Del Libro “El
contador de historias” del Dr. Camilo Cruz
El sembrador de dátiles
Una tarde viajaba
cerca de la casa de Tiberio Murcia, un anciano que trabajó para mi padre hace
muchos años. Lo vi a lo lejos, ocupado
en su huerta y decidí acercarme a saludarlo.
“Buenas tardes,
Tiberio. ¿Qué haces trabajando bajo este
sol implacable?”, le pregunté.
“Siembro unas
semillas de dátil,” contestó él, levantándose con cierta dificultad.
“¡Dátiles!”,
exclamé sorprendido y solté una carcajada como quien acaba de escuchar la mayor
tontería. “¿Cuántos años tienes, Tiberio?”
“Usted sabe que
ya pasé de los ochenta hace mucho tiempo”.
“Pues me extraña
que no sepas que las palmas datileras tardan mucho en crecer y dar frutos… Más
de veinte años, diría yo. Y aunque te
deseo que vivas hasta los cien, tú sabes que lo más probable es que no logres cosechar el fruto del trabajo que
estás realizando”.
“Es posible que
tenga razón”, dijo él sin parar su labor.
“Pero fíjese que me puse a pensar el otro día qué, en mis ochenta y
tantos años, he comido dátiles que otros sembraron; otros que a lo mejor
también sabían que no llegarían a probarlos.
Y eso me hizo comprender que hoy me toca a mí sembrar para que, en el
futuro, otros también puedan comerlos.
Lo hago con gusto, así sea solo para
agradecerles a aquellos que sembraron los que yo comí”.
“Me has enseñado
una gran lección, Tiberio”, le dije, dándole un fuerte abrazo al anciano. Luego, saqué algo de dinero de mi bolsillo y
le dije: “Déjame que te recompense por
esa sabia enseñanza, viejo amigo”.
“Se lo agradezco,
patrón. No debió molestarse”, respondió Tiberio con una gran sonrisa
mientras colocaba el dinero en su bolsa.
“¿Se da cuenta de
lo que acaba de suceder?”, agregó el anciano.
“Hace unos momentos usted decía que yo no llegaría a recoger el fruto de
esta siembra. Pero aún no termino de plantar y ya coseché este dinero y gratitud de un
amigo”.
Su apunte y la
sabiduría de sus palabras me hicieron reír.
“Tiberio, esta es la segunda lección que me enseñas en unos minutos; y a
decir verdad, es quizá más importante que la primera. Déjame que te retribuya también esta
enseñanza”, le dije mientras le pasaba un poco más de dinero. “Lo mejor es que siga mi camino porque, si
continúo escuchándote, no me alcanzará
toda mi fortuna para compensarte por tanta sabiduría”.
Es difícil
encontrar una historia que ilustre la importancia de ayudar a otras personas a crecer sin correr el riesgo de que
termine pareciendo un sermón religioso o un eslogan de una organización sin
ánimo de lucro. Quizá sea eso lo que más
me atrae de este bello relato. De una
manera sencilla, nos enseña la importancia de devolverle algo al universo. Sé que esto suena a utopía, pero estoy
convencido de que para la inmensa mayoría de los asistentes a nuestros
talleres, conferencias o sesiones de coaching
con el ánimo de mejorar su calidad de vida, el deseo de ayudar a otros no es
algo que choque con sus ideales.
Esta anécdota es
hermosa por donde quiera que la mires.
Esto es importante si lo que deseas es enriquecer tus entrenamientos con
historias que inspiren y que les den vida a los números, estadísticas, técnicas
y estrategias que estás compartiendo con tu audiencia.
Tanto el narrador
del encuentro como el personaje de Tiberio nos dejan grandes enseñanzas. Y lo interesante es que la persona que
escuche esta historia – y esto es algo que he podido comprobar durante mis
charlas – termina plenamente identificada con los atributos de los dos
personajes.
Por un lado, la actitud desinteresada de Tiberio,
quien, aun sabiendo que no va a cosechar el fruto de las semillas que está
plantando, siembra con gratitud y entusiasmo porque es consciente de que,
durante su vida, saboreó el fruto de semillas que otro plantó. De otro lado, la actitud agradecida del narrador quien, consciente de la gran
lección que acaba de escuchar, decide retribuir a Tiberio con igual entusiasmo
por compartirle un poco de su sabiduría.
Pero quizás una
de las enseñanzas más importantes – contenida de forma implícita en el relato
- tiene que ver con el hecho de entender
que siempre estamos en condiciones de dar, de pensar en otros. Un principio con el que muchos tienen ciertas
dificultades porque piensan: “No puedo preocuparme por ayudarles a otros sin
primero asegurarme de tener mi situación personal solucionada”.
No obstante, en
nuestra historia, Tiberio no es un rico hacendado que en las postrimerías de su
vida se ha detenido a ver cómo utilizar su riqueza para beneficiar a
toros. Tiberio es un campesino humilde
que toma la iniciativa de pensar en las futuras generaciones, pese a que aún
debe preocuparse por su propia subsistencia.
Yo creo que la
efectividad de narraciones como esta consiste en que logran conectar con las personas a un nivel emocional muy profundo
y este es el efecto que debemos buscar tanto con las historias que utilicemos
durante nuestras presentaciones como con toda la información y experiencias
personales que decidamos compartir con nuestra audiencia.
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