Del Libro: “Las Tres Preguntas” de
Jorge Bucay
Habitualmente,
los hijos aprenden y se van solos….
Pero si no lo
hacen, lamentablemente, en beneficio de ellos y de nosotros, será bueno
empujarlos a que abandonen su dependencia.
Los padres
deberemos tener claro que, si hace falta, será nuestra tarea mostrar a nuestros
hijos que deben soltarse y levantar el vuelo.
Entre otras muchas cosas porque uno no estará para siempre.
Y cuando, pese a
todo nuestro esfuerzo y estímulo, los hijos no se animen a emprender su
partida, los padres, con mucho amor e infinita ternura, deberemos entornar la
puerta… ¡Y empujarlos afuera!
Estoy casi
cansado de ver y escuchar a padres de mucha edad que han generado pequeños
ahorros o situaciones de seguridad con esfuerzo durante toda su vida para su
vejez, y que hoy tienen que dilapidarlos a manos de hijos inútiles, inservibles
y alocados que, además, no pocas veces tienen actitudes de una exigencia
insoportable respecto de sus padres: “Me
tienes que ayudar porque eres mi papá…”.
“Debes vender todo para ayudarme, porque todo lo que tienes también es
mío…”
A veces, uno
puede ayudar a sus hijos porque así lo quiere, y está muy bien. Pero hay que comprender que nuestra
obligación y nuestra responsabilidad, respecto de ellos, no es infinita. Es hora de que los padres sepan las
limitaciones que tiene el rol de padre o de madre.
Qué importante es
ayudar a nuestros hijos a transitar espacios de libertad….
Qué importante es
protegerlos y educarlos hasta que sean adultos…
¿Y después…?
¿Llegados allí…?
Propongo la
filosofía del Q.S.A.
¿Qué quiere decir
Q.S.A.?
Que Se las
Arreglen… como puedan.
¿Y si no han
sabido administrar lo que les dejaron?
¿Y si no han
podido vivir con lo que obtuvieron?
¿Y si no saben
cómo hacer para ganar el dinero que necesitan para dar de comer a sus propios
hijos?
Como decía Víctor
Trujillo, el sarcástico humorista mexicano:
“Lástima, Margarito…”
En todo caso,
nadie quiere que sus hijos pasen hambre… Y comprendo que uno pueda decirles que,
por un tiempo, pasen a buscar un sándwich cada mañana… Pero aun así, sólo por
un tiempo.
Estoy seguro de
que generar dependencia infinita es un acto siniestro y para nada amoroso. Hay un momento en que el amor pasa por
devolver a los hijos la responsabilidad sobre sus propias vidas. Después de eso, uno tiene que quedarse fuera,
ayudando lo que quiera, como lo desee y hasta donde sea conveniente. Y aclaro que nunca lo es ayudar más de lo que
uno puede, nunca lo es arruinarse la vida para ayudarlos a ellos.
A mí, como a casi
todos los padres que conozco, me encantaría saber que mi hijos van a poder
manejarse cuando yo no esté.
Me encantaría.
Y, por eso,
quiero que lo hagan antes de que me muera.
Para verlo.
Para que pueda,
en todo caso, morir tranquilo, con la sensación de la tarea cumplida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario