Del libro “Cómo
hacer que te pasen cosas buenas” de Marian Rojas Estapé
La verdadera felicidad
El ser humano
busca tener y relaciona felicidad con posesión.
Nos pasamos la vida buscando tener estabilidad económica, social,
profesional, afectiva…. Tener seguridad, tener prestigio, tener cosas
materiales, tener amigos… La felicidad verdadera no está en el tener, sino en
el ser. Nuestra forma de ser es la base
de la verdadera felicidad.
Si acaparar
bienes materiales no es la solución para ser feliz, ¿Cuál es? En mi opinión, en
este mundo tan cambiante y en plena evolución, la felicidad pasa necesariamente
por volver a los valores. ¿Y qué son los
valores? Aquello que nos ayuda a ser mejor persona y nos perfecciona. Es básico y se convierte en la guía en los
momentos de caos y de incertidumbre.
Cuando uno se
pierde y no sabe hacia dónde dirigirse, el tener unos valores, unas directrices
claras, ayuda a que el barco no se hunda. Ya lo decía Aristóteles en su Ética a Nicómaco: “seamos con nuestras
vidas como arqueros que tienen un blanco”. Hoy en día no existen blancos donde
apuntar, se han extinguido los arqueros y las flechas vuelan caóticas en todas
las direcciones.
Para entender a
qué mundo nos enfrentamos, me gusta este acrónimo introducido por la US Army
War College: VUCA, que nos sitúa de
forma sociológica en contexto.
Volatilidad,
incertidumbre, complejidad y ambigüedad (VUCA
por sus siglas en inglés: volatility,
uncertainty, complexity y ambiguity). Esta noción fue descrita para describir como
se encontraba el mundo tras el final de la Guerra Fría. Actualmente se usa en
liderazgo estratégico, en análisis sociológicos y en educación para describir
las condiciones socioculturales, psicológicas y políticas.
La volatilidad se refiere a la
rapidez de los cambios. Nada parece ser
estable: los portales de noticias cambian cada pocos segundos para enganchar
a los lectores, las tendencias como ropas o lugares de moda pueden modificarse
en días, la economía y la bosa fluctúan en cuestión de horas…
La incertidumbre; pocas cosas son
predecibles. Los acontecimientos se suceden y uno puede sentirse impactado ante
el giro de la situación. A pesar de que existen algoritmos para intentar
adelantar o prever el futuro, la realidad acaba superando a la ficción. La complejidad
se explica porque nuestro mundo está interconectado y el nivel de precisión
en todos los campos del saber humano es casi infinitesimal. Hasta los más mínimos detalles influyen en el
resultado de la vida – el famoso efecto mariposa de la teoría del caos –. La ambigüedad – que yo conectaría
con el relativismo – no deja paso a una claridad de ideas. Todo puede ser o no
ser. No existen ideas claras sobre casi ningún aspecto.
Siempre he
pensado que la psiquiatría es una profesión maravillosa. Es la ciencia del
alma. Ayudamos a las personas que se
acercan a pedir ayuda a entender cómo funciona su mente, su procesamiento de la
información, sus emociones y su comportamiento.
Intentamos restaurar heridas del pasado o aprender a manejar situaciones
difíciles o imposibles de controlar. Actualmente existen múltiples libros para
aprender a enfocarse mejor en la vida y aprender a gestionar diferentes temas.
Como todo, hay que saber filtrar y, principalmente, encontrar el tipo o estilo
que más nos conviene. Los psiquiatras y psicólogos debemos adaptarnos a
nuestros pacientes, entender sus silencios, sus momentos, sus miedos, sus
preocupaciones, sin juzgar, con orden y sosiego, sabiendo transmitir serenidad
y optimismo.
Me fascina
entender y saber cómo pensamos, las causas de nuestras reacciones y que son las
emociones y como se reflejan estas en la mente. Al final, la felicidad tiene
mucho que ver con la manera en que yo me observo, analizo y juzgo, y con lo que
yo esperaba de mí y de mi vida; es decir, en una frase, la felicidad se encuentra en el equilibrio entre mis aspiraciones
personales, afectivas, profesionales y lo que he ido poco a poco logrando.
Esto tiene un resultado: una autoestima adecuada, una valoración adecuada de
uno mismo.
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