Serenidad y dominio propio
Cuentan – me imagino que no será cierto, pero el ejemplo nos
vale - que ciertas tribus africanas
emplean un sistema verdaderamente ingenioso para cazar monos.
Consiste en atar bien fuerte a un árbol una bolsa de piel
llena de arroz, que, según parece, es la comida favorita de determinados
monos. En la bolsa hacen un agujero
pequeño, del tamaño tal que pase muy justa la mano del primate.
El pobre animal sube al árbol, mete la mano en la bolsa y la
llena de la codiciada comida. La
sorpresa viene cuando ve que no puede sacar la mano, estando como está abultada
por el grueso puñado de arroz.
Es entonces cuando aprovechan los nativos para apresarlo
porque, asombrosamente, el pobre macaco grita, salta, se retuerce…. Pero no se
le ocurre abrir la mano y soltar el botín, con lo que quedaría inmediatamente a
salvo.
Creo que, salvando las distancias con este pintoresco
ejemplo, a los hombres nos puede pasar algo parecido. Quizá
estamos a veces aprisionados por cosas que valen muy poco, y ni se nos pasa por
la cabeza abandonarlas para poder ponernos a salvo, porque nos falta
dominio propio y estamos – igual que ese pobre mono – como cegados, impedidos
para razonar.
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