jueves, 5 de noviembre de 2020

Del Libro “El Feo” de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

 

Del Libro  “El Feo”  de Carlos Cuauhtémoc Sánchez.

 


 -Hoy, ustedes verán cuánta pobreza y necesidad hay en el poblado que visitaremos.  Notarán niños enfermos, descalzos, sin ropa;  verán familias enteras haciendo artesanías para vender a los escasos turistas.  Sean amables con ellos.  Si pueden, cómprenles lo que producen;  si no, convivan con ellos y ámenlos.  No los juzguen por su apariencia.  Los indígenas de esta zona han sido muy discriminados y castigados;  algunos han escapado de la esclavitud laboral más infame.  Conviértanse hoy en sus amigos y servidores.  

Dense cuenta de que hay belleza en la mirada dulce de un ser humano que necesita ayuda.  Por otro lado,  observen también cómo la corrupción de las modas y tradiciones de “belleza”, igual que en la ciudad, esclavizan aquí.  Las mujeres de esta tribu se arrancan algunos dientes para verse bellas.  ¡Ese es otro punto de reflexión para hoy!  Dicen que de la moda lo que te acomoda, ¡pero muchas modas no le acomodan a nadie y hasta son nocivas!  Entre nosotros, hay quienes, por ejemplo, tatúan su cuerpo o se ponen aretes en la lengua, nariz, párpados, estómago y genitales, a la usanza de las mujeres jirafa de Birmania que se alargan su cuello insertando anillos de metal hasta ocasionarse luxaciones vertebrales.  Otros gastan todo su dinero en prendas que parecen viejas sólo porque tienen un logotipo de boga.  La humanidad ha sido y continúa siendo manipulada por estándares de belleza inventados.  Voy a leerles un escrito fabuloso de Ikram Antaki;  disfrútenlo:

 

Las mujeres del Renacimiento no querían ser delgadas: mostrar los huesos por debajo de la piel era vergonzoso para ellas, por eso, comían cinco veces al día un puré de arañas para engordar rápido.

El famoso médico francés, Jean Liebault escribió en su libro Sobre la verdadera belleza de la mujer: “Los ojos deben ser saltones, la boca aplastada, las mejillas rojizas, la barbilla corta y adelantada, tan grasa y carnosa que descienda hasta el pecho como una segunda barbilla”.

En el año 58 de nuestra era, Popea luchó por conquistar la cama de Nerón.  Para ser bella, se zambullía en baños de leche tibia de burra, una esclava le traía nueve cacas de liebre en una copa de oro y Popea las tragaba una a una; era una receta infalible para conservar los senos firmes.  Luego le blanqueaban el cutis con un extracto de excremento de cocodrilo para atenuar las arrugas.  Un cosmetólogo procedía a maquillarla: le pintaba las cejas con una cocción de hormigas machacadas con moscas muertas, le sombreaba los párpados con antimonio y le enrojecía los pómulos con una mezcla de azufre y mercurio.  Después le cepillaban los dientes con un polvo de piedra pómez diluida en orina de adolescente.

 

Las mujeres se han encerrado en sus corsés hasta perder la respiración, trepadas sobre tacones de ocho centímetros, cargando faldas de cinco metros de ancho, aplastadas bajo peinados enormes, devoradas por pulgas y piojos.  Pintadas de blanco, rojo, negro, azul, hasta perder los dientes y la salud.

Ahora, se admira e idolatra a mujeres delgadísimas, que saben caminar sobre ocho metros de pasarela y mantener una sonrisa vacía frente al fotógrafo.  Esas top models, son ontológicamente huecas, sin ninguna personalidad, sin arrugas, sin fallas.   Un perchero de huesos, sin alma, ni acné, ni angustias, constituye  hoy nuestro concepto de belleza, pero la normatividad de lo bello es asunto subjetivo.

 

-          Comprendan, muchachos – termina exhortando el líder -,  que la verdadera belleza del ser humano está en la mirada, por que como bien dicen, “es la ventana del alma”. 


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