jueves, 11 de octubre de 2018

Del Libro “Cómo curar un corazón roto” de Gaby Pérez Islas



Del Libro  “Cómo curar un corazón roto”  de Gaby Pérez  Islas





De 12 a 14 años

Los jóvenes pasan por un duelo intenso, como todo lo que viven, al enfrentar una pérdida.  No porque los veamos salir o reírse significa que no lo están sintiendo y no les afecta.  Los chicos se ríen, juegan y van a fiestas como una necesidad biológica y emocional;  el juego les da la oportunidad de crecer, simular, resolver y lo necesitan tanto como la comida o la afectividad.
Su duelo es intermitente, a veces están muy, muy bien, y otros días los vemos sumidos en una profunda tristeza.  Debemos estar disponibles para ellos, cercanos; y recordar que en esta etapa la música y los buenos amigos siempre ayudan.  Es muy importante no tener una actitud persecutoria con ellos, sino más bien de estrecha vigilancia.  Si hemos desarrollado un hogar abierto donde los amigos sean bien recibidos y se fomente la convivencia en grupo, tendremos dos barandales importantes de los cuales sostenernos en un momento de pérdida.
Conviene enormemente hablar con los jóvenes sobre el hueco que sentimos en el corazón tras haber perdido  a alguien.  Ese vacío no debe llenarse con comida, alcohol ni drogas.  Simplemente debemos aprender a vivir con él como otros han aprendido a vivir con una bala alojada en la cabeza.

Bernardo, de 14 años, nos habla acerca del tema.
La muerte, para mí, es el fin tanto de tu “espíritu” como de tu cuerpo.  Después de la muerte no hay nada;  quien muere no recordará a nadie y no estará con nadie.  Yo no creo en otra vida ni, mucho menos, en la reencarnación.  Pienso que mis seres queridos que han muerto no están en otro lado, simplemente ya no existen.  Mucha gente para hacer el duelo más fácil dice de la persona muerta:  “está en un lugar mejor”, “ya está con su familia”, “este mundo ya no era el mejor para ella”, “ya está curada”, etcétera.  Pero como ya he dicho, es únicamente un pretexto para pensar que ella sigue aquí.  Yo, en vez de quedarme con una persona en el corazón, la conservo en mis recuerdos y memorias porque ahí estará siempre presente.

Como los animalitos heridos, el adolescente se enconcha para sentir su dolor.  Lo vive de manera solitaria y callada, limitándose mucho a expresar lo que siente a través de lágrimas.  Invitemos a nuestros chicos a llorar con nosotros, a encontrar en hermanos y padres una fuente inagotable de esperanza y apoyo, y no un pozo de silencio donde cada uno de los integrantes deposita su cuota diaria.  Lo que funciona para amortiguar el dolor de la ausencia son las redes de apoyo, pues las cadenas se rompen, pero las redes contienen y soportan.

David frente al alcoholismo de su hermana
Estoy harto de mi casa.  Me revientan todos.  Mi hermana se la pasa en la fiesta y aunque la amenazan y le gritan, nunca le cumplen lo que le dicen.  Ella una vez se tomó unas pastillas para dizque suicidarse y a partir de ahí tiene a mis papás agarrados de las manos.  Le tienen tal miedo que entran a su cuarto dos o tres veces en la noche para ver si está bien.
Yo sí estudio, me porto más o menos bien y conmigo es con quien se desquitan.  Siento un gran peso sobre mis hombros porque yo no puedo fallarles también.
Ella promete que ya no va a tomar y nunca lo cumple.  Yo no sé cómo mis papás pueden creerle, si ni yo le creo.  Pobre, pero la verdad me parece que sí tiene broncas ya con el alcohol y nos está llevando a todos entre las patas.


La vida a veces nos pide perder, soltar, dejar ir, y es solo cuando nos quedamos con las manos abiertas y vacías que podremos recibir de nuevo.
Nadie puede aplaudir o acariciar con los puños cerrados.



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