miércoles, 6 de marzo de 2024

Del libro: “Del otro lado del miedo” de Mario Guerra. - Respétalo, pero no obedezcas...

 

Del libro: “Del otro lado del miedo” de Mario Guerra.

 

Respétalo, pero no lo obedezcas ciegamente

 



Alguna vez alguien me contó la historia de una princesa oriental que era conocida por su valor y su destreza con el manejo de las armas.  Lo que recuerdo de esta historia es que aquella princesa una mañana se sintió abatida y con pesar.  Es verdad que su valentía era grande, pero por más que lo había intentado una y otra vez, había un enemigo al que no podía vencer y que en cada batalla la derrotaba.  Muy frustrada fue a ver su maestro, al que le contó todo lo que ella sentía.

– ¿Quién es ese formidable contrincante que en cada ocasión te derrota? –, preguntó el maestro.

– Es el miedo – respondió la princesa agachando la mirada.

El maestro guardó silencio por un momento mientras bebía un poco de té y luego le dijo a la princesa:

– No puedo ayudarte porque yo mismo no he encontrado la manera de derrotar a ese oponente, pero sé quién sí puede decirte el secreto para vencerlo.

– Hable ya, se lo suplico, maestro – dijo la princesa.

– ¿Recuerdas que alguna vez te hablé de la montaña maldita donde habita un ser terrorífico? Bueno, pues es ahí a donde debes ir si quieres saber el secreto, pero para que eso suceda debes ir sin espada y sin escudo, sólo portando tu túnica, tus sandalias y una pequeña alforja donde lleves agua y comida para el viaje que es largo.

– Pero, maestro – se quejó la princesa –. Usted mismo me ha contado historias de aquella montaña y el ser que la habita, me ha dicho que es muy peligroso y agresivo, y ¿ahora me dice que vaya allá sin arma alguna, escale la montaña y llame a la puerta de esa bestia?

– Al parecer no estás tan motivada después de todo para obtener ese secreto. Olvida lo que he dicho y sigue practicando, quizá, algún día, logres derrotar a tu oponente – concluyó el maestro mientras calmadamente se servía otra taza de té.

La princesa, que le tenía gran cariño y lealtad a su maestro, y pese a su propia resistencia, confió en su sabiduría y empezó el viaje tal como se lo ordenó, sin arma alguna.  Caminó durante muchas noches hasta que al medio día de un día de ésos, llegó a las faldas de la montaña maldita. Era imponente, y muy alta, en la cima había una fortaleza donde habitaba aquella criatura infernal.  Suspiró y un poco contra su voluntad empezó el ascenso recordando las palabras de su maestro. El atardecer se estaba terminando cuando llegó al portón de la fortaleza. Era enorme, y con razón si lo habitaba un gigante. Como pudo llamó a la puerta; de inmediato se arrepintió y pensó en huir, pero ya era tarde.  La puerta se abrió con un crujido sepulcral y ahí, frente a ella, estaba aquel enorme personaje que resultó no ser otro que el miedo mismo en persona.

– ¿Qué macabra broma es ésta? – pensó la princesa –. ¿Cómo me envía mi maestro a enfrentar a mi más fuerte enemigo totalmente indefensa y sin aviso?

El miedo, que ese día usaba su armadura de la impaciencia, miró a aquella diminuta y “flacucha” princesa quedar congelada, absorta, en sus pensamientos mientras sus ojos se hacían cada vez más grandes. Impaciente le gritó:

– ¿Qué demonios haces aquí y qué rayos quieres?

La princesa estaba aterrada, no sólo llegó desarmada hasta las puertas de la morada del miedo, sino que, para colmo, ya lo había hecho enojar. “Y eso que todavía no le digo a qué vengo”, pensó ella.

El miedo ya se había desesperado y estaba por cerrar la puerta de un portazo cuando la princesa le gritó:

– Miedo, vengo con gran humildad y reverencia a que me permitas hablar contigo. No he traído armas ni escudo como prueba de mi buena voluntad.

El miedo la miró y confirmó que ciertamente no iba armada.

– ¡Vaya, debes ser muy valiente o muy tonta para presentarte así ante mí! Pero es verdad que lo has hecho con respeto, así que di lo que tienes que decir y después márchate, que estoy muy ocupado – gritó el miedo.

La princesa inhaló profundo y respondió:

– Vengo a que me digas cómo puedo derrotarte.

El miedo no podía creer lo que escuchaba.

– ¿Que vienes a qué cosa?, – le preguntó asombrado –. Ahora confirmo mi sospecha de que estás loca de remate al venirme a preguntar eso a mí.

Miró fijamente a la princesa a los ojos y de pronto supo que en su corazón había un gran deseo que ni él mismo iba a lograr contener si pasaba más tiempo.

– Está bien, no sé por qué voy a decirte esto, pero sólo lo voy a decir una vez, así que escucha bien porque después volveré a mi fortaleza y cerraré la puerta, ¿estás lista?

– Sí – respondió la princesa emocionada.

– ¿Sabes por qué te derroto en cada batalla? – le preguntó el miedo –. Te derroto porque hablo muy fuerte, con voz terrorífica y lo hago muy cerca de tu cara y eso sin duda te asusta, pero el verdadero secreto de mi victoria está en que te ordeno lo que tienes que hacer y tú haces lo que te digo. Así que escucha bien. Muy pronto nos vamos a enfrentar en combate una vez más, así que volveré a hablar muy fuerte, con voz terrorífica y lo haré muy cerca de tu cara, después te voy a decir lo que tienes que hacer y ahí estará tu oportunidad; si tú no haces lo que te digo, entonces yo no tendré ningún poder sobre de ti y podrás por fin vencerme. Ahora, ya lo sabes; ¡Lárgate y déjame en paz! – vociferó el miedo con voz muy fuerte y terrorífica.

Cuenta la historia que en ese momento la princesa en vez de salir huyendo se quedó de pie frente al miedo feroz y su fortaleza y estos empezaron a desvanecerse lentamente.  Al final la princesa pudo verlos por fin como lo que eran: una gran montaña y el feroz rugido del viento.

 

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