viernes, 13 de marzo de 2020

Del Libro: “Las Tres Preguntas” de Jorge Bucay


Del Libro:  “Las Tres Preguntas”  de  Jorge Bucay





Un señor sale de puerto en su pequeño bote velero a navegar por un par de horas.  De repente, una fuerte tormenta lo sorprende y lo lleva descontrolado mar adentro.  En medio del temporal, el hombre no ve hacia donde es llevado su barco, sólo atina a arriar las velas, echar el ancla y refugiarse en su camarote hasta que la tormenta amaine un poco.
Cuando el viento se calma, el hombre sale de su refugio y recorre el velero de proa a popa.  La nave está entera.  No hace agua, el motor se enciende, las velas se hallan intactas, el agua potable no se ha derramado y el timón funciona como nuevo.
El navegante sonríe y levanta la vista con intención de iniciar el retorno a puerto, pero lo único que ve por todos lados es agua.
Se da cuenta de que la tormenta lo ha llevado lejos de la costa y de que está perdido.
Sin instrumental de rastreo ni radio para comunicarse, se asusta y, como les pasa a algunas personas en situaciones desesperadas, se acuerda en ese momento de que él es un hombre educado en la fe.  Y entonces, mientras llora, se queda en voz alta diciendo:
-Estoy perdido, estoy perdido… ayúdame Dios mío, estoy perdido….
En ese momento, aunque parezca mentira, un milagro se produce en esta historia.  El cielo se abre, un círculo diáfano aparece entre las nubes, un rayo de sol ilumina el barco, como en las películas, y se escucha una voz profunda (¿Dios?) que dice:
-¿Qué te pasa?
El hombre se arrodilla frente al milagro e implora:
-Estoy perdido, estoy perdido, ilumíname, Señor.  ¿Dónde estoy, _Señor?  ¿Dónde estoy…?
En ese momento, la voz, respondiendo al pedido desesperado, dice:
-Estás a 38 grados latitud sur, 29 grados longitud oeste.
-Gracias, Señor, gracias… - dice el hombre agradeciendo la ayuda divina.
El cielo comienza a cerrarse.
El hombre, después de un silencio, se pone de pie y retoma su queja, otra vez llorando:
-Estoy perdido, estoy perdido…
Acaba de darse cuenta de que saber dónde está uno no alcanza para dejar de estar perdido.
El cielo se abre por segunda vez:
-¿Qué te pasa ahora? – pregunta la voz.
-Es que, en realidad, no me alcanza con saber dónde estoy, lo que yo quiero saber es adónde voy, cuál es mi meta.
-Bien – dice la voz-, eso es fácil, vas de vuelta a Buenos Aires.
Y cuando el cielo comienza a cerrarse otra vez, el hombre reclama:
-No, no…  ¡Estoy perdido, Dios mío, estoy perdido, estoy desesperado!
El cielo se abre por tercera vez:
-¡¿Y ahora qué pasa?!
-No…  Es que yo, sabiendo dónde estoy y sabiendo el lugar adónde voy, sigo estando tan perdido como antes, porque en realidad no sé dónde está ubicado el lugar donde voy.
La voz le responde:
-Buenos Aires está 38 grados…
-¡No, no, no! – interrumpe el hombre.  Estoy perdido, estoy perdido… Ayúdame, Dios mío…  Me doy cuenta de que no alcanza con saber dónde estoy y adónde quiero llegar; lo que yo necesito es saber cuál es el camino para llegar desde aquí hasta allí… El camino, por favor, señor, muéstrame el camino…
El hombre sigue llorando.  En ese preciso instante, cae desde el cielo un pergamino atado con un lazo.  El hombre lo abre y ve que se trata de un mapa marino.  Arriba y a la izquierda un puntito rojo que se enciende y se paga dice: “Usted está aquí”.  Abajo a la derecha, en un punto azul se lee:  “Buenos Aires”.  Y en un tono fucsia fosforescente, el mapa muestra una ruta.  Es, obviamente, el camino a seguir para llegar a destino.
El hombre por fin se pone contento.  Se arrodilla, una vez más, y agradece:
- Gracias, Dios mío…
Nuestro improvisado y desgraciado héroe mira el mapa…
Enciende el motor…
Estira las velas…
Observa el horizonte en todas direcciones…
Y después de un rato dice:
-¡Estoy perdido, estoy perdido…!
Por supuesto.
Tiene razón.
Pobre hombre, sigue estando perdido.
Mire donde mire, sigue viendo sólo agua y toda la información reunida no le sirve demasiado.
El hombre tiene conciencia de dónde está, sabe cuál es la meta, conoce el camino que une el lugar donde está y la meta donde va, pero no sabe hacia dónde empezar el viaje.
Para dejar de estar perdido, le falta saber la dirección.  Le falta saber hacia dónde.

¿Cómo hacen los navegantes para determinar el rumbo? Utilizan una brújula.  Porque sin ella, aunque se conozca de memoria el viaje y el camino hacia el puerto de llegada, no se sabe hacia dónde emprender la marcha.  Sobre todo después de una tormenta.
Sobre todo cuando desaparecen todas las referencias.
En efecto, el rumbo es una cosa, el camino es otra y la meta otra aun diferente.
La meta es el punto de llegada, el camino es la ruta que habría que seguir, el rumbo es la dirección.
Entendiendo la diferencia entre el rumbo y la meta, uno puede darse cuenta de la importancia de esta pregunta que debemos contestarnos:  ¿hacia dónde voy?
Sólo si tenemos esa respuesta podremos dejar de estar perdidos.
Sólo si no estamos perdidos conquistaremos la paz interior de aquellos que saben que están en el camino correcto.
 Sólo con la certeza de esta en él, podremos sentirnos realizados, dejar de temblar, ser felices.

LA FELICIDAD ES LA TRANQUILIDAD DE QUIEN SABE
CON CERTEZA QUE ESTÁ EN EL CAMINO CORRECTO



.

No hay comentarios:

Publicar un comentario