Del Libro “El Feo”
de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.
Dense cuenta de que hay belleza en la mirada dulce de un ser humano que
necesita ayuda. Por otro lado, observen también cómo la corrupción de las
modas y tradiciones de “belleza”, igual que en la ciudad, esclavizan aquí. Las mujeres de esta tribu se arrancan algunos
dientes para verse bellas. ¡Ese es otro
punto de reflexión para hoy! Dicen que de la moda lo que te acomoda, ¡pero
muchas modas no le acomodan a nadie y hasta son nocivas! Entre nosotros, hay quienes, por ejemplo,
tatúan su cuerpo o se ponen aretes en la lengua, nariz, párpados, estómago y
genitales, a la usanza de las mujeres jirafa de Birmania que se alargan su
cuello insertando anillos de metal hasta ocasionarse luxaciones
vertebrales. Otros gastan todo su dinero
en prendas que parecen viejas sólo porque tienen un logotipo de boga. La humanidad ha sido y continúa siendo
manipulada por estándares de belleza inventados. Voy a leerles un escrito fabuloso de Ikram
Antaki; disfrútenlo:
Las mujeres del Renacimiento
no querían ser delgadas: mostrar los huesos por debajo de la piel era
vergonzoso para ellas, por eso, comían cinco veces al día un puré de arañas
para engordar rápido.
El famoso médico francés,
Jean Liebault escribió en su libro Sobre
la verdadera belleza de la mujer: “Los ojos deben ser saltones, la boca
aplastada, las mejillas rojizas, la barbilla corta y adelantada, tan grasa y
carnosa que descienda hasta el pecho como una segunda barbilla”.
En el año 58 de nuestra era,
Popea luchó por conquistar la cama de Nerón. Para ser bella, se zambullía en baños de leche
tibia de burra, una esclava le traía nueve cacas de liebre en una copa de oro y
Popea las tragaba una a una; era una receta infalible para conservar los senos
firmes. Luego le blanqueaban el cutis
con un extracto de excremento de cocodrilo para atenuar las arrugas. Un cosmetólogo procedía a maquillarla: le
pintaba las cejas con una cocción de hormigas machacadas con moscas muertas, le
sombreaba los párpados con antimonio y le enrojecía los pómulos con una mezcla
de azufre y mercurio. Después le
cepillaban los dientes con un polvo de piedra pómez diluida en orina de
adolescente.
Las mujeres se han encerrado
en sus corsés hasta perder la respiración, trepadas sobre tacones de ocho
centímetros, cargando faldas de cinco metros de ancho, aplastadas bajo peinados
enormes, devoradas por pulgas y piojos.
Pintadas de blanco, rojo, negro, azul, hasta perder los dientes y la
salud.
Ahora, se admira e idolatra a
mujeres delgadísimas, que saben caminar sobre ocho metros de pasarela y
mantener una sonrisa vacía frente al fotógrafo.
Esas top models, son
ontológicamente huecas, sin ninguna personalidad, sin arrugas, sin fallas. Un
perchero de huesos, sin alma, ni acné, ni angustias, constituye hoy nuestro concepto de belleza, pero la
normatividad de lo bello es asunto subjetivo.
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Comprendan,
muchachos – termina exhortando el líder -,
que la verdadera belleza del ser
humano está en la mirada, por que como bien dicen, “es la ventana
del alma”.
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