lunes, 10 de junio de 2019

Del libro “Los Diez Retos” de Leonard Felder


Del libro  “Los Diez   Retos” de Leonard Felder



TRES  COSAS  BUENAS



Durante casi un año antes de su impresionante avance, Rafael y su esposa tenían crisis diarias a causa de sus problemas económicos y la enfermedad de uno de sus hijos.  Uno de los métodos que utilizaron para mantenerse positivos en su difícil viaje es algo llamado Tres Cosas Buenas.  En cualquier día frustrante o fatigoso, una de las mejores maneras de recuperar la sensación de calma y receptividad es apartar unos cuantos minutos serenos para decirse a sí mismo o a la persona con quien se vive: “Tres cosas buenas que ocurrieron hoy son…”

Cuando Rafael y Carolina intentaron por primera vez el ejercicio de las Tres Cosas Buenas por la noche antes de dormir, Rafael informó:  “Fue difícil.  Ni Carolina ni yo teníamos la costumbre de reparar en nada bueno con respecto a cada día, porque estábamos atrapados en nuestros esfuerzos económicos y crisis de familia.  Nuestra hija menor  estaba siendo sometida a tratamientos para un serio problema respiratorio y todo empezaba a parecer abrumador”.

“De modo que esa primera noche lo único que se me ocurrió como tres cosas buenas es que nuestros otros hijos parecían estar sanos, los platos estaban lavados y los ojos de Carolina seguían pareciéndome bellos.  Y creo que Carolina tardó un rato antes de que se le ocurrieran tres cosas buenas, que eran que su gato había estado juguetón y divertido esa mañana, que su paseo a la hora de la comida había sido relajante, y que la erupción cutánea en su brazo había mejorado un poco. Nada demasiado emocionante, pero gracias a ese sencillo ejercicio nos sentimos mucho más unidos como pareja y mucho más positivos con respecto a nuestras vidas.

Como la mayoría de la gente que ha hecho uso de este ejercicio.  Rafael y Carolina descubrieron que casi todas las veces que enumeraban tres cosas buenas que hubiesen ocurrido un día determinado (incluso un día terrible o sin acontecimientos), esto les levantaba el ánimo y pasaban de estar fatigados a sentirse más relajados, de estar desalentados a sentirse más receptivos y positivos.

En esencia, lo que hace el ejercicio de las Tres Cosas Buenas es atravesar los celos, comparaciones y otros pensamientos desalentadores que todos los días acumulamos en la mente.  Tomándonos unos momentos para darnos cuenta y expresar con palabras que realmente hubo ese día por lo menos tres cosas buenas, podemos transformar la tendencia hacia la inactividad y el desaliento en un sentimiento positivo de gratitud y aprecio con el cual terminar el día.



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sábado, 1 de junio de 2019

Del libro “Cómo una mujer se convierte en BRUJA y un hombre en BESTIA” de Martha Alicia Chávez



Del libro  “Cómo una mujer se convierte en BRUJA y un hombre en BESTIA”  de Martha Alicia Chávez




Hay un sinnúmero de formas de agresión pasiva:  “olvidar” fechas o asuntos importantes para el agredido;  causarle algún problema o dañar “accidentalmente” un objeto preciado para él;  ridiculizarlo en público o hacer bromas pesadas sobre su persona;  llegar tarde a una cita haciéndolo esperar por largo tiempo, etc.  Y una brutal y cruel forma de agresión pasiva la constituyen el silencio y la indiferencia.
El caso que a continuación expongo es un claro ejemplo de esta dinámica. 
Camila era una mujer madura, inteligente y atractiva.  Alberto tenía las mismas características.  Ella, divorciada 25 años atrás, durante ese lapso fincó una sólida y exitosa trayectoria profesional que le generaba muy buenos dividendos.  Alberto, divorciado dos veces, estaba en el proceso de terminación de una muy patológica relación de unión libre de nueve años, en la cual el tema del dinero siempre fue una fuente de conflicto.
Camila y Alberto se enamoraron profundamente y decidieron vivir juntos.  Maduros como eran, no esperaron mucho para dar este paso, ya que ambos afirmaban que sabían muy bien lo que querían, y era estar juntos.  Alberto vivía al día.  A sus 61 años no tenía logros en el aspecto económico; ni una propiedad, ni dinero ahorrado, ni un seguro médico, ni patrimonio alguno.  Por su parte, Camila, como futo de su arduo trabajo y su capacidad, tenía propiedades y un sólido patrimonio.   Aun así, era sencilla y generosa.
A ella no le importó la marcada diferencia entre ambos, porque apreciaba enormemente las valiosas cualidades que veía en Alberto.  El había alcanzado logros extraordinarios en otras áreas de la vida que Camila apreciaba en todo lo que valían y que lo convertían en un hombre admirable a sus ojos.  Además, consideraba que había muchas formas de aportar a la relación y no todas tenían que ver con el dinero.  Por lo tanto, no tuvo problema alguno en proponerle que dejara la casa que rentaba y se mudara a su agradable departamento, en el cual hizo los ajustes necesarios para dar cabida a su amado y sus pertenencias.  Hacerlo sentir bienvenido a su nuevo hogar – el de ambos – fue prioridad para la enamorada mujer.  Alberto propuso cubrir los gastos mensuales, ya que ella pondría la vivienda.  Ambos estuvieron de acuerdo.
Al principio la relación marchaba de forma excelente.  Disfrutaban de una convivencia maravillosa en todos los sentidos; compartían actividades; amistades y gustos, a la vez que respetaban sus necesidades mutuas y sus asuntos individuales.  Alberto, con un historial de relaciones conflictivas, repetía una y otra vez que nunca había tenido una mujer tan sana emocionalmente ni se había llevado tan bien con una pareja.  Por su parte, Camila consideraba que todos los años de esperar a un buen hombre con quien compartir su vida valieron la pena para estar ahora con Alberto, a quien amaba y valoraba inmensamente.  El insistía en que quería que envejecieran juntos y que dedicaría su vida a cuidarla, amarla y compartir con ella.  Camila le correspondía al cien por ciento.
Alberto la presentó a su familia, a sus amigos y a todas las personas importantes para él.  Camila hizo lo mismo.  Ambos vivían la relación de pareja de sus sueños.
En un momento dado, Alberto comenzó a cambiar.  Muchos de sus comentarios giraban alrededor del dinero y con resentimiento repetía una y otra vez:  “A mí no me importa el dinero”.  Camila nunca le mostraba – mucho menos le presumía – a cuánto ascendían sus ingresos, que eran infinitamente mayores que lo de él;  sin embargo, era imposible ocultarlo y fácil deducirlo, debido a las contrataciones y actividades profesionales que realizaba.
Alberto se mostraba cada vez más resentido y su discurso de que a él no le importaba el dinero comenzó a ser casi obsesivo.  Empezó a actuar con una fuerte agresión pasiva hacia Camila:  la dejaba con la cena preparada para ir a cenar con amigos sin avisarle; le mostraba mala cara desde el amanecer hasta el anochecer;  pasaba muy poco tiempo con ella, y – lo que resultaba más doloroso – la ignoraba cuando hablaba, manteniendo un silencio y una indiferencia que hacían realmente pesada la convivencia para Camila.
Ella le proponía que hablaran, que solucionaran lo que fuera que estuvieran pasando, que lo superaran, pero él mantenía su postura de soberbia, orgullo e indiferencia, sin mostrar interés alguno en resolver el asunto que provocaba que adoptara esa actitud.
Una mañana Camila le dijo que verlo así la hacía dudar de si estaba con ella porque la amaba o porque era cómodo para él.  Él tomó el comentario de la peor manera posible.  Por más que Camila intentó aclararlo, Alberto eligió quedarse con su interpretación distorsionada y errónea, y contestó que se iría de la casa, que podía pagar una renta.  Ella agotó todas las posibilidades a su alcance para hacerlo entrar en razón y comprender el contexto en el que externó aquel comentario.  Le pidió una y mil veces que no se fuera, le insistió en que solucionaran y dejaran atrás el problema, pero él no pudo – o no quiso – salir de ese estado de orgullo y agresión pasiva que ya se había vuelto parte de su vida cotidiana.
Y se fue….
Su decisión dejó a Camila devastada, porque no sólo dejó el hogar, sino la relación también.  Después de sacar sus pertenencias, antes de despedirse, repitió por enésima vez:  “A mí no me importa el dinero”.  Con resentimiento y en tono de reclamo, prosiguió:  “Tú tienes cosas y dinero, pero a mí eso no me interesa.  Aquí te quedas tú en tus cosas y tu dinero, pero sin mí”,  Camila, inteligente como era, le respondió:  “Pues sí, me ha ido bien y todo es producto de un arduo trabajo;  todo me ha costado, nadie me ha regalado nada.  ¿Y qué quieres que haga? ¿Qué lo tire? ¿Qué me sienta culpable?  Nunca te he visto hacia abajo; al contrario, sabes que te admiro, te amo y te valoro más allá de las palabras”.  Pero el orgullo de Alberto prevaleció por encima de las numerosas posibles reacciones que podía mostrar.
Después de su partida hablaron un par de veces.  En ambas ocasiones el volvía sobre lo mismo;  que ella tenía y él no, pero que a él no le importaba el dinero.  Ante los incrédulos ojos de todos los que la conocieron, aquella hermosa y prometedora relación acabó.  ¡Camila luchó tanto por rescatarla!  Hasta que desistió en sus intentos, al encontrarse siempre con un muro de orgullo y agresiones pasivas.
Lo cierto es que Alberto era un hombre acomplejado por su limitada situación económica y por su conformismo, característica que se vio confrontada ante el éxito de Camila.  Su machismo le impidió soportar que su mujer lo superara tanto en ese sentido.  Otro punto importante fue que, acostumbrado a controlar, castigar y manipular a sus exparejas con darles o restringirles el dinero – como muchos hombres lo hacen –, no supo cómo funcionar en una relación donde el control que siempre tuvo en este aspecto y que lo hacía sentirse “el hombre de la casa” no estaba en sus manos.  Camila nunca tendría que rogarle que le diera dinero para sus artículos de belleza, su ropa y sus cosas personales porque, sencillamente, contaba con recursos de sobra para sufragar esos gastos.
Al final, Alberto quedó atrapado en su machismo, que le hizo intolerable que su mujer gozara de una mejor situación económica y mayor éxito profesional que él.
Ineludiblemente vemos que, en realidad, pese a lo que solía aducir, el dinero le importaba tanto que fue justo por éste que dejó ir a esa valiosa mujer que no le será fácil sustituir.
Con gran frecuencia, cuando alguien es incapaz de hacer dinero opta por decir que éste no le importa.  ¡Dios nos libre de los que afirman eso!  ¡De ellos hay que cuidarse!  La experiencia me lo ha enseñado.
Camila me contó con enorme pena cuánto la lastimaban el silencio y la indiferencia con los que Alberto la trataba.  Ignorarla cuando hablaba, no mirarla, no hablarle, no tomarla en cuenta, la lastimaba terriblemente.  Todas esas actitudes, además del abandono, fueron la forma en que él la castigó por tener lo que él no poseía:  el dinero que, según él, no le importaba.  El único pecado de Camila fue ser exitosa y próspera….y pagó un alto precio por ello.
Por increíble que parezca, uno de los temas más difíciles de “perdonar” para la sociedad y para la familia es la prosperidad y el éxito que algunos de sus miembros pueden alcanzar.  Ello incluso implica que los perciban como traidores.  Se requiere tener mucha conciencia y madurez  para darse el permiso de ser todo lo que se puede ser, aunque eso provoque en otros – lo que no pueden (o no quieren) – envidia o resentimiento.



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