sábado, 29 de febrero de 2020

Del Libro “El Feo” de Carlos Cuauhtámoc Sánchez






Leoncio nos explica:

-Vamos a cruzar uno por uno a través del andador.  Pero antes debo advertirles algo:  ¿Se dieron cuenta de que ninguno de los nativos se atrevió a meterse al agua?  La razón es muy simple:  esta fosa negra tiene un sulfuro que quema la piel.  No hay peces ni vida acuática aquí.  Si alguno de ustedes se cae, cierre los ojos y nade a la orilla;  sentirá muchísimo ardor, sobre todo en los párpados y en el área de los genitales.  Tendrá que quitarse la ropa, secarse muy bien y aplicarse una crema medicinal contra quemaduras que hemos traído.  Como no podrá usar su ropa de nuevo, tendrá que caminar de regreso desnudo, envuelto en una toalla.  Así que por favor, no se caigan.  Este no es un lugar adecuado para nadar.
Hay murmullos angustiosos.  Los mismos constructores prueban la solidez de su obra y es Leoncio quien inaugura el recorrido.  Pasa sobre las tablas que se bambolean.
-Cuando caminen por aquí – dice calmoso –, háganlo con seguridad;  mirando hacia el frente, sin apartar la vista de la otra orilla.
Lo logra.
-Yo no voy a poder hacer eso – vaticina Mendel.
Coincido con él, pero Kidori, que está a su lado, lo anima: 
- Claro que puedes, amigo! Convéncete.  No pienses en tu cojera.  Ya oíste al guía: actúa con seguridad.
-¿Y si me caigo?
-No te caerás.  Mírame a los ojos – y repite –: No te caerás.
-Lo intentaré;  después de que todos lo hayan hecho.
- No lo intentarás.  Lo harás.
Nadie pierde el equilibrio.  Cuando es mi turno me doy cuenta de que es más fácil de lo parece.  Los tablones se mueven pero están bien armados y son anchos.  Exhorto a Mendel, quien ha quedado al último, del otro lado. 
Todos comienzan a gritarle palabras de ánimo.  Ante la algarabía de porras y palmas se atreve a intentarlo.  Sus movimientos son titubeantes.  Da dos pasos y se tambalea.  Vuelve a dar otros dos pasos y vacila de nuevo.  Los gritos de aliento se incrementan. Ante cada metro avanzado agita los brazos a punto de perder el equilibrio y se mantiene en pie.  Cruzar esos veinte metros sobre agua azufrada resulta una verdadera odisea para él.  Cuando lo logra, todos le aplauden y varios lo abrazan. Sonríe.
-Muy bien – dice Leoncio –.  Ahora pongan atención.  Volverán a cruzar de regreso, pero ahora habrá una dificultad extra.  ¿Ven a los seis jóvenes nativos que están alrededor del lago?  Tienen un costal de semillas y frutos podridos que recogieron de la selva.  Mientras ustedes pasan por el andador, ellos les arrojarán esos objetos al cuerpo.  Créanme tienen buena puntería.  Manténganse imperturbables, mirando al frente, ignorando los golpes que reciban.  La mayoría de los proyectiles son suaves;  sólo algunos les causarán dolor;  nada que no puedan soportar.
Comienza la dinámica.  En efecto, los niños de la selva son buenos para arrojar objetos, pero están bien aleccionados.  Cuando ven la persona tiene miedo y oscila demasiado, se portan benevolentes;  en cambio, cuando el participante se muestra seguro, arremeten contra él haciéndolo cruzar una verdadera lluvia de proyectiles.
Varios de los estudiantes tienen que agacharse y algunos incluso ponerse en cuclillas para mantener el balance.  Uno de los maestros cae al agua, lo vemos nadar a la orilla a toda prisa.  Sufre picazón insoportable.  Sale gritando y bailando;  se agarra los genitales con evidente dolor.  Dos de sus compañeros profesores lo apartan detrás de unos árboles para ayudarlo a quitarse la ropa contaminada.
El incidente alarma a los que todavía no cruzan y eso ocasiona que caigan al agua cuatro mujeres y dos hombre más.  Todos salen corriendo y se van al vestidor improvisado.
Al final, Mendel camina con una expresión de derrota anticipada;  consigue llegar hasta la mitad del trayecto, pero va demasiado preocupado por los golpes y acaba perdiendo el equilibrio también.
Los chicos nativos ríen a carcajadas.
Quienes no caímos, tenemos la cabeza y el cuerpo embadurnados de materia orgánica.
Leoncio nos hace caminar a un paraje desarbolado en el que los leñadores clandestinos han dejado troncos cercenados.  El piso es lodoso; en algunas partes el fango es tan suave que nos hundimos hasta las rodillas.  Quienes hallamos un madero limpio nos sentamos.  Los ocho perdedores, desnudos, envueltos en toallas, prefieren quedarse de pie.  Leoncio comienza a explicar.

El tema de hoy se llama  CALUMNIAS Y MENTIRAS.  En el ejercicio que acabamos de hacer, ustedes fueron acribillados con frutas podridas.  Algunas duelen al golpear, pero su verdadero peligro es que distraen.  Casi todos estaban tan preocupados tratando de esquivarlas que perdieron la visión de su meta: llegar al otro lado.  Así es la vida.  Muchísimas personas han perdido sus objetivos porque se la pasan esquivando agresiones, vengándose de las calumnias y creyendo las mentiras que les dicen.  El problema final siempre está en lo que aceptamos o no creer.  Buda dijo:  “Ni tus peores enemigos te pueden hacer tanto daño como tus propios pensamientos”.  Por otro lado la Biblia dice:  “No confíes más en el hombre, pues no dura más que el soplo de sus narices:  ¿para qué estimarlo tanto?
Sobrevalorar la opinión ajena es un grave error, no tomes demasiado en serio lo que los demás piensan de ti.  Las mentiras que otros dicen para lastimarte suelen estar precedidas de las palabras eres, nunca, siempre, nadie, todos.  Por ejemplo: Eres tonto, siempre pierdes, nunca haces las cosas bien.  Cuando esos proyectiles te alcanzan y derriban, acabas creyendo y dices:   Soy un inútil, nadie me quiere, todos me tienen mala fe.  Corta de raíz ese mal hábito.  ¿No sabes cómo?  Haz como si todas las mentiras respecto a ti fueran eso, mentiras.  Haz como si las hubieras descubierto, como si te hubieras dado cuenta de la estafa.  No podrá pasar mucho tiempo antes de que sepas la verdad… Vales mucho.  Tienes dignidad.  Mereces respeto.   Si sobrestimas los comentarios afrentosos, acabarás perdiendo el camino como estos pobres infelices – señala a los perdedores del juego; volteamos a verlos; están descalzos con el gesto ceñudo, abrazando celosamente la toalla que cubre su desnudez -. Debo hacer un paréntesis aclaratorio – agrega el líder –. A veces, recibimos críticas dignas de ser escuchadas porque no refieren lo que somos, sino lo que hacemos mal de vez en cuando y podríamos mejorar. Por ejemplo, si dos personas dicen te huele mal la boca, no pienses que necesariamente te quieren calumniar, en vez de ello lávate los dientes, pásate el hilo dental y usa un buen enjuague bucal; después olvida el tema.  No vivas preocupado por lo que ya solucionaste.  Por último pon especial esmero en rechazar las que yo llamo mentiras fatalistas;  las que te auguran un futuro de muerte, dolor, sufrimiento o ruina…  Ese tipo de mentiras te ponen en un estado de pánico y no te dejan prosperar.  El ejercicio que acabamos de hacer fue difícil porque estaba fundado en una mentira fatalista.  ¡El agua con sales de azufre! – sonríe –. ¡No era cierto!   Por favor pasen al frente los que cayeron – lo hacen –. Ahora quítense la toalla.
¡Todos están vestidos! 
Tienen la ropa mojada puesta y no sufrieron ninguna quemadura en los genitales ni en los ojos.
El maestro que tropezó primero fue un actor.  Al resto de los que fallaron, se les explicó todo detrás de los árboles, donde supuestamente iban a cambiarse de ropa.
Los chicos ríen y hablan al unísono.  Muchos de carcajean.  Alguien arroja una bola de lodo a Leoncio.   De forma intempestiva, el resto de los alumnos comienza a aventar tierra mojada al instructor.  Se desata una batalla campal en la que el principal agredido es el líder del grupo y los niños de la selva, que no paraban de reír.  Después, volvemos a la poza y nos tiramos al agua disfrutando de la maravilla de estar en ese paraíso selvático, nadando en una laguna escondida, rodeados de amigos.

¿Cuáles son las mentiras en las que has creído?


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