“¡YA VERAS CUANDO
LLEGUE TU PADRE!”
Eso decía mi madre siempre que mi conducta
desorbitada era demasiado para ella. Y
siempre funcionaba. Esas seis palabras
mágicas siempre me llevaban de regreso a la realidad.
- Ay, no, mamá. Espérate.
¡No lo hice con intención! ¡Me
portaré bien, haré lo que tú digas, por favor, ¿sí?, pero no le digas nada a
papá. ¿Me perdonas? ¿Sí?, por favorcito. Ya sabes lo que me hará… ¿quieres que mi sangre inocente caiga sobre
tu cabeza? Mamá, mami, mamita santa…
Todo en vano. De todas maneras, me acusaba. Y papá descendía sobre mí dejándome sofocado
por su cólera. Durante algunos días,
odiaba a mis dos padres…. Pero me portaba bien.
Temporalmente.
“Ya verás cuando llegue tu padre…” era la fórmula mediante la que muchas madres
de familia de la generación anterior controlaban a sus retoños. Usualmente funcionaba, aunque a un precio muy
alto porque en el proceso, los niños aprendíamos a temer y hasta a odiar a
nuestros padres. También aprendíamos
hasta dónde podíamos presionar a nuestra madre antes que estallara. Y dado que flirtear con el peligro está
implícito en la naturaleza del niño y nosotros éramos niños, bailar
peligrosamente cerca del límite se convertía en un juego del cual retrocedíamos
en el último momento. A veces ganábamos,
otras perdíamos.
Pero entre el miedo y las líneas
divisorias, aprendíamos otras cosas como que las madres/mujeres eran débiles y poco eficientes, mientras que los
hombres/padres eran fuertes y merecedores de respeto. Las mamás gritaban y amenazaban; los padres ponían manos a la obra. En breve: aprendíamos que los hombres eran
más competentes que las mujeres y comenzamos a actuar como si eso fuera una
verdad absoluta.
Pero en toda justicia, las mujeres de
nuestra generación se rebelaron.
Infortunadamente, muchas de ellas conceptuaron el problema como a una
idea unidimensional de ellas contra nosotros.
Cuando pudimos haber sido camaradas de armas, nos convertimos en
oponentes. La ira y la indignación del
movimiento feminista puso en guardia a los hombres. Dicho movimiento tampoco tomó en cuenta que
lo que se había iniciado en casa tenía que resolverse ahí mismo antes de que
pudiera ser arreglado a gran escala.
Total, pusieron la carreta adelante del caballo.
La forma en que se disciplina al niño
tendrá mucho que ver en la formación de sus actitudes y percepciones del hombre
y de la mujer. Por lo tanto, y hasta donde
sea posible, la disciplina no debe
terminar conceptuando a los padres como “ogros” y a las madres como “barcos”. Cuando mamá está en la línea de fuego, es
ella quien debe aplicar la disciplina. Y
prevalece lo mismo con papá. La
disciplina debe ser firme y constante, y los padres deben mostrar un
frente unido ante los chicos. Eso evita
que uno de los dos padres de la impresión de ser más eficiente y firme que el
otro.
Claro que estas son reglas generales y
pueden violarse en ciertas circunstancias y sé que habrá ocasiones en que es
apropiado decir: “Esperaré a que tu papá (o mamá) llegue a
casa pues manejaremos juntos el
problema. Mientras tanto, te
quedarás en tu habitación”. Esa es la mejor forma de manejar las “cosas
grandes”, las que no ocurren todos los días, tales como cuando el peque le
recuerda la progenitora a su maestra o le tira una piedra a un automóvil.
Esto le transmite al nene un mensaje
importante: “Tu padre (o tu madre) y yo
estamos muy unidos. Esto no es show de
una sola persona. Entre más escuche el
peque ese mensaje, es más seguro que desarrolle una percepción funcional de que
hombre y mujer son socios, no rivales.
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Excelente explicación y acercamiento al problema del feminismo
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