Malú y yo teníamos la costumbre de caminar al salir el Sol,
en el parquecito de nuestra colonia. Una
mañana ella iba vestida con una camiseta blanca y unos shorts holgados color
rosa, con lunares blancos, que mostraban sus piernas flacas como toda
ella. Sucedió que estaba enojadísima
quejándose de una situación. Yo
permanecía muy atenta, preocupada y dispuesta a ayudarla en lo que se
presentara. Y de pronto soltó:
- ¡Y me paré de pestañas del coraje!!
Yo solté una buena carcajada. Mi pecado natural fue transformar esta
exclamación en una imagen: zancas
arriba, shorts caídos y unas pestañas larguísimas deteniéndola en el suelo de
la calle. A lo que ella, ya con doble
enojo me preguntó.
- ¡¿De qué te estás burlando?!
Ofrecí una disculpa y le recordé mi proceso mental al
describirle la representación de su figura con los tenis pasando mi
estatura. Al final ella me ganó en la
competencia de carcajadas.
Un día Malú de plano se animó a darme un leve golpe en la
espalda para decirme:
- ¡Suelta la risa, suéltala!
Te ríes sin sonido desde que te conozco.
- No, no, porque me río muy feo.
- ¿Cómo sabes y quién te dijo eso?
- Una amiga de mi hermanita, cuando yo tenía dieciséis años.
- Y a ti qué te importa,
¿para qué le hiciste caso?
- Pues yo qué sabía de risas bonitas o feas, creí que todas
eran iguales.
- Y eso qué, ¡suéltate!
Saqué cuentas – ojo, a mis cuarenta y dos años – del tiempo
que me reprimí. Lo pensé y me dije, “al
diablo las burlas”, y me solté al maravilloso sentir de la risa en público
hasta llegar a las carcajadas.
Gracias a Dios por las personas que animan y por las que pierden el miedo. La vida es hermosa y hay que vivirla plena
ResponderEliminarsi es cierto
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