Del Libro “Cómo curar
un corazón roto” de Gaby Pérez Islas
De 1 a 4 años
Esta es sin duda una de las etapas más tiernas e
inolvidables en la vida de una persona.
La búsqueda principal es la independencia, ya que va a comenzar con el
desplazamiento y cada vez se podrá alejar más de sus padres y explorar y descubrir
el mundo.
En los dos primeros años de esta etapa, que Jean Piaget
denominaba sensomotora, la pérdida de un ser querido no daña tanto a los niños,
pues para ellos no existe lo que no entra en sus sentidos y como no lo ven lo
les hace falta. El daño viene después,
con los años y la necesidad que siempre tendrá del apoyo y consejo de esa
persona significativa. También hay daño
en el cambio de actitud de todos hacia él; la desatención o los cuidados en
exceso que no se hubieran dado sin la muerte de esa persona van determinando
qué temperamento y qué debilidades tendrá ese pequeño. En esta primera etapa existe poca comprensión
de la muerte. A los ocho meses pasan por
un periodo de angustia de separación, pero la permanencia del objeto (mamá en
este caso) les va haciendo superar ese momento.
En su búsqueda por pertenecer al mundo de los adultos, los
niños muchas veces imitan las actitudes de los grandes. Así pues, bien valdría la pena sumergirnos en
nuestro pasado para identificar cuál fue nuestra propia escena y mito, repasar
cómo lo vivimos y cómo ahora, con conocimientos y madurez, podemos cambiar
nuestra postura ante la muerte.
Los celos son muy comunes en esta etapa de la vida, hay un
enamoramiento de mamá si se es niño y de papá si se es niña. Estos complejos de Edipo y Electra, según la
teoría psicoanalítica, los lleva muchas veces a desear que su padre o madre
desaparezcan para ellos ocupar su lugar en la pareja. Esto es parte normal del desarrollo y es
conocido como identificación con el mismo sexo y apego al sexo opuesto.
Si en este proceso de desarrollo emocional y afectivo
sobreviniera la muerte de uno de los padres, habría que manejar la culpa en
estos pequeños, pues dentro de su omnipotencia imaginaria creen que si su padre
falta es porque ellos lo provocaron.
Claro que no tienen la capacidad de lenguaje y pensamiento para
expresarlo como tal, pero nosotros como adultos debemos confrontarlos con esto,
poner sus sensaciones en palabras y aclararles que no hay culpables, es parte
de la vida, y si el deceso fue por una enfermedad, explicarles a su nivel cómo
el cuerpo de esta persona querida se enfermó y debilitó, y por ende murió, no a
causa del deseo de nadie.
… Cerca de los cuatro años comienzan las pesadillas más
elaboradas y vuelven los terrores nocturnos que llegaron a presentarse de más
pequeños. Una actitud abierta y límites
claros permiten al niño un desarrollo adecuado.
Si esta etapa coincide con la muerte de un hermano o un
padre, no es momento de cambiar hábitos de sueño y mandar al pequeño a dormir
en la cama de los padres o en la misma que otro hermano. Es tiempo de reforzar que su casa es un lugar
seguro y no hay por qué temer. Recordemos
aquí lo que se expuso en la introducción acerca de no decirles a los niños que
la muerte es como dormir, porque lógicamente el miedo a cerrar los ojos se
vuelve mucho más intenso.
Los libros nos ayudan mucho en este momento, pues los niños
sienten fascinación por las figuras grandes y coloridas, y las pequeñas
historias que semejen en algo a su vida cotidiana.
Existen libros de cuentos que hablan sobre qué pasa cuando
se muere alguien que queremos. Lo
relevante aquí es la empatía que el
chico pueda sentir con el personaje de la historia y ver qué salida le dio él a
sus emociones.
Cabe mencionar que si alguno de los padres se ha llevado al
pequeño a dormir a su cama es también porque el mismo adulto no quiere
enfrentar lo doloroso de un lado vacío de la cama. Si ya lo han hecho, no se preocupen, empiecen
paulatinamente a regresar al niño o niña a su cama, primero los fines de
semana, luego desde el viernes y así, poco a poco, hasta que dormir en el lecho
paterno se convierta en lo extraordinario y no en la norma.
Recomiendo ampliamente acudir a librerías especializadas
para niños, solicitar libros de estos temas y empezar a formar una biblioteca
en casa, donde pueda recurrirse a esta biblioterapia tan sencilla y educativa.
En relación con la muerte y los niños, no debemos perder de
vista que los chicos sí viven el duelo.
No por ser pequeños dejan de experimentar este proceso, es algo que
registran y sufren por ello. Evitarles o
al menos tratar de evitarles
sufrimientos, al no involucrarlos directamente en el tema, solo inhibe
sus preguntas, que son lo más sano y la manera socrática de aprender.
A esta edad, los niños quieren saberlo todo y se preguntan
todo. No se conforman con que “lo que
empieza debe terminar”, quieren saber cómo se siente estar muerto, cómo se ve
un cadáver, a dónde van los muertos y en los casos en que se use la religión o
la fe para dar explicación a estos fenómenos, se preguntan también por qué Dios
se lleva a las personas.
Por dura que pueda parecernos esta pregunta, la respuesta no
es: “Niña, no digas eso”. Si nosotros mismos no la sabemos, podemos
consultarla con un sacerdote que tenga experiencia en misas para niños
y el trato con ellos. Su orientación y
consejo serán muy oportunos, como lo serían los de un pastor, un rabino o
cualquier guía espiritual.
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