jueves, 30 de septiembre de 2010

Del Libro “Hijos tiranos o débiles dependientes” de Martha Alicia Chávez



Hijos débiles / dependientes



Conozco muy de cerca de una mujer que actualmente tiene unos 65 años. Fue la hija más sobreprotegida del planeta, hasta que sus padres murieron cuando ella tenía 35 años, dejándole el 90% de su fortuna – que era muy vasta – para que nunca sufriera por falta de dinero ni tuviera que trabajar. “Tú nunca debes trabajar, tú eres una reina”, su padre le dijo muchas veces, toda la vida desde que era niña pequeña. Sus cinco hermanos y otra hermana sí tuvieron que trabajar, muy duro por cierto, par cumplir las altas expectativas de su severo padre.
Su madre murió y alrededor de dos años después su padre. Al paso de un año, la reina se casó con quien parecía ser un rey, pero acabó siendo una bestia. Se acabó su fortuna y la maltrató física y emocionalmente a lo largo de los 30 años que duraron casados, hasta que ella acabó en un hospital psiquiátrico, totalmente desconectada de la realidad. La historia de esta mujer es muy triste.
La reina acabó siendo esclava, incapaz de poner límites a la bestia o de tomar la decisión de dejarlo; incapaz de defenderse; incapaz de decirle NO cuando él le pedía que firmara ciertos papeles para vender sus propiedades; incapaz de cambiar su insoportable realidad, de la cual mejor se desconectó porque no puedo tolerarla. ¿Por qué? Porque nunca se convirtió en un adulto madura y fuerte, porque siempre fue una niña débil y dependiente. ¿Por qué? Por la sobreprotección de sus padres que le mutilaron sus recursos internos y su capacidad para crecer.

Qué gran error cometen muchos padres cuando les dan a sus hijos en charola de plata para que “no pasen por lo que ellos pasaron”, sin darse cuenta de que es justamente lo que ellos pasaron – las luchas que enfrentaron y los obstáculos que vencieron – lo que los convirtió en seres fuertes, listos y exitosos. Al darles todos ‘masticado y asimilado” para que no se esfuercen, los “castran” psicológicamente y no les permiten desarrollar sus capacidades y recursos internos. Por eso se vuelven dependientes y débiles, timoratos e inseguros.

No prives a tus hijos del gozo y la satisfacción de luchar y de lograr. Es algo a lo que tienen derecho, no se los quites haciéndolo tú por ellos.

Hace algunos años acudió a mi consultorio una familia compuesta por los padres y tres hijas, de 28, 25 y 18 años, respectivamente. Eran agricultores y vivían en un pequeño pueblo donde los jóvenes sólo podían estudiar hasta la preparatoria. La hija de 25, que por años estuvo feliz viviendo en su “jaula de oro” y recibiendo todo sin ningún esfuerzo, ahora sentía enormes deseos de estudiar medicina para después trabajar en el área relacionada con ésta. Sus anhelos bullían con fuerza en su corazón, que le pedían a gritos satisfacerlos. Pero sus padres se resistían a dejarla salir del pueblo para mudarse a la ciudad, aunque ésta quedaba a sólo dos horas y media de distancia. “Aquí tiene todo”, afirmaba el padre: “comodidades, servidumbre, dinero; y cuando yo me muera va a heredar todas mis tierras, además de otras propiedades y los jugosos ahorros que tenemos en el banco. “¿Para qué quiere irse a batallar con estudios y todas las incomodidades que habrá de vivir fuera de casa?”


Era muy difícil hacerle entender al padre ese asunto de los anhelos del corazón, que para él no eran más que tonterías y excusas para irse. La hija se estaba volviendo amargada y triste, como se vuelve todo aquel que está reprimiendo sus anhelos y acallando los gritos de su corazón que le piden satisfacerlos. Esta actitud de la hija no les gustaba a sus padres en absoluto, pero no podían relacionarla con el tema de sus deseos reprimidos. Aunque la joven estaba decidida a irse a estudiar, a costa de lo que fuera, deseaba más que nada tener la “bendición” de sus padres, porque al irse “a la mala” y dejarlos enojados le hacía sentirse demasiado triste y con miedo a fracasar por ese motivo.

Debido a que el padre había sido agricultor por muchos años, tenía una profunda relación con la tierra, las plantas y todos los procesos relacionados con la siembra y la cosecha. Por tal razón, decidí usar esa metáfora para ayudarlo a entender la situación por la que pasaba su hija. Le pedí que me explicara paso a paso el proceso de siembra y cosecha del maíz, que era su principal fuente de trabajo e ingresos. Me lo explicó con enorme entusiasmo, como la hacemos todos cuando se trata de hablar de algo en lo que somos expertos.

Cuando dentro de su relato llegó al periodo de la cosecha, lo interrumpí en los momentos que consideré cruciales, haciéndole preguntas que de una manera indirecta lo llevarían a “darse cuenta” de la situación de su hija: ¿cuándo es el momento adecuado de cortar las mazorcas?, ¿qué signos son los que le hacen saber que ya es el momento?, ¿qué pasa si las deja pegadas a la planta más tiempo del adecuado?, ¿para qué van a servir si se echan a perder por no haberse cortado a tiempo?, etc. Yo percibía en la actitud del padre un cierto grado de introspección, pero todavía en un nivel inconsciente. Entonces me aventuré a hacerle una pregunta que quizá iba a parecerle verdaderamente cursi y absurda, pero que si le tocaba el corazón, produciría en él un mágico cambio de percepción: “de acuerdo con su experiencia, ¿cómo cree usted que se sienta una mazorca que no fue retirada a tiempo de la planta y, por lo tanto, se echa a perder y no cumple la función para la que fue creada?”

El hombre se quedó en un solemne silencio por unos momentos y luego, con una voz casi inaudible, respondió: “¿usted cree que así se sienta mi hija?”; “si, estoy segura de que así se siente”, contesté, Siguió en silencio unos momentos más y vi cómo se le rasaron los ojos con unas lagrimitas que se esforzó en ocultar, volteando rápidamente hacia otro lado. Terminamos esa sesión sin decir más, porque no era necesario. El aire estaba cargado de emoción.

Unos días después, los padres viajaron a la ciudad con su hija, para ayudarla a buscar el lugar donde viviría. Le dieron su bendición y se fue a estudiar. Ahora es una pediatra feliz, que sonríe todo el tiempo.

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