jueves, 29 de junio de 2023

Del libro “Hijos tiranos o débiles dependientes” de Martha Alicia Chávez - Niños defendiéndose de niños

 

Del libro “Hijos tiranos o débiles dependientes”  de  Martha Alicia Chávez

 

¿HAY QUE DEFENDER A LOS NIÑOS?

 



Cuando un niño es molestado por otro niño, las cosas serán diferentes.  Es bien común encontrar estos casos en prácticamente todas las escuelas, situaciones en las que un niño o grupo de niños molesta a otro repetidamente, burlándose y humillándolo.  Si los padres le dijeran a ese niño: “Voy a ir a hablar con tu compañero y a ponerlo en su lugar”, el niño respondería sin duda: “¡No, por favor, no lo hagas!” Y tiene razón, porque eso en cierta forma lo pondría en ridículo y puede resultar contraproducente, al reforzar aún más las burlas y las agresiones.  Sólo en el caso de que éstas pongan en peligro el bienestar o hasta la vida del niño, por supuesto que los padres deben intervenir, hablar con las autoridades escolares y con los padres del o los agresores para poner fin a la situación.

Pero en los casos comunes y cotidianos que se ven en las escuelas, hay que enseñar al niño a defenderse.  No hay recetas de cocina o libro de instrucciones sobre cómo enseñarle o qué debe hacer, porque cada caso es especial y tiene que ser “diseñado” especialmente para la situación de la que se trata.  Lo que quiero dejar claro en este punto es que cuando se trata de “niños contra niños”, ellos deben lidiar, negociar, defenderse y poner límites, pero los padres debemos enseñarles cómo y, sobre todo, hacerles saber que ahí estamos para apoyarlos en lo que necesiten.

A continuación presentaré un caso de éstos, con el objetivo de plantear una idea general sobre los posibles manejos de estas situaciones, aunque como siempre, insisto, éstos son sólo lineamientos que te pueden aportar algunas ideas.  Confía en tu propia sabiduría interior, que te guiará en el proceso de enseñar a tu hijo a defenderse y solucionar la situación por la que está pasando.  Recuerda que sabes mucho más de lo que crees que sabes.

Un niño de cuarto de primaria recibía constantes burlas por parte de un grandulón de su salón.  Los aliados del grandulón se morían de risa por las tonterías que él le decía al niño por ser flaco, por ser aplicado, por tener la nariz grande y los cabellos rizados, etc.   El niño siempre permanecía callado, agachaba la cabeza y seguía caminando pretendiendo que no oía, mientras el grandulón y sus aliados caminaban tras él humillándolo y burlándose ruidosamente.

Esta situación le estaba afectando tanto al niño agredido, que ya no quería asistir a la escuela.  Sus padres estaban muy preocupados y decidieron buscar ayuda profesional porque se encontraban muy confundidos sobre lo que era adecuado hacer.

En una sesión de terapia, le pedía al niño agredido – quien por cierto era muy agudo e inteligente – que visualizara una de esas escenas en las cuales estaba sucediendo todo eso que me había contado y que me describiera cómo se veía a sí mismo y cómo se sentía.  Me contestó que se veía y se sentía chiquititio, miniatura, oscuro y percibía a los otros que caminaban tras de él, como si fueran gigantes enormes y poderosos, y sus risas y voces tenían un altísimo volumen.  Al visualizar la escena sentía mucho calor y dificultad para respirar, como si no hubiera oxígeno en el aire.

Apliqué una técnica muy efectiva propuesta por la Programación Neurolingüística, para modificar la percepción que el niño tiene tanto de sí mismo como de los otros niños y de la situación.  Cambiamos las imágenes, sonidos, luminosidad, temperatura, sensaciones, sentimientos, etc., con el fin de transformar la escena.  Modificó la imagen de sí mismo viéndose grande y lleno de luz, sintiéndose fuerte, valioso y digno.  Asimismo, modificó las imágenes de los otros niños, visualizándolos tan pequeños como pudiera, ajustando la luminosidad de la escena al punto que le pareciera adecuado y bajando el volumen de sus voces hasta que no las escuchara más.

Luego de haber hecho esto, le sugerí una acción específica a tomar a partir del día siguiente:  iba a “espejear” a su compañero abusador, para que experimentara lo que él siente cuando se burla de él.  “¿Qué defectos tiene el niño abusador?”, le pregunté.  “Tiene los dientes chuecos y la voz muy chillona”, me respondió.   Desde el día siguiente, cada vez que el grandulón lo molestara, él también comenzaría a hacer bromas sobre sus dientes chuecos y a repetir las mismas palabras que él le decía, pero arremedando su voz chillona.

Fue increíble el rápido efecto que este manejo tuvo; tomó sólo dos días para que el niño abusador se pusiera en paz, puesto que las cosas que el niño le dijo al grandulón provocaron en sus aliados la misma risa estruendosa y burlona.  Al abusador no le gustó en lo absoluto que esta vez fuera a costa de él y le quedó muy claro que las cosas habían cambiado y que si seguía fastidiando, también sería fastidiado.  Y como era el líder del grupo de latosos, al dejar de molestar al niño, los demás también dejaron de hacerlo.

Los abusadores de cualquier edad y de todo tipo no son nada tontos; saben muy bien dónde y cuándo es momento de parar y ese momento es, sin duda alguna, cuando se les ponen límites.

 

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