Del Libro: “Las Tres Preguntas” de
Jorge Bucay
Había una vez un
discípulo que se acercó a un viejo filósofo griego para pedirle que lo ayudara,
pues se veía incapaz de cambiar su actitud
peleadora y prepotente.
El maestro lo
escuchó sin hacer ningún comentario y después le ordenó una tarea. Durante tres años debería entregar dinero a
cada persona con la que se encontrara a cambio de que aquella lo insultara.
El discípulo
estaba muy sorprendido, pero decidió que debía aceptar la labor que le
encomendaba el anciano. Menospreciarla
era un acto más de soberbia y había venido a librarse de ella.
Pasaron los tres
años y el alumno cumplió con la prueba: cada vez que se cruzaba con alguien le
daba dinero a cambio de que lo insultara.
Luego, en lugar de responderle o insultarlo a su vez, bajaba la cabeza y
se iba. Se había dado cuenta de que si
el otro le contestaba tendría que meter de nuevo la mano en su bolsillo y darle
otra moneda a su ofensor. Una discusión
más o menos prolongada podía llevarlo a la ruina…
-
Debes
ir a Atenas ahora – le señaló el maestro –
allí aprenderás todo lo que te falta para continuar tu camino a la
sabiduría.
-
El
alumno se despidió y, unos días más
tarde, llegaba al portal de la gran ciudad.
Allí, en el camino mayor que daba acceso a Atenas, el discípulo se
encontró con un viejo mendigo que, sentado en una pila de piedras, se dedicaba
a burlarse e insultar a gritos a todo el que entraba o salía de la ciudad.
También insultó
al discípulo….
-
¿Para
que vienes a Atenas, idiota? – le gritó.
El joven se echó a reír, mientras agradecía bajando la cabeza ante cada
improperio.
-
Vengo
buscando sabiduría – dijo, sin dejar de reír.
-
¿Y
por qué te ríes cuando te insulto, estúpido? – le preguntó el desconocido
anciano.
-
Me
río – contestó el discípulo –, porque durante tres años he tenido que pagar
para conseguir esto mismo que ahora tú me das gratuitamente… Te lo agradezco.
-
Entra
en la ciudad, viajero, es toda tuya – dijo el mendigo –, aunque no creo que te
quede mucho por aprender….
De alguna manera,
la más útil de las experiencias que aporta el camino recorrido es la de
servirnos para poder cambiar la
perspectiva. En el cuento, más que
el valor del sufrimiento y la resistencia, más que la disciplina y el control
de sus impulsos, lo que permite al discípulo afrontar su problema es el
desarrollo de la capacidad para cambiar
el punto de vista.
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