Del libro
“Comienza siempre de Nuevo” de Jorge Bucay
Hace casi veinte
años, escribí para mi hija Claudia un poema lleno de cosas encontradas,
descubiertas y aprendidas, seguramente en un intento de reemplazar alguno de
esos mandatos que, quizá, deslicé sin darme cuenta. Hoy comparto contigo estas palabras, con el
deseo de que la vida ya te haya ido enseñando todas estas cosas que alguna vez
puse por escrito, con el corazón lleno de emoción:
Antes de morir, hija mía,
quisiera estar seguro de haberte enseñado…
a disfrutar del amor,
a enfrentar tus miedos y confiar en tu fuerza,
a entusiasmarte con la vida,
a pedir ayuda cuando la necesites,
a decir o callar según tu conveniencia,
a ser amiga de ti misma,
a no tenerle miedo al ridículo,
a darte cuenta de lo mucho que mereces ser querida,
a tomar tus propias decisiones,
a quedarte con el crédito por tus logros,
a superar la adicción a la aprobación de los demás,
a no hacerte cargo de las responsabilidades de todos,
a ser consciente de tus sentimientos y actuar en consecuencia,
a dar porque quieres y nunca porque estés obligada a hacerlo.
Antes de morir, hija mía,
quisiera estar seguro de haberte enseñado…
a exigir que se te pague adecuadamente
por tu trabajo,
a aceptar tus limitaciones
y vulnerabilidades sin enojo,
a no imponer tu criterio ni permitir
que te impongan el de otros,
a decir sí, sólo cuando quieras
y decir que no, sin culpa,
a tomar más riesgos,
a aceptar el cambio y revisar tus creencias,
a tratar y exigir ser tratada con respeto,
a llenar primero tu copa y después
la de los demás,
a planear el futuro sin intentar
vivir en función de él.
Antes de morir, hija mía,
quisiera estar seguro de haberte enseñado…
a valorar tu intuición
a celebrar las diferencias entre los sexos,
a hacer de la comprensión y el perdón
tus prioridades,
a aceptarte así como eres,
a crecer aprendiendo de los desencuentros
y de los fracasos,
a no avergonzarte de andar riendo a
carcajadas por la calle, sin ninguna razón,
a darte todos los permisos, sin otra restricción
que la de no dañar a otros ni a ti misma.
Pero sobre todo, hija mía,
porque te amo, más que a nadie,
quisiera estar seguro de haberte enseñado
antes de irme para siempre,
a no idolatrar a nadie…
y a mí, que soy tu padre, menos que a nadie.
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