jueves, 8 de octubre de 2015

Del Libro “Una vaca se estacionó en mi lugar” de Leonard Scheff / Susan Edmiston





La pregunta es:  ¿por qué la ira no sólo persiste sino que se incrementa?

En primer lugar, el enojo es una emoción humana normal.  Todo el mundo se enoja.  Alguien preguntó una vez al Dalai Lama qué pensaba de las personas que estudiaban las enseñanzas del budismo y luego usaban ese conocimiento para ganar dinero.  Al principio, su respuesta fue moderada.  Pero a medida que prosiguió, su cara enrojeció.  Aun cuando él es la encarnación de la paciencia y la compasión, el propio Dalai Lama ha aceptado que se enoja.  El objeto de este libro no es eliminar la ira, sino colocarla y expresarla en un contexto diferente.
La segunda razón de la persistencia de la ira es que no hay una alternativa obvia.  Este libro ofrecerá una, basada en las enseñanzas budistas, pero no requiere alguna creencia religiosa específica.  Tampoco es una psicoterapia, salvo en el sentido en que lo entiende el terapeuta Gestalt Fritz Perls:  “La conciencia es una terapia per se”.  Este libro puede resumirse muy bien así:  Te estás golpeando la mano con un martillo.  Si te detienes,  te sentirás mejor.
Se nos ha condicionado de muchas maneras con el fin de utilizar la ira como herramienta para lograr nuestros objetivos.  La mayoría de las personas no cuestiona esta práctica y se olvida casi por completo de sus costos.  Mi experiencia al impartir el taller es que, una vez que las personas se dan cuenta de que existe una alternativa, su ira empieza a disiparse.
 La tercera razón de la persistencia de la ira es que es adictiva.  La ira se acompaña de cierta euforia física y emocional.  La sensación física se activa por la liberación de adrenalina, la cual produce un aumento de la presión arterial.  Esta “euforia” de la ira se vuelve tan adictiva como el tabaco o el alcohol.  Al igual que otras adicciones, el enojo tiene su precio, el cual puede incluir ataque cardiaco, apoplejía y otros problemas de salud.  He oído a personas decir:  “Sólo me siento realmente vivo cuando me enojo”.  Esto equivale a decir:  “Sólo me siento realmente sano cuando fumo”.  Ambos son ejemplos de cuán equivocados podemos estar cuando vivimos en lo que el budismo llama maya, el mundo de ilusión creado por nuestros pensamientos. 
Las adicciones convencionales, fumar y beber, son difíciles de abandonar, en parte porque si tienes éxito al dejarlos quizá te sientas terriblemente durante semanas, meses o incluso años.  Los alcohólicos en rehabilitación suelen decir:  “Si estoy despierto, no hay una sola hora que pase en que no se me antoje un trago”.
Lo bueno de reducir o abandonar la ira es que, desde la primera vez que eliges NO enojarte o no dejarte llevar por tu enojo, te sientes mejor.  Una vez que has experimentado la diferencia, no querrás recaer en ese hábito.
Quizá algunas personas arguyan que la ira es necesaria y sirve para propósitos útiles.  Es verdad; cuando nos enojamos, ese hecho puede ser un indicador de que algo está mal en nuestra manera de relacionarnos con otros o con nuestro entorno.  La ira también nos puede impulsar para emprender acciones en relación con algo que consideramos moralmente incorrecto.  Cuando ves que alguien maltrata a un niño, surge una forma de ira llamada indignación moral.  Pero si buscas un remedio sin reflexionar, bien podría empeorar la situación.  Si ver que una madre abofetea a su hijo una y otra vez, quizá desees interferir de manera física, tal vez al grado de golpear a la madre.  Quizá eso interrumpa el maltrato por un momento, pero la madre bien podrá añadir esa provocación  a sus razones para seguir agrediendo al niño en una ocasión posterior.
Por otro lado, si observas las opciones disponibles con la cabeza más fría, quizá descubras una manera de intervenir que no agrave el conflicto entre la madre y el niño.  Sentarte junto a ellos de manera que propicies que la madre se sienta avergonzada de continuar con el abuso podría brindar una solución temporal y quizá conducir a una conversación benéfica sin promover más ira contra el niño.
Actuar con base en la indignación moral nos exige detenernos a considerar las mejores opciones para enderezar la situación.  Cuando sólo actuamos con base en la ira, sin considerar mucho las consecuencias, no buscamos un bien mayor sino sólo mitigamos nuestra propia molestia emocional.  Y el resultado bien podría empeorar la situación en lugar de mejorarla.  Ciertas disciplinas, en particular las artes marciales, enseñan que cuando actúas con base en la ira eres más susceptible de perder.


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