Del Libro: “Las Tres Preguntas” de
Jorge Bucay
Los imbéciles intelectuales,
que son los que creen que no tienen cabeza para ciertas cosas (o temen
que se les gaste si la usan) y, entonces, le preguntan al otro: ¿Cómo soy? ¿Qué tengo que hacer? ¿A dónde
debo ir?. Y cuando tienen que tomar una
decisión van por el mundo inquiriendo: ¿Tú qué harías en mi lugar?. Ante cada acción construyen un equipo de
asesores o de gente “que sabe” para que piense por ellos. Como realmente creen que no pueden pensar,
depositan su capacidad en los demás, y eso es de por sí bastante
inquietante. Su estructura implica a
veces un gran peligro, ya que con demasiada frecuencia se les confunde con
gente genuinamente amable, considerada y humilde. Muchos de estos imbéciles pueden terminar,
por su actitud confluyente, siendo muy populares y ocupando cargos de gran
responsabilidad para los cuales nunca estuvieron capacitados.
Los imbéciles afectivos son los que dependen todo el tiempo de que alguien les diga que los quiere,
que los ama, que son lindos, que son buenos.
Un imbécil afectivo está permanentemente en búsqueda de otro que le
repita que nunca, nunca, nunca lo va a dejar de querer. Todos sentimos el deseo normal de ser
queridos por la persona que amamos, pero otra cosa es vivir en función de
confirmarlo.
Y por último…
Los imbéciles morales, sin duda, los más peligrosos de todos. Son los que necesitan permanentemente
aprobación de afuera para tomar sus decisiones.
El imbécil moral
es alguien que necesita de otro para que le diga si lo que hace está bien o
mal, alguien que todo el tiempo esté pendiente de si lo que quiere hacer
corresponde o no y de “si es o no es” lo que el otro o la mayoría harían. Son los que se pasan el tiempo haciendo encuestas sobre si tienen o no tienen
que cambiar el coche; si les
conviene o no comprarse una nueva casa;
si es o no el momento adecuado para tener
un hijo.
Defenderse de su
acoso es bastante difícil aunque se puede intentar simplemente no contestar a
sus demandas sobre, por ejemplo, cómo se debe doblar el papel higiénico; pero
creo que a la larga lo mejor es … huir.
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