Del libro
“Comienza siempre de Nuevo” de Jorge Bucay
Ciertamente, la fuerza interna no es un
don gratuito que aparezca mágica y espontáneamente en nuestra vida; hay que
trabajar en ella y una vez conquistada puede, si la cuidamos y alimentamos, acompañarnos
para siempre. Nuestra fortaleza interior
viene determinada por varios factores, tan complejos como dispares, que
conviene destacar:
v * El temperamento,
en el sentido de la parte de la estructura de nuestra personalidad que ha
nacido con nosotros.
v * El papel
que nos ha tocado asumir en la familia, relacionado también con el interjuego
de papeles de los demás miembros.
v * Los valores
con los que nos han educado nuestros padres.
v * La influencia innegable de algunas circunstancias o hechos puntuales
de nuestra historia que consiguen o no templarnos frente a las dificultades.
v * Y especialmente, el entrenamiento en el uso de estas herramientas, la
propia decisión de acrecentar esa fuerza por la vía de conocer, agregar y
desarrollar recursos internos confiables y potentes: ¿Quién soy? ¿Cuáles son mis habilidades?
¿Para qué soy bueno? ¿Qué puedo aprender y mejorar?
Dice el psicoterapeuta, Nathaniel Branden,
que uno puede reconocer a los hombres y mujeres con fuerza interior y un bien
nivel de autoestima desde su mera expresión gestual, desde su actitud segura y
amable, desde su manera de moverse en el mundo, que refleja el pacer de estar
vivos y serenos. Hombres y mujeres que
pueden hablar de sus logros y sus fallas directa y honestamente, mostrando una
relación amistosa con los hechos, que rara vez son vividos como amenazantes.
La persona que se apoya, con solidez, en
su potencia interna es capaz de estar permanentemente abierta, tanto a los
halagos y las expresiones de afectos de los demás como a sus críticas y recriminaciones,
porque su relación consigo misma no depende de la aprobación o el aplauso de
otros y porque su autovaloración no utiliza como parámetro la comparación con
lo que socialmente se acepta como “perfecto”.
Así, la fortaleza interior se refleja
espontáneamente en la eficacia y la voluntad, en una ampliación de la capacidad
de comprender, en la natural perseverancia frente a las dificultades, en una
mayor capacidad de tomar decisiones y, paradójicamente, en una mayor
disposición a aprender.
La confianza en nuestras fuerzas es la
puerta hacia las mejores cosas de la vida: la serenidad, la armonía, la
curiosidad, la creatividad, la flexibilidad y, sobre todo, la capacidad de
reírnos, sin limitaciones.
Entonces, para pensar después en los
demás, debes aprender, en contra de muchas cosas mal aprendidas, a pensar en
ti adecuadamente y anticipar lo que
puedes a lo que quieres, para que tu deseo nunca quede condicionado por las
cosas verdaderamente imposibles que, en general, ni siquiera son el producto de
sueños propios.
Claro que la línea que separa lo saludable
de lo enfermizo es muy fina y para no cruzarla no solo es imprescindible
conocer las propias limitaciones, sino que también habrá que cuidarse de que
algunas limitaciones verdaderas, de tiempos pasados, no sigan siendo
fantaseadas como presentes y genuinas incapacidades. Muchas ideas de “no se
debe” o “no se puede” pertenecen, a menudo, a un pasado donde no era yo el
dueño de mis decisiones ni tenia demasiada consciencia de mis preferencias; una
época en la que aquel que yo era no podía, no sabía (o no quería ni siquiera
saber); y por eso se quedaba dependiendo del cuidado de algunos a merced de la
decisión de los otros.
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