Del
Libro: “Por el placer de vivir” de César
Lozano
¿Tus pasos dejan huella?
Tú sabes
que puedes trascender en esta vida por dos motivos: por acciones buenas y por acciones no tan
buenas, por no decir malas. Por
agradable o por insoportable. Puedes
trascender por ayudar, o bien, por obstaculizar la vida de los demás. Por inteligente o por “burro”.
Para ser
más claros, la gente no se olvida cuando
es muy buena o muy mala. No se
olvida porque su vida fue digna de admirarse o porque su presencia fue tan
incómoda que sus estragos continúan, a pesar de que ya no está. Los intranscendentes, tibios o insípidos, se
olvidan al paso del tiempo. No queda
huella de sus acciones ni de su presencia,
pues pasan en forma gris a nuestro lado.
No opinan, no aportan, pero tampoco quitan, no alegran pero tampoco
amargan, están pero no permanecen.
Tarde o
temprano los seres humanos nos formulamos una pregunta sumamente
importante: ¿De qué ha servido mi presencia?
Su respuesta evalúa en gran medida si nuestra vida ha tenido sentido o no. Claro que la respuesta dependerá en gran
parte del estado de ánimo que en ese momento tengamos. Si te lo cuestionas cuando vives una ruptura
amorosa, o una crisis de empleo, te aseguro que el fatalismo estará presente en
la respuesta. Si te cuestionas cuando
las cosas van muy bien y además hay amor a tu alrededor, obviamente podrás
afirmar: ¡Misión cumplida! En general, evaluamos como positiva nuestra presencia
en el mundo, si hemos logrado las metas o anhelos que nos hemos propuesto, lo
cual no es malo. Pero, sin duda, la
forma en que la hemos trascendido en la vida de los demás será lo más
importante.
Sucede algo
muy peculiar en muchos de nosotros: evaluamos nuestra vida con base en los afectos otorgados y recibidos, en la
cantidad de vidas que hemos tocado o
cambiado para bien, en el amor que
hemos difundido y otorgado entre nuestros semejantes. Revisamos nuestra vida con base en los buenos ejemplos que dimos, ya que, sin
lugar a dudas, ésa es la mejor forma de trascender.