Del libro:
“Del otro lado del miedo” de Mario Guerra.
Respétalo, pero no lo obedezcas ciegamente
Alguna vez
alguien me contó la historia de una princesa oriental que era conocida por su
valor y su destreza con el manejo de las armas.
Lo que recuerdo de esta historia es que aquella princesa una mañana se
sintió abatida y con pesar. Es verdad
que su valentía era grande, pero por más que lo había intentado una y otra vez,
había un enemigo al que no podía vencer y que en cada batalla la
derrotaba. Muy frustrada fue a ver su
maestro, al que le contó todo lo que ella sentía.
– ¿Quién es
ese formidable contrincante que en cada ocasión te derrota? –, preguntó el
maestro.
– Es el
miedo – respondió la princesa agachando la mirada.
El maestro
guardó silencio por un momento mientras bebía un poco de té y luego le dijo a
la princesa:
– No puedo
ayudarte porque yo mismo no he encontrado la manera de derrotar a ese oponente,
pero sé quién sí puede decirte el secreto para vencerlo.
– Hable ya,
se lo suplico, maestro – dijo la princesa.
–
¿Recuerdas que alguna vez te hablé de la montaña maldita donde habita un ser
terrorífico? Bueno, pues es ahí a donde debes ir si quieres saber el secreto,
pero para que eso suceda debes ir sin espada y sin escudo, sólo portando tu
túnica, tus sandalias y una pequeña alforja donde lleves agua y comida para el
viaje que es largo.
– Pero,
maestro – se quejó la princesa –. Usted mismo me ha contado historias de
aquella montaña y el ser que la habita, me ha dicho que es muy peligroso y
agresivo, y ¿ahora me dice que vaya allá sin arma alguna, escale la montaña y
llame a la puerta de esa bestia?
– Al
parecer no estás tan motivada después de todo para obtener ese secreto. Olvida
lo que he dicho y sigue practicando, quizá, algún día, logres derrotar a tu
oponente – concluyó el maestro mientras calmadamente se servía otra taza de té.
La princesa,
que le tenía gran cariño y lealtad a su maestro, y pese a su propia
resistencia, confió en su sabiduría y empezó el viaje tal como se lo ordenó,
sin arma alguna. Caminó durante muchas
noches hasta que al medio día de un día de ésos, llegó a las faldas de la
montaña maldita. Era imponente, y muy alta, en la cima había una fortaleza
donde habitaba aquella criatura infernal.
Suspiró y un poco contra su voluntad empezó el ascenso recordando las
palabras de su maestro. El atardecer se estaba terminando cuando llegó al
portón de la fortaleza. Era enorme, y con razón si lo habitaba un gigante. Como
pudo llamó a la puerta; de inmediato se arrepintió y pensó en huir, pero ya era
tarde. La puerta se abrió con un crujido
sepulcral y ahí, frente a ella, estaba aquel enorme personaje que resultó no
ser otro que el miedo mismo en persona.
– ¿Qué
macabra broma es ésta? – pensó la princesa –. ¿Cómo me envía mi maestro a
enfrentar a mi más fuerte enemigo totalmente indefensa y sin aviso?
El miedo,
que ese día usaba su armadura de la impaciencia, miró a aquella diminuta y “flacucha”
princesa quedar congelada, absorta, en sus pensamientos mientras sus ojos se
hacían cada vez más grandes. Impaciente le gritó:
– ¿Qué
demonios haces aquí y qué rayos quieres?
La princesa
estaba aterrada, no sólo llegó desarmada hasta las puertas de la morada del
miedo, sino que, para colmo, ya lo había hecho enojar. “Y eso que todavía no le
digo a qué vengo”, pensó ella.
El miedo ya
se había desesperado y estaba por cerrar la puerta de un portazo cuando la
princesa le gritó:
– Miedo,
vengo con gran humildad y reverencia a que me permitas hablar contigo. No he traído
armas ni escudo como prueba de mi buena voluntad.
El miedo la
miró y confirmó que ciertamente no iba armada.
– ¡Vaya, debes
ser muy valiente o muy tonta para presentarte así ante mí! Pero es verdad que
lo has hecho con respeto, así que di lo que tienes que decir y después
márchate, que estoy muy ocupado – gritó el miedo.
La princesa
inhaló profundo y respondió:
– Vengo a
que me digas cómo puedo derrotarte.
El miedo no
podía creer lo que escuchaba.
– ¿Que
vienes a qué cosa?, – le preguntó asombrado –. Ahora confirmo mi sospecha de
que estás loca de remate al venirme a preguntar eso a mí.
Miró
fijamente a la princesa a los ojos y de pronto supo que en su corazón había un
gran deseo que ni él mismo iba a lograr contener si pasaba más tiempo.
– Está
bien, no sé por qué voy a decirte esto, pero sólo lo voy a decir una vez, así
que escucha bien porque después volveré a mi fortaleza y cerraré la puerta,
¿estás lista?
– Sí –
respondió la princesa emocionada.
– ¿Sabes
por qué te derroto en cada batalla? – le preguntó el miedo –. Te derroto porque
hablo muy fuerte, con voz terrorífica y lo hago muy cerca de tu cara y eso sin
duda te asusta, pero el verdadero secreto de mi victoria está en que te ordeno
lo que tienes que hacer y tú haces lo que te digo. Así que escucha bien. Muy
pronto nos vamos a enfrentar en combate una vez más, así que volveré a hablar
muy fuerte, con voz terrorífica y lo haré muy cerca de tu cara, después te voy
a decir lo que tienes que hacer y ahí estará tu oportunidad; si tú no haces lo que te digo, entonces yo
no tendré ningún poder sobre de ti y
podrás por fin vencerme. Ahora, ya lo sabes; ¡Lárgate y déjame en paz! –
vociferó el miedo con voz muy fuerte y terrorífica.
Cuenta la
historia que en ese momento la princesa en vez de salir huyendo se quedó de pie
frente al miedo feroz y su fortaleza y estos empezaron a desvanecerse
lentamente. Al final la princesa pudo
verlos por fin como lo que eran: una gran montaña y el feroz rugido del viento.
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