Del Libro “No te
preocupes, ¡enfádate si quieres! De Ajahn Brahm
¿Bueno? ¿Malo? ¿Quién sabe?
Hace mucho
tiempo, en una partida de caza, un rey se hizo un corte en un dedo. Llamó a su médico, que siempre lo acompañaba
en sus cacerías y que le puso un vendaje en la herida.
- ¿Se pondrá bien
mi dedo? – preguntó el rey.
- ¿Bien? ¿Mal?
¿Quién sabe? – respondió el doctor, y siguieron cazando.
Cuando volvieron
a palacio, la herida se había infectado, y el rey mandó llamar de nuevo a su
médico. Este limpió la herida, aplicó
cuidadosamente un ungüento, y a continuación la volvió a vendar.
- ¿Estás seguro
de que eso irá bien? – preguntó el rey algo inquieto.
- ¿Bien? ¿Mal?
¿Quién sabe? – respondió de nuevo el médico.
El rey se quedó
preocupado. En efecto, su preocupación
se vio confirmada pocos días después: el
dedo infectado estaba en unas condiciones tan lamentables que el médico tuvo
que amputarlo. El rey estaba furioso con
su incompetente médico que él personalmente lo llevó al calabozo y lo encerró
en una celda.
-Bueno, doctor,
¿qué tal te sientes encerrado? ¿Se está bien ahí?
- ¿Bien? ¿Mal? ¿Quién
sabe? – respondió de nuevo el médico encogiéndose de hombros.
- ¡Eres tan loco
como incompetente! – gritó el rey, dejándolo allí encerrado.
Unas pocas
semanas más tarde, cuando la herida hubo curado, el rey salió a cazar de
nuevo. Cuando perseguía una pieza, se
separé de su séquito y acabó por perderse en la espesura. Cuando vagaba por el bosque fue capturado por
los indígenas. Era su día sagrado y
habían encontrado una víctima sacrificial propicia para su dios de la
jungla. Ataron al rey a un gran árbol, y
su sacerdote empezó a bailar y a cantar mientras los demás afilaban los
cuchillos para el sacrificio. El
sacerdote cogió su cuchillo y estaba a punto de cortarle el cuello al rey
cuando exclamó:
- ¡Alto! Este
hombre solo tiene nueve dedos. No es lo
bastante perfecto para ofrecerlo en sacrificio a nuestro dios. Debemos dejarlo libre.
Unos pocos días
después, el rey encontró el camino de vuelta a su palacio y fue directamente al
calabozo para darle las gracias a su sabio doctor.
- Pensé que eras
estúpido cuando decías aquella insensatez de
“¿Bueno? ¿Malo? ¿Quién sabe?”. Ahora sé que tenías razón. Perder el dedo fue bueno. Eso me ha salvado la vida. Estuvo mal por mi parte encerrarte en esta
celda. No debí hacerlo. Lo lamento.
- No estéis tan
seguro, majestad… Si no me hubierais
encerrado, hubiera tenido que acompañaros a la cacería. Yo también habría sido capturado… ¡y tengo
todos mis dedos!
.
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