Del Libro: “Las Tres Preguntas” de
Jorge Bucay
Un señor sale de
puerto en su pequeño bote velero a navegar por un par de horas. De repente, una fuerte tormenta lo sorprende y
lo lleva descontrolado mar adentro. En
medio del temporal, el hombre no ve hacia donde es llevado su barco, sólo atina
a arriar las velas, echar el ancla y refugiarse en su camarote hasta que la
tormenta amaine un poco.
Cuando el viento
se calma, el hombre sale de su refugio y recorre el velero de proa a popa. La nave está entera. No hace agua, el motor se enciende, las velas
se hallan intactas, el agua potable no se ha derramado y el timón funciona como
nuevo.
El navegante
sonríe y levanta la vista con intención de iniciar el retorno a puerto, pero lo
único que ve por todos lados es agua.
Se da cuenta de
que la tormenta lo ha llevado lejos de la costa y de que está perdido.
Sin instrumental
de rastreo ni radio para comunicarse, se asusta y, como les pasa a algunas
personas en situaciones desesperadas, se acuerda en ese momento de que él es un
hombre educado en la fe. Y entonces,
mientras llora, se queda en voz alta diciendo:
-Estoy perdido,
estoy perdido… ayúdame Dios mío, estoy perdido….
En ese momento,
aunque parezca mentira, un milagro se produce en esta historia. El cielo se abre, un círculo diáfano aparece
entre las nubes, un rayo de sol ilumina el barco, como en las películas, y se
escucha una voz profunda (¿Dios?) que dice:
-¿Qué te pasa?
El hombre se
arrodilla frente al milagro e implora:
-Estoy perdido,
estoy perdido, ilumíname, Señor. ¿Dónde
estoy, _Señor? ¿Dónde estoy…?
En ese momento,
la voz, respondiendo al pedido desesperado, dice:
-Estás a 38
grados latitud sur, 29 grados longitud oeste.
-Gracias, Señor,
gracias… - dice el hombre agradeciendo la ayuda divina.
El cielo comienza
a cerrarse.
El hombre,
después de un silencio, se pone de pie y retoma su queja, otra vez llorando:
-Estoy perdido,
estoy perdido…
Acaba de darse
cuenta de que saber dónde está uno no alcanza para dejar de estar perdido.
El cielo se abre
por segunda vez:
-¿Qué te pasa
ahora? – pregunta la voz.
-Es que, en
realidad, no me alcanza con saber dónde estoy, lo que yo quiero saber es adónde
voy, cuál es mi meta.
-Bien – dice la
voz-, eso es fácil, vas de vuelta a Buenos Aires.
Y cuando el cielo
comienza a cerrarse otra vez, el hombre reclama:
-No, no… ¡Estoy perdido, Dios mío, estoy perdido,
estoy desesperado!
El cielo se abre
por tercera vez:
-¡¿Y ahora qué
pasa?!
-No… Es que yo, sabiendo dónde estoy y sabiendo el
lugar adónde voy, sigo estando tan perdido como antes, porque en realidad no sé
dónde está ubicado el lugar donde voy.
La voz le
responde:
-Buenos Aires
está 38 grados…
-¡No, no, no! –
interrumpe el hombre. Estoy perdido,
estoy perdido… Ayúdame, Dios mío… Me doy
cuenta de que no alcanza con saber dónde estoy y adónde quiero llegar; lo que
yo necesito es saber cuál es el camino para llegar desde aquí hasta allí… El
camino, por favor, señor, muéstrame el camino…
El hombre sigue
llorando. En ese preciso instante, cae
desde el cielo un pergamino atado con un lazo.
El hombre lo abre y ve que se trata de un mapa marino. Arriba y a la izquierda un puntito rojo que
se enciende y se paga dice: “Usted está aquí”.
Abajo a la derecha, en un punto azul se lee: “Buenos Aires”. Y en un tono fucsia fosforescente, el mapa
muestra una ruta. Es, obviamente, el
camino a seguir para llegar a destino.
El hombre por fin
se pone contento. Se arrodilla, una vez
más, y agradece:
- Gracias, Dios
mío…
Nuestro
improvisado y desgraciado héroe mira el mapa…
Enciende el
motor…
Estira las velas…
Observa el
horizonte en todas direcciones…
Y después de un
rato dice:
-¡Estoy perdido,
estoy perdido…!
Por supuesto.
Tiene razón.
Pobre hombre,
sigue estando perdido.
Mire donde mire,
sigue viendo sólo agua y toda la información reunida no le sirve demasiado.
El hombre tiene
conciencia de dónde está, sabe cuál es la meta, conoce el camino que une el
lugar donde está y la meta donde va, pero no sabe hacia dónde empezar el viaje.
Para dejar de
estar perdido, le falta saber la dirección.
Le falta saber hacia dónde.
¿Cómo hacen los
navegantes para determinar el rumbo? Utilizan una brújula. Porque sin ella, aunque se conozca de memoria
el viaje y el camino hacia el puerto de llegada, no se sabe hacia dónde
emprender la marcha. Sobre todo después
de una tormenta.
Sobre todo cuando
desaparecen todas las referencias.
En efecto, el
rumbo es una cosa, el camino es otra y la meta otra aun diferente.
La meta es el
punto de llegada, el camino es la ruta que habría que seguir, el rumbo es la
dirección.
Entendiendo la
diferencia entre el rumbo y la meta, uno puede darse cuenta de la importancia
de esta pregunta que debemos contestarnos:
¿hacia dónde voy?
Sólo si tenemos
esa respuesta podremos dejar de estar perdidos.
Sólo si no
estamos perdidos conquistaremos la paz interior de aquellos que saben que están
en el camino correcto.
Sólo con la certeza de esta en él, podremos
sentirnos realizados, dejar de temblar, ser felices.
LA FELICIDAD ES LA TRANQUILIDAD DE QUIEN SABE
CON CERTEZA QUE ESTÁ EN EL CAMINO CORRECTO
.