Del Libro “Cómo curar
un corazón roto” de Gaby Pérez Islas
De 9 a 11 años
Los chicos a punto de entrar a la adolescencia son
especialmente sensibles a estos temas.
Lo entienden y captan todo, es imposible tratar de ocultarles algo. Pareciera que lo huelen y es mejor hablarles
claro y con la verdad. El tratar de
excluirlos de los que está pasando les crea ansiedad y confusión. Ellos resienten el que se les haga a un lado,
pues lo interpretan como falta de confianza en su capacidad para integrarse y
apoyar a la familia. Debemos, sin
embargo, ser muy cautelosos, ya que es una etapa de autoconocimiento e
introversión, especialmente frente a otros adultos de no tanta confianza.
Las noticias deben dárseles en privado para que no frenen
sus sentimientos. Recibir demasiada
atención en velorios y funerales les resulta abrumador y tienden a encerrarse
en sí mismos. Recordemos que ellos no
quieren ser diferentes al resto, no quieren ser el que se le murió el hermanito
o el que secuestraron a su papá y ser señalados por ello.
Esta es la época que mayormente recordamos cuando de adultos
revisamos nuestra niñez. Es cuando
empiezan a formarse las pandillas y verdaderos grupos de amistad. Al sufrir una pérdida, el joven tal vez no
quiera comunicarlo a sus amigos, porque no quiere que sientan lástima por él o
ella, pues teme no ser aceptado.
Aquí necesitan nuestro apoyo para asegurarles que sus amigos
le brindarás su amistad, no se burlarán de ellos y explicarles que no tiene
nada de malo sufrir una pérdida. Todos
estamos expuestos a ello en un momento dado.
Pareciera que no necesitan tanto afecto y demostraciones de
cariño, pues si antes eran cariñosos, ahora se han vuelto un poco fríos. Esto es falso porque, tras esa aparente
indiferencia, siguen necesitando nuestro contacto físico, besos, abrazos y alguien
que emocionalmente los rescate cuando se sienten perdidos. Un hijo nunca es demasiado grande como para
no caber en los brazos de su padre y ser consolado por él.
Mantén una respetuosa pero siempre afectiva distancia con
ellos. Necesitan experimentar su
independencia.
A esta edad podemos trabajar con los chicos la importancia
de decir adiós, de que se despidan de su ser querido si hay la posibilidad de
que muera, pero también enseñarles que hay que demostrarle nuestro afecto todos
los días a quienes amamos e ir a la cama cada noche con las cuentas claras con
ellos.
Si existe una idea macabra y aterrorizante de la muerte,
esta es la edad perfecta para cambiar esa imagen y reprogramarlos en la
naturalidad de dicho acontecimiento. Ya
tendrán conocimientos de biología y ciencias, y entenderán mucho mejor todos
estos procesos. Pero seguirá siendo
vital la congruencia entre lo que les decimos y lo que ellos ven que nosotros
hacemos.
Al ser partícipes de lo que ocurre, podrán opinar y ser
consultados hasta cierto límite en cosas como qué pasará con los objetos del
ser querido, qué tanto van a contar a los demás, etcétera. Inclusive pueden pedir quedarse con algo que
les sea significativo.
Algo importante es que si no conoces la respuesta de lo que
los niños te pregunten, no la inventes, reconoce que no la sabes e
investíguenlo ambos. El duelo y el dolor
vivido juntos une para siempre; en
cambio, cuando cada quien vive su duelo a su manera y por separado, en aislamiento,
la muerte crea resentimientos y corajes.
Los siguientes puntos pueden ayudarte a que la comunicación
fluya con tus hijos:
·
Escúchalos
y préstales total atención.
·
Pon en
palabras sus sentimientos (lo que ellos están sintiendo y tal vez no saben
expresar).
·
No estés
constantemente cuestionándolos, culpándolos o aconsejándolos.
·
Invítalos
a explorar sus propios pensamientos y sentimientos.
·
No
siempre seas lógico, concédeles en la imaginación lo que no puedes darles en la
realidad. Por ejemplo: “Mamá, quiero que mi papá vuelva, que no esté
muerto”. “Hijo, desearía tener una
varita mágica y volverlo a la vida” o bien,
“Sería maravilloso que eso pudiera darse”.
·
Únete a
sus deseos, aunque sea por una sola vez.
Eso no los confundirá, únicamente se sentirán más cercanos a ti. Tampoco vuelva los sueños una meta o una
oración, vivan su realidad un día a la vez.