de unos ocho o nueve año padecía una enfermedad muy notoria a simple vista:  una desviación de la columna vertebral que aun a su corta edad ya había provocado un importante grado de deformación en su cuerpo.  Su cara era extraña, aunque no podría decir qué clase de patología era, su boca estaba torcida y sus ojos ubicados de forma totalmente asimétrica en su carita.
Lo esperado, desde un punto de vista fríamente psicológico, sería que esa niña presentara ciertos rasgos de personalidad como inseguridad, timidez, hostilidad e incluso ería comprensible si tuviera síntomas de agresividad e incapacidad de socializar: producto, sin duda, de ir por la vida con esas diferencias físicas tan notorias que por lo general animan crueles bromas de otros niños y las miradas punzantes de la gente.
Pero para mi sorpresa, encontré en esa niña a la criatura más dulce, amorosa y luminosa que he conocido.  Sigilosamente se acercaba a cada una de las personas que estábamos en esa sala de espera – gracias a Dios, incluyéndome a mí – dedicándonos unos minutos para preguntar:  “¿Está usted enfermo? ¿De qué? ¿Le duele mucho?”, y luego expresaba su compasión de la manera más hermosa que he visto:  “Ay, pobrecito, pero pronto se va a curar;  sana sana, colita de rana…”, y finalmente contaba brevemente su propia historia y que estaba ahí porque un doctor muy bueno le iba a hacer una operación.
Todos, absolutamente todos los que la veíamos estábamos fascinados.  Esa niña rompía mis esquemas y yo en secreto me preguntaba cómo era posible que una niña con toda esa deformidad física fuera como ella, y mientras más la veía en acción mayores eran mis interrogantes, pero al voltear a ver a su mamá todas mis dudas y cuestionamientos fueron contestados.
Nunca he visto a una madre mirar a su hijo de la manera en que ella lo hacía; su cara toda reflejaba ¡tanto amor y luz!, sonreía levemente y sus ojos brillaban de amor mientras observaba a su hijita interactuar con la gente y, de vez en cuando, con una dulce y aprobatoria voz le decía:  “Ya, hija, deja al señor en paz”.  Entonces la chiquilla corría a abrazarla efusivamente y le decía “te quiero” en las formas más graciosas y hermosas imaginables, para luego volver a platicar con el siguiente paciente.
Entonces entendí tan claro como ningún libro me lo hubiera podido explicar que la diferencia entre un niño feliz y psicológicamente sano y un niño infeliz y enfermo son la ACEPTACION  y el AMOR  INCONDICIONAL de sus padres.

AMAR y ACEPTAR  INCONDICIONALMENTE  a un hijo no significa permitirle todo, no ponerle límites, no alzarle nunca la voz, no ser firme, no experimentar jamás sentimientos como el enojo o el resentimiento; sino más bien, significa amarlo como es, aun en los momentos en que te encuentras verdaderamente molesto con él, y aunque tu cuerpo, tu voz, tu respiración, tus gestos y tu energía estén mostrando esa molestia, ahí en el fondo, en tu centro, está tu amor por él y tu hijo lo siente desde su centro, y responde a él, porque quien se siente amado está más abierto y dispuesto.

  

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viernes, 3 de febrero de 2017

Del Libro “ El camino de las Lágrimas” de Jorge Bucay





LA   FURIA  Y  LA  TRISTEZA

A un estanque mágico llegaron una vez a bañarse haciéndose mutua compañía la tristeza y la furia.
Llegaron junto al agua, se sacaron las ropas, y desnudas entraron a bañarse.

La furia, apurada, como siempre, inquieta sin saber por qué, se bañó y rápidamente salió del estanque.  Pero como la furia es casi ciega se puso la primera ropa que manoteó, que no era la suya, sino la de la tristeza. 
Vestida de tristeza, la furia se fue como si nada pasara. 

La tristeza, tranquila y serena, tomándose el tiempo del tiempo, como si no tuviera ningún apuro, porque nunca lo tiene, mansamente se quedó en el agua bañándose mucho rato y cuando terminó, quizá aburrida del agua, salió y se dio cuenta de que no estaba su ropa. 
Si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que para no estar así, al descubierto, se puso la única ropa que había, la ropa de la furia.  Y así vestida de furia siguió su camino. 


Cuentan que a veces cuando uno ve a otro furioso, cruel, despiadado y ciego de furia, parece que estuviera enojado, pero si uno se fija con cuidado se da cuenta de que la furia es un disfraz y que detrás de la furia está escondida la tristeza.

jueves, 2 de febrero de 2017

Rana de Pozo por Carlos G. Vallis




RANA DE POZO

En un pozo profundo vivía una colonia de ranas. Llevaban su vida, tenían sus costumbres, encontraban su alimento y croaban a gusto haciendo resonar las paredes del pozo en toda su profundidad. Protegidas por su mismo aislamiento, vivían en paz, y sólo tenían que guardarse del pozal que, de vez en cuando, alguien echaba desde arriba para sacar agua del pozo.
Daban la alarma en cuanto oían el ruido de la polea, se sumergían bajo el agua o se apretaban contra la pared, y allí esperaban, conteniendo la
respiración, hasta que el pozal lleno de agua era izado otra vez y pasaba el peligro.
Fue una rana joven a quien se le ocurrió pensar que el pozal podía ser una oportunidad en vez de un peligro. Allá arriba se veía algo así como una claraboya abierta, que cambiaba de aspecto según fuera de día o de noche, y en la que aparecían sombras y luces y formas y colores que hacían presentir que allí había algo nuevo digno de conocerse.
Y sobre todo, estaba el rostro con trenzas de aquella figura bella y fugaz que aparecía por un momento sobre el brocal del pozo al arrojar el cubo y recobrarlo, todos los días en su cita sagrada y temida.
La rana joven habló, y todas las demás se le echaron encima:
Eso nunca se ha hecho. Sería la destrucción de nuestra raza.  El cielo nos castigará, te perderás para siempre. Nosotras hemos sido hechas para estar aquí, y aquí es donde nos va bien y podemos ser felices. Fuera del pozo no hay nadie que se atreva a violar las sabias leyes de nuestros antepasados.
¿Es que una rana jovenzuela de hoy puede saber más que ellos?"
La rana jovenzuela esperó pacientemente la próxima bajada del pozal. Se colocó estratégicamente, dio un salto en el momento en que el pozal comenzaba a ser izado y subió en él ante el asombro y el horror de la comunidad batracia. El consejo de ancianos excomulgó a la rana prófuga y prohibió que se hablara de ella. Había que salvaguardar la seguridad del pozo.
Pasaron los meses sin que nadie hablara de ella y nadie se olvidara de ella. Un buen día se oyó un croar familiar sobre el brocal del pozo, se agruparon abajo las curiosas y vieron recortada contra el cielo la silueta conocida de la rana aventurera. A su lado apareció la silueta de otra rana, y a su alrededor se agruparon siete pequeños renacuajos.
Todas miraban sin atreverse a decir nada, cuando la rana habló: "Aquí se está maravillosamente; hay agua que se mueve, no como allá abajo, hay unas fibras verdes y suaves que salen del suelo y entre las que da gusto moverse, hay muchos bichos pequeños muy sabrosos y variados, cada día se puede comer algo diferente. Hay muchas ranas de muchos tipos distintos, y son muy buenas.
Yo me he casado con ésta que está aquíÌ a mi lado y tenemos siete hijos y somos muy felices, Aquí hay sitio para todas, porque esto es muy grande y nunca se acaba de ver lo que hay allá lejos."
De abajo, las fuerzas del orden advirtieron a la rana que, si bajaba, sería ejecutada por alta traición; ella dijo que no pensaba bajar y que les deseaba a todas que lo pasaran bien, y se marchó con su compañera y los siete renacuajitos.  Abajo en el pozo hubo mucho revuelo. Algunas ranas quisieron comentar la propuesta, pero las autoridades las acallaron enseguida y la vida volvió a la normalidad de siempre en el fondo del pozo. Al día siguiente, por la mañana, la niña de las trenzas rubias se
quedó asombrada cuando, al sacar el cubo con agua del pozo, vio que estaba lleno de ranas.
En sánscrito hay una palabra compuesta para designar a una persona estrecha de miras, que se conforma con oír lo que siempre ha oído y hacer lo que siempre ha hecho, lo que hace todo el mundo y lo que, según parece, han de hacer todos los que quieran seguir una vida tranquila y segura. La palabra es "rana de pozo", y ha pasado del sánscrito a las lenguas indias modernas, en las que se usa con el mismo
sentido. A nadie le gusta que se la digan. Aun así, el mundo está lleno de pozos, y los pozos llenos de ranas. Y las niñas con trenzas siguen llevándose sustos de vez en cuando por la mañana.

Por Carlos G. Vallis