domingo, 3 de julio de 2016

Del Libro “Un día más” de Mitch Albom




Las veces que mi madre me apoyó


Tengo quince años y necesito rasurarme por primera vez.  Me han salido algunos pelos sueltos en la barbilla y otros que me crecen encima del labio sin orden ni concierto.  Una noche, cuando Roberta ya duerme, mi madre me llama desde el cuarto de baño.  Ha comprado una maquinilla de afeitar Gillette, de dos hojas de acero, y un tubo de crema para rasurar Burma-Shave.
- ¿Sabes cómo se hace?
- Pues claro – respondo.  No tengo ni idea de cómo hacerlo.
- Adelante – dice ella.
Aprieto el tubo para sacar la crema.  Me la pongo en la cara dando toquecitos.
- Frótatela – me dice.
La froto.  Sigo frotando hasta que la crema me cubre las mejillas y la barbilla.  Agarro la maquinilla.
- Ten cuidado – me advierte.  Muévela en una sola dirección, no arriba y abajo.
- Ya lo sé – le digo, molesto.  Me incomoda hacerlo delante de mi madre.  Tendría que ser mi padre el que estuviera allí.  Ella lo sabe.  Yo lo sé.  Ninguno de los dos lo dice.
Sigo sus instrucciones.  Deslizo la maquinilla en una dirección, observando cómo se lleva la crema y deja una ancha línea.  Al pasarme la hoja por la barbilla, la maquinilla se atasca y noto que me he cortado.
- ¡Ooooh Charley! ¿Estás bien?
Alarga los brazos hacia mí, pero los retira enseguida, como si supiera que no debe hacerlo.
- Deja de preocuparte – le digo, decidido a seguir adelante.
Ella me observa.  Yo continúo.  Bajo por la mandíbula y el cuello.  Cuando terminé, mi madre apoya una mejilla en la mano y sonríe.  Con acento andaluz, susurra:
- ¡Diantres, que lo has conseguido!
Eso hace que me sienta bien.
- Ahora lávate la cara – añade.



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