domingo, 19 de junio de 2016

Del Libro “¡Por que lo mando yo! 2 de John K.Rosemond

                                                          




“¡YA VERAS CUANDO LLEGUE TU PADRE!”



Eso decía mi madre siempre que mi conducta desorbitada era demasiado para ella.  Y siempre funcionaba.  Esas seis palabras mágicas siempre me llevaban de regreso a la realidad.
- Ay, no, mamá.  Espérate.  ¡No lo hice con intención!  ¡Me portaré bien, haré lo que tú digas, por favor, ¿sí?, pero no le digas nada a papá.  ¿Me perdonas?  ¿Sí?, por favorcito.  Ya sabes lo que me hará…  ¿quieres que mi sangre inocente caiga sobre tu cabeza? Mamá, mami, mamita santa…
Todo en vano.  De todas maneras, me acusaba.  Y papá descendía sobre mí dejándome sofocado por su cólera.  Durante algunos días, odiaba a mis dos padres…. Pero me portaba bien.  Temporalmente.
“Ya verás cuando llegue tu padre…”  era la fórmula mediante la que muchas madres de familia de la generación anterior controlaban a sus retoños.  Usualmente funcionaba, aunque a un precio muy alto porque en el proceso, los niños aprendíamos a temer y hasta a odiar a nuestros padres.  También aprendíamos hasta dónde podíamos presionar a nuestra madre antes que estallara.  Y dado que flirtear con el peligro está implícito en la naturaleza del niño y nosotros éramos niños, bailar peligrosamente cerca del límite se convertía en un juego del cual retrocedíamos en el último momento.  A veces ganábamos, otras perdíamos.
Pero entre el miedo y las líneas divisorias, aprendíamos otras cosas como que las madres/mujeres eran débiles y poco eficientes, mientras que los hombres/padres eran fuertes y merecedores de respeto.  Las mamás gritaban y amenazaban;  los padres ponían manos a la obra.  En breve: aprendíamos que los hombres eran más competentes que las mujeres y comenzamos a actuar como si eso fuera una verdad absoluta.
Pero en toda justicia, las mujeres de nuestra generación se rebelaron.  Infortunadamente, muchas de ellas conceptuaron el problema como a una idea unidimensional de ellas contra nosotros.  Cuando pudimos haber sido camaradas de armas, nos convertimos en oponentes.  La ira y la indignación del movimiento feminista puso en guardia a los hombres.  Dicho movimiento tampoco tomó en cuenta que lo que se había iniciado en casa tenía que resolverse ahí mismo antes de que pudiera ser arreglado a gran escala.  Total, pusieron la carreta adelante del caballo.
La forma en que se disciplina al niño tendrá mucho que ver en la formación de sus actitudes y percepciones del hombre y de la mujer.  Por lo tanto, y hasta donde sea posible, la disciplina no debe terminar conceptuando a los padres como “ogros” y a las madres como “barcos”.  Cuando mamá está en la línea de fuego, es ella quien debe aplicar la disciplina.  Y prevalece lo mismo con papá.  La disciplina debe ser firme y constante, y los padres deben mostrar un frente unido ante los chicos.  Eso evita que uno de los dos padres de la impresión de ser más eficiente y firme que el otro.
Claro que estas son reglas generales y pueden violarse en ciertas circunstancias y sé que habrá ocasiones en que es apropiado decir:  “Esperaré a que tu papá (o mamá) llegue a casa pues manejaremos juntos el problema.  Mientras tanto, te quedarás en tu habitación”. Esa es la mejor forma de manejar las “cosas grandes”, las que no ocurren todos los días, tales como cuando el peque le recuerda la progenitora a su maestra o le tira una piedra a un automóvil.
Esto le transmite al nene un mensaje importante:  “Tu padre (o tu madre) y yo estamos muy unidos.  Esto no es show de una sola persona.  Entre más escuche el peque ese mensaje, es más seguro que desarrolle una percepción funcional de que hombre y mujer son socios, no rivales.



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